domingo, 24 de agosto de 2008

Los Perros de Paulov

Adán imaginó su vida, la soñó y luego intentó durante muchos años, todos, cumplir sus sueños. Los filósofos griegos tenían un sentido muy peculiar de sentir la palabra cumplir. La percibían como un proceso individual, claramente moral, incluía el fin al que había que tender, la obra terminada, completada como un deber. Mucho más tarde, aunque muy influidos por éstos, otros filósofos, hablaron del ser y del deber ser. Estoy convencido de que este último ha hecho estragos en la historia. Un buen ejemplo es la honra en el Medievo. Y quizá en España, hace treinta o cuarenta años atrás, conceptos morales muy parecidos y enrarecidos.
Adán no sabía nada de esto. Ni siquiera se daba cuenta de andar repitiendo muchos de los cánones antiquísimos en la historia de la humanidad. Todavía menos que parte de lo que sentía provenía de tiempos muy lejanos. Quizá lo hermoso y lo complejo de ser humano: Conectados por raíces tan profundas como las de los propios árboles.
Alguien pensó, una noche de verano, en el diálogo entre los tiempos: pasado, presente y futuro. Lo que ya ha ocurrido, lo que ocurre y lo que se supone que ocurrirá. Cada tiempo se resbala entre las manos y desaparece como una pompa de jabón. Existen, se llenan de aire real e inmediatamente desaparecen ante nuestros ojos. Queda la raíz, queda la memoria, el recuerdo grabado en tierra fértil, en tierra viva. Dar vida, nacer, tiene que conectarse con seguridad con ésta idea de género.
Adán lo intuía. Lo respiraba en la mente, ideas convertidas en oxígeno. Cada movimiento, cada oración, cada caricia… se entrelazaba en los tiempos y a la vez, generando una nebulosa descendente ayudada por fuerzas invisibles como la gravedad. Cuesta pensar con claridad entre pensamientos atemporales. Imaginen los recuerdos de los tres años, mezclados con los ocho, dieciséis, veinticuatro, treinta y cinco, cuarenta y dos, cincuenta y tres… ochenta, noventa y. Todo lo percibido dentro de una esfera de carne debajo del cabello ó del sombrero. No cabe todo en la consciencia. Ni siquiera es inteligible a la vez. Cosas de la naturaleza y sus límites.
Le confesé a Adán que desde hace sesenta y nueve semanas trato, desde estas páginas, de contarles historias distintas pero sin querer o queriendo, siempre tengo la sensación de hablarles de lo mismo. Con distintas historias, personajes, oraciones, circunstancias y, como no, limitaciones. Todo se mueve, deprisa, lento, pero se mueve. El tema no. Siempre es el mismo aunque parezca distinto. Ronronea en el ánimo hasta atraerte mediante una fuerza oculta. Quieres decir algo nuevo y siempre dices lo mismo. (O nunca, según se mire).
Adán pensó en lo que nos mueve. En los porqués. Sabía que merece la pena hacerse preguntas hasta encontrar alguna respuesta. Intentó acordarse, y a la vez, de todas las personas que conocía y sus diferentes motivos. No sirvió de nada, a lo sumo consiguió centrarse en ocho ó diez. Ni con esos pocos parecía acercarse a alguna certeza. No se alcanza a conocer del todo los motivos propios, poco hay que decir sobre los ajenos. Nada sabemos en términos absolutos. (Ni ganas. Menuda responsabilidad).
Pensar en un ser omnisciente y omnipotente asusta, agobia hasta los límites de la cordura. Sería fácil cumplir así, sabiéndolo todo, pudiéndolo todo. Maravilloso concepto negado esencialmente a las personas. No lo sabemos todo, no lo podemos todo. Aún así sentimos, parcialmente, potenciales infinitos: ¿Cómo individuos ó como género?. ¿Cuáles son lo límites de la imaginación o dónde termina la capacidad de sentir… por ejemplo?
Pasado, presente y futuro. Cada año en Agosto, en las Fiestas de su pueblo, se reencontraba con toda su historia y con muchos de las personas y lugares que protagonizaron todo lo ocurrido hasta hoy. No está, pero está. Parece invisible, pero no lo es.
Cada nueva sensación compartida con las viejas, cada palabra nueva acompañada de un eco de palabras ya dichas. Cada nuevo paseo, conviviendo con cientos de paseos recorridos en el pasado por los mismos lugares. Cada persona conocida mirándole con la visión cegadora de hechos ocurridos atrás, sin llegar a verle del todo. Cada sueño no cumplido… la mejor arma para la flagelación.
Adán imaginó su vida y cumplió. Creía que lo más difícil ya estaba hecho. Pero no, quizá porque lo más complejo no es soñar una vida sino construir una vida real, día a día, y además suficientemente satisfactoria. Como los perros de Paulov, al tocar la campanilla, y sin comer, comenzó la digestión.
Intuía que siempre se está uno comparando con los modelos, respirando un aire lleno de tiempos, bebiendo las lágrimas de cielos grises, calentándose con rayos de sol en cielos azules como el mar… En cielos, en mares, en tierras con aires distintos que también son los mismos.
Siempre se está comenzando… aunque parezca que no. Aunque uno sienta que todo está terminado. Porque lo que suena en las personas no es una campanilla, es el pasado llenando todo lo que fuimos hasta lo que somos hoy. Lo extraordinario es que con tantos personajes no se desvanezca la identidad.
Adán lo sabía, por eso pensaba que alguien… inventó el pecado.

domingo, 17 de agosto de 2008

"Nada hay en el entendimiento que antes no haya sido en los sentidos"

Una vez me contaron que se subió al coche cargó el cartucho con seis cedés y no paró hasta que terminó el último. No trazó ruta previa alguna. Solamente buscó una arteria amplia por donde salir y la siguió hasta que la última canción del sexto cedé dejó de sonar. Carretera y música: “Así construyo los momentos”, decía.
La mayoría de personas del grupo que nos acompañaban, al oír aquella historia y otras parecidas que nos contaron, señalaban a aquel tipo, sin temor aparente a equivocarse, como un completo loco. La verdad es que no he tenido nunca muy claros los límites entre la cordura y la locura en este sentido.
Me llamó especialmente la atención lo de “construyo los momentos”. Me pareció una actitud muy cuerda. Querer construir, crear los momentos que vas a vivir, inferir en la realidad hasta conseguir en la interacción algo nuevo, ocurrente, supongo que nuevas experiencias con las que llenarse. Utilizar la imaginación y todas las herramientas a nuestro alcance para construir la vida que deseamos. Pensé: Sobre todo en lo que necesitamos. Son muchas las veces que deseamos lo que no necesitamos y también demasiadas las que parece que necesitemos lo que deseamos como única condición para estar bien. Los deseos pueden ser muy peligrosos y pueden causarnos muchas desdichas. Supongo que sucede cuando hay excesos de carga… especialmente en la fantasía. Digamos… como una ensalada con demasiado vinagre.
Oyendo los comentarios de aquellas personas me vinieron un par de frases a la cabeza recordadas con cierta imprecisión: “Cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad” y “… si te dejas llevar tan solo por lo que sientes o deseas acabarás al borde de un precipicio”.
En la conversación hablaban y hablaban de aquel tipo sin medida alguna-recordé las palabras de Lázaro y su hermano negrito de la semana pasada-, olvidaban mirarse al espejo (así mismos). Estoy seguro que hubiesen visto la otra cara del exceso: el defecto.
Recordé en las clases de religión aquello de pecar solo con el pensamiento. Y esta idea me trajo otra: La responsabilidad por la acción parece estar muy clara, no tanto ó nada, por omisión. Hay personas que se atreven a equivocarse y otras no. Nada malo hay ni en unas ni en otras. Lo curioso es que se juzga severamente y más a las personas por acción y no por dejación. Tan responsable es el padre que agrede violentamente a sus hijos como la madre que no hace nada por remediarlo ó al revés.
Si uno quiere ser el protagonista de su vida- y me temo que estamos obligados todos- tiene que asumir un mínimo de acciones. Y esas acciones vendrán motivadas por deseos, sentimientos, emociones, razones… que tendremos que saber analizar hasta conocer su naturaleza si queremos en verdad entenderlas, ordenarlas y comprender su influencia en nuestras vidas. No quiero olvidar la gran influencia de todo el ámbito social.
Lo importante no es equivocarse o acertar. Lo importante es no vaciarse y llenarse de amor propio en cada vaivén. Para ello creo, cada uno debe encontrar sentido a su camino, darse cuenta, tenerlo presente para aprender. Probablemente lo aprendido se convierta así en un fin en si mismo, y el fracaso o el éxito en simples partes de la realidad con las que inexorablemente tenemos que lidiar.
En la realidad existen imponderables, también imprevistos, casualidades, accidentes. Sorpresas que nos dejan un sinfín de sabores de boca con los que hay que respirar. Nadie tiene la vida ideal y nadie consigue que todo le salga exactamente como preveía. Quizá por eso, en una sociedad cada vez más bobalicona, cursi, hortera, homogénea, y hasta límites preocupantes, es cada vez más necesaria una educación basada en las emociones y en los equipos multidisciplinares. No solo hay que enseñar asignaturas, hay que enseñar qué somos y cómo funcionamos. No solo hay que enseñar a los alumnos, también los padres y los profesores necesitan aprender todo lo que esencialmente desconocen para poder educar.
Es increíble como en el S.XXI se hable de inglés y competitividad, de informática, de religión, y de la nueva asignatura para crear ciudadanos y no se diga ni una palabra de cómo enfrentarse a los cambios, a las pérdidas, a la violencia, a los dolores y sufrimientos, a padres que se odian, a profesores que no tienen vocación o se le frustra día a día, al desamor, a la soledad, a la ansiedad, a la depresión o al desánimo…. y….
Lo curioso es que machacamos al que se sale un poco de lo “normal”. Supongo que nos asusta que pongan en entredicho nuestra fantasiosa seguridad. Es muy difícil desaprender lo mal aprendido. Pero se puede. Lo realmente alarmante es que nos creemos grandes falsedades como si de una verdad inmutable se tratase.
Bienvenido todo lo creativo. Bienvenida la imaginación. Bienvenida la olvidada salud mental. ¡Qué viva el Prozac y el Trankimazín!
Me vienen a la cabeza dos frases de nuevo y con reconocida imprecisión: Una de Kierkegaard: En ninguna época se ha sabido tantas cosas sobre el ser humano y tan poco qué es el hombre y la otra de Borges: Llevo más de cuarenta años siendo profesor y he llegado a la conclusión de que es imposible enseñar. Solo se puede transmitir el amor que uno siente por ese algo.
Ahora, en vacaciones, unas excelentes frases para la reflexión. Espero.

Lázaro... se levantó y andó

El primer chapuzón del verano. Las ansiadas vacaciones. Días de asueto, silenciosos y sosegados. Sensaciones de libertad. Fantasías. Horizontes lejanos realmente cercanos.
Quedan dos días para que comiencen… pasan lentos y se tiene prisa. ¡Todo el año esperando… y qué año!
Sube al barco. Lo imaginado ha cambiado y el barco también. Todavía no lo sabe pero por ajustes económicos se ha sustituido una ruta por otra. Ahora cuesta una hora más. El precio también es más largo. Todavía no sabe que van a ser dos horas y además con todo el pasaje de vomitera. La clase Club-nunca he entendido esa palabreja- ni comparación con la de los no se cuántos años antes contando el pasado. La cosa no empieza bien. De momento nada se ajusta a lo esperado y por qué no decirlo tampoco a lo contratado.
Nos sentimos seguros repitiendo, si nada cambia, pero a cada momento las cosas están moviéndose. Quizá a un ritmo que no apreciamos en el presente. Con seguridad lo percibiremos en el futuro y con más seguridad al cruzar los datos en la memoria.
Puede que tenga que ver con algo que leí ayer en Cala Carbó al atardecer, tumbado en una hamaca con colchoneta al borde del mar. Las sensaciones se parecían mucho a la felicidad. No se porqué a última hora, decidí traer- para volver a leer- a Lázaro de Tormes. Fue seguramente una intuición. La inteligencia del inconsciente. De pronto, en ese entorno, les recuerdo, encontró o encuentro estas geniales palabras:
“… mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebajando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mi blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi madre, y señalando con el dedo decía: “¡Madre, coco!”. Respondió el riendo: “¡Hideputa!”.
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanito y dije entre mí:
“¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!”.
“Quedame” estupefacto conforme iba leyendo. Sobre todo, pensando que el libro se publicó a finales del S. XVI.
No quieran que a estas horas les explique el paralelismo entre las vacaciones y ésta historia. De eso, estoy seguro, ya se encargará su mente peliaguda. Reconózcame, al menos, que tiene su cosa.
Entonces recordé que solo se vive una vez. Y algunos dicen que se hace corta…

Al llegar, le esperaba en el hotel un buen amigo y muchos recuerdos de tantos años de rituales contrastados: nuevo barco, nuevo hotel, nuevo amigo, vieja maleta llena de viejos recuerdos y nuevas circunstancias. Todo va cambiando mientras respiramos… sin darnos cuenta.
Estupenda cena en la Brasa y muy grata sesión de música en directo en el Teatro Pereyra. No hay cambios en el disfrute aunque el único músico que repite es la batería. Dos saxos- tenor y alto (también voz)-, voz y guitarra acústica, guitarra eléctrica, teclados y piano. Consiguen que se mueva el cuerpo a sus ritmos.
Me cuenta Núnú que está enamorada. No me sorprendo, sus ojos, sus sonrisas y sus movimientos la delatan. Es muy hermoso conocer lo desconocido, sobre todo cuando no conoces casi nada de alguien que conoces hace algunos años. Gusta ser reconocido, cuando uno vuelve cada año, aunque como Ulises nunca llegues del todo. Se agradece lo humano entre tanta decadencia. Gracias Núnú.
Seguramente todos esperamos unas vacaciones permanentes que nunca llegan. Quizá creemos que podrían existir. Pero como dijo alguien muy listo: “Nada puede existir sin su contrario”. No se pueden disfrutar de las vacaciones si no se trabaja en todo el año.
Vuelvo a preguntarme por qué desde hace muchos años repito este viaje, con algunos intervalos, necesarios supongo.
Cada año vuelven los mismos sentimientos pero siempre hay algo distinto que genera nuevas emociones. Creo que por eso vuelvo. Es quizá la magia de esta isla. O la mía…
¡Lázaro: Levántate y anda!
Y anduvo sobre las olas, sobre la arena, sobre las piedras, sobre las notas, los cubatas, sobre los barcos, sobre los vómitos, sobre las risas, el sol y la luna.
Sobre todo aquello que se necesita o se cree necesitar.
El mundo lo mueven las emociones y las emociones siempre encuentran un motivo: ¡Anda y busca el tuyo!
Salud

domingo, 3 de agosto de 2008

Más loco que una cabra

Siempre, desde muy niña, había sentido una atracción especial por la gente rara. Tuvimos muchas conversaciones sobre éste asunto a lo largo de los veintiséis años que habían pasado desde que nos conocimos. Yo le preguntaba: ¿Qué es ser raro para ti? Y ella casi siempre me contestaba con una sonrisa cómplice, muy cómplice. Una vez hasta saqué el diccionario y le leí la definición: “Extraordinario, poco común o frecuente.” Ella reía y reía como si de un chiste se tratara. Le pregunté-un poco molesto-si le atraía la gente diferente. Ella seguía sin contestarme. Lo más cerca que conseguí estar de una respuesta fue ese día. Me dijo algo así como: Sí, eso… con… algo más… Parecía que no alcanzaran las palabras para definir lo que sentía.
Cada año, dos o tres veces, volvíamos a retomar el tema. Se trataba de ahondar hasta encontrar las palabras precisas.
Hablamos muchas veces del valor del conocimiento, de la influencia que tenía en cada uno de nosotros la aprobación de los demás, de la intensidad de los condicionamientos provenientes de la familia y los entornos más cercanos. Y los menos.
Todo nos llevaba a la autoestima, a la perspectiva de la propia mirada ante: las ilusiones, la debilidad, la frustración, el dinero, el éxito, el fracaso, la decrepitud o la muerte…
Hablábamos del mestizaje, eliminado las conclusiones puras. Decíamos todo es compuesto y quizá por ello complejo. Nos daba miedo tanta complejidad y nos emborrachábamos hasta que todo quedaba vacío de nuevo. La desinhibición y el dolor de la resaca se encargaban de conseguirlo. En los momentos previos la sensación era la de no saber nada, absolutamente nada, y la emoción, estar perdidos, completamente perdidos ante todo lo que sucedía por dentro y por fuera.
Todo el cuerpo se tensaba, se respiraba con una leve dificultad y no existía un horizonte claro, la niebla lo inundaba todo más allá de una expiración. El miedo, digo mejor, el pánico, recorría los órganos más sensibles y todas las emociones que se conectaban con la pulsión vida quedan aletargadas o desaparecían. Así me lo explicó durante años. Yo me quedaba ensimismado, enganchado en una profunda reflexión. La sentía infinita como ella. De alguna manera teníamos que cortarla. Una vez, recuerdo, corrimos y corrimos hasta quedarnos sin respiración. En aquel tiempo podíamos hacer cualquier cosa siempre que consiguiéramos cambiar ese sabor a nada que invadía dos mentes llenas de todo. Hasta cosas que no les puedo ó no le quiero contar.
En unos de esos momentos ebrios me confesó un secreto. Algo que nunca había contado a nadie. Entonces no le di importancia. Son demasiadas las veces que no sabemos escuchar o ver o entender, comprender o aprehender. Captar la sensibilidad ajena es como querer cazar mariposas con las manos. Quedarse quieto y contemplar- escuchar es la mejor o quizá la única técnica eficiente.
Hace poco menos de un año todo explotó. Reventó el muro de contención de la presa y un gran desbordamiento de vísceras y fluidos recorrió ese mundo construido por los dos a lo largo de los años. De pronto y de una forma brutal fue cómo si uno y quizá el otro, por primera vez, pudiéramos ver la realidad sin un ápice de fantasía. Como si las palabras que no alcanzaban nunca a describir lo sentido súbitamente aparecieran con precisión matemática. Con tal impresión sobre el alma- si la tuvimos- que dejaría corta la incisión de un carnicero en la yugular del animal hasta completar todo el proceso hasta ser descuartizado.
Una locura, la vida a veces es una gran locura, incomprensible e imprevisible. O imprevisible y por lo tanto incomprensible.
Fue la última vez que nos comunicamos con palabras. La última vez que conseguimos de nuevo no poder escuchar y no poder comprender. La última borrachera.
A la mañana siguiente, y a la otra y a la otra y a la otra… y… El intenso dolor de la resaca nos devolvió otra vez al sosiego de la nada. No vaciamos como siempre. Pero esta vez para llenarnos algo de nuevo y no de lo mismo. Algo en lo más profundo de la niebla cambió, quizá un pasillo de luz hacia una nuevo camino.
No vayan a pensar que hablo desde la fantasía, sino desde la realidad del aprendizaje, desde la verdadera experiencia: Crecer: la capacidad de cambiar lo que parecía imposible. Tantas cosas posibles que aprendemos a vivirlas como imposibles.
Durante todos esos años nos sentimos gente rara y nos atraían- a mí también- las personas que por una cosa u otra pertenecían a la misma especie. Entonces no sabíamos que no hay especies (puede que hoy tampoco).
Buscábamos la diferencia para alimentar el amor propio, o mejor, el odio propio. Probablemente porque nunca fuimos los que quisimos ser, tampoco fuimos los que querían(o imaginábamos que querían) que fuéramos, ni lo seremos nunca. Quizá por la imposibilidad humana de alcanzar el ideal y no querer darnos cuenta de tan sencilla verdad.
Locos como una cabra. Todavía hoy tiene una gran importancia…
Respirar el aire de los sueños.

domingo, 27 de julio de 2008

De hoy para ayer

Una vez, en un piso antiguo, encontró una fotografía y una carta. Estaban tiradas en el suelo junto a otro puñado de fotos. Todas de personas y en blanco y negro. De entre todo el manojo escogió una que tenía una mancha oscura del revelado y la carta, única entre todos esos papeles. No supo exactamente por qué pero se las llevó, sintió como si de un rescate se tratara. Supongo que le movió la compasión. La emoción, que aún no teniendo nada que ver con esas personas convertidas en imágenes, creó la acción de intentar que no desparecieran. Rescatarlas del olvido. El olvido es ingrato. Unas personas más de entre millones que ya no están. Fueron seres humanos vivos. Entonces recordó las palabras de Víctor E. Frankl de su libro El hombre en busca de sentido: “Ningún poder de la tierra podrá arrancarte lo que has vivido. No ya sólo nuestras experiencias, sino cualquier cosa que hubiéramos tenido, así como todo lo que habíamos sufrido, nada de ello se ha perdido, aún cuando hubiera pasado; lo hemos hecho ser, y haber sido es también una forma de ser y quizá la más segura.”
En la imagen se veían tres personas en la puerta, los dos abuelos y una niña pequeña. La calle sin asfaltar, las sillas de boga, alpargatas, delantal y una parte oscura. Para él representaba el olvido.
Se guardó la foto y la carta en el bolsillo. Cuando llegó a casa sentía un intenso deseo de hacer algo para rescatarlas del olvido. Así lo hizo, tenía el fondo de un cuadro ya preparado. De inmediato le vino la idea. Pegó la foto en la esquina izquierda del cuadro y debajo de ella colocó estas palabras: “Persigue a las mariposas y nunca las atraparás. Contempla a las mariposas y vendrán hasta ti.” Después cogió un sobre, en el remite puso hoy. Desde hoy para ayer, escribió unas palabras dedicadas a ellos y quizá a todos. Las palabras eran éstas: “Hace unos días encontré una fotografía en el suelo. Antigua en la memoria, casi olvidada. Desconocida en el recuerdo. Tres personas extrañas que hoy siento muy cercanas. Un hombre, una mujer y una niña. Y una silla. Y una parte oscura: la más conocida. Ahora se que estuvieron juntos, se que estuvieron vivos. Fuera del papel, del blanco y negro. Y sobre todo de la parte más oscura.”
Todo esto fue el veintiuno de junio del año 2003. Desde entonces vivió en tres pisos diferentes y siempre el cuadro estuvo colgado de alguna pared. Fue para él como un símbolo para no olvidar nunca nada, absolutamente nada, verdaderamente importante.
Pensó lo ingratos que somos muchas veces, demasiadas, con los ancianos, con los recuerdos, con los orígenes. Lo difícil que es también muchas veces comunicarse de generación en generación. Sintió angustia pensando cuánto sufrimiento sin sentido, cuánto dolor puede causar lo mamado mal entendido, cuánto daño puede uno hacer y hacerse sin darse cuenta.
Pero no pudo quedarse con lo negativo, nunca podía. Desde algún lugar en lo más profundo de sí mismo afloraba siempre un sentimiento, quizá una intuición, que le conducía siempre a una sonrisa interna. ¿Qué sentido tendría la vida si no?
Aquel día, después de colgar el cuadro, sonrío y se sintió especialmente bien.
Le quedaba la carta. Estaba encima de su escritorio. La miraba dudando si tenía derecho a leerla. Así estuvo durante un buen rato, de hecho no la leyó hasta el día siguiente. Llegó a la conclusión de que si había ido a parar a sus manos algún significado tendría. Se dijo: “No la busqué, el azar me la entregó”. La verdad es que no estaba muy seguro de esto último.
Sacó varias cuartillas manuscritas del sobre y se puso a leer despacio. Era una hermosa y sencilla carta de amor fechada en la primavera del año mi novecientos trece. El papel amarillento sobre tinta negra y letra gótica imprimían a aquel acto carácter de rito. En algunos momentos se sintió como un intruso leyendo las intimidades de dos personas desconocidas, aunque las semejanzas con algunos momentos de su vida le invitaban a seguir leyendo como si fuese parte de aquella carta llena de emociones, de borbotones de sangre que conformaban palabras.
Lloró varias veces imaginando. Recorrió el pasado a la velocidad de la luz y con toda su intensidad. Revolvió cada baúl, cada cajón, cada caja, cada armario… y encontró todo aquello que estaba leyendo en las palabras de otros. Tuvo miedo de tanta similitud.
Al terminar de leer la carta se quedó un buen rato pensando, durante todo ese tiempo también estuvo contemplando el cuadro aún estando de espaldas a él. Lo tenía grabado en su memoria como en una imagen fotográfica. El silencio de la noche en invierno lo acompañaba como un aliado perfecto. Suspiró varias veces y hondamente, como renovando no solo el aire de sus pulmones, necesitaba más, quizá limpiar todo lo que tenía dentro. No lo consiguió. Nunca se consigue del todo.
Dobló y guardó cuidadosamente la carta, con el tacto y el respeto que se debe a lo ajeno y a la vez, con la sensación de haberlo hecho propio. Tan propio que se imaginó sentado en aquella silla, al lado de aquella mujer y aquella niña; anciano y tranquilo, muy tranquilo, como un niño con los deberes hechos, bien hechos.
A la mañana siguiente había desaparecido. Lo buscaron durante meses. Nunca lo encontraron. Aquel cuadro sigue colgado en la pared y en la fotografía no hay ninguna mancha oscura, solamente cuatro personas sentadas sosegadamente en la puerta de su casa.

domingo, 20 de julio de 2008

Navegando al amanecer

Aquella mañana, al amanecer, se fue a navegar. Llegó al amarre con los primeros rayos de luz. Olía a gaviota y se oían los peces chapoteando cerca del barco. Samuel tenía un pequeño velero, seis metros de eslora, dos velas y un motor de gasolina con los suficientes caballos para hacer travesías medias sin viento y sin repostar.
Aquel día se levantó enfadado, no había podido convencer a nadie para que le acompañase y no le gustaba salir solo al mar. La soledad en algunas circunstancias puede ser muy peligrosa.
Quitó la lona y abrió la puerta del camarote, seis escalones y llegaría a la nevera para dejar las provisiones que llevaba para pasar el día. Al llegar al penúltimo escalón resbaló y cayó al suelo de bruces, golpeándose en una ceja y en la nariz con el extremo de la mesa. Sintió un dolor agudo, mientras las bolsas de la compra se desparramaban por el pequeño salón del barco, unas cuentas gotas de sangre y casi un litro de buen vino recorriendo en pequeños movimientos el suelo en el vaivén típico de la mar.
Se enfureció tanto que acabó riéndose como un loco para poder contrarrestar tanta ira acumulada desde que se había despertado aquella mañana. Pensó al levantarse del suelo: “¡Vaya mañanita! Y dijo para sí mismo: “¡Buenos días Samuel!
Recogió las bolsas manchadas de vino y sangre, sacó su contenido y lo metió en la nevera. Limpió de líquidos con una bayeta el suelo de madera y barrió los cristales. Después se fue al minúsculo aseo y miró detenidamente en el espejo la herida de la ceja que no paraba de sangrar, su nariz parecía aumentar de tamaño por momentos. Limpió la herida con alcohol, luego se puso un poco de Betadine y selló con un espray ultramoderno la herida. Dejó de sangrar, todavía no dolía demasiado, pero se sentía levemente aturdido. Decidió dejarse caer sobre la litera y descansar un poco hasta recuperarse. Se quedó dormido.
La noche anterior había cenado con unos amigos. Dos de ellos se habían enzarzado en un discusión extrema que produjo un silencio conveniente pero sorprendente, el ambiente se podía cortar, toda la mesa se sorprendió, sobre todo, del exceso y la severidad con las que ambos se trataron. A todos les pareció muy extraño, a Samuel no. Estaba acostumbrado a vivir situaciones límite. Las situaciones límite enseñan mucho, únicamente dejan de ser aconsejables por su extremo dolor. Cuando se viven muchas y a menudo, algunas personas adquieren una perspectiva diferente, capaz de perdonar incluso lo aparentemente imperdonable.
Fue después de la disputa cuando Samuel, con la intención de romper el hielo, propuso a todos sus amigos salir al día siguiente a navegar. Nadie se apuntó. La sensación era más bien la de salir corriendo ante una situación tan desagradable. Cada uno buscó su excusa. Impera en estos casos una ley no escrita, ni siquiera reconocida: Castigar a cualquiera sin motivo alguno (todas las emociones en ese momento están bloqueadas menos una) y huir de situaciones desagradables.
Samuel intentó rescatar al grupo de todas esas emociones, pero acabó siendo castigado. Hay que aprender cuando hablar y cuando callar. Arte nada fácil para esas personas excesivamente sensibles que se inundan fácilmente con los sentimientos de los demás.
Al cabo de casi dos horas se despertó, el dolor ahora era muy intenso. Volvió a mirarse al espejo y observó una gran hinchazón en la nariz, labio superior, pómulo izquierdo, ceja y párpado, también izquierdos. Incluso se asustó un poco con toda aquella deformidad.
Pensó que le sentaría bien comer algo. Había comprado unos tomates maduros valencianos, pan recién hecho muy crujiente y lomo de cerdo. Le encantaba un buen bocadillo de lomo a la plancha con un tomate abierto y sal de buena mañana. Encendió el fuego y lo preparó. Disfrutó mucho con el almuerzo y cumplió con sus objetivos, se sentía mucho mejor. Creo que también ayudó un gramo de Paracetamol que bebió disuelto en un gran vaso de agua entre bocado y bocado.
Encendió un cigarrillo. ¡Qué bueno para un adicto tragar humo después de almorzar!
Durante un rato estuvo pensando y analizando todo lo sucedido la noche anterior y a la vez, si debía o no debía salir a navegar solo tal y cómo se encontraba.
Terminó el cigarrillo y todavía no había llegado ninguna conclusión ni decisión.
Salió a cubierta y miró el mar: Estaba tranquilo, la luz de la mañana lo teñía de un verde que le recordó a su padre, una suave brisa rozaba sus heridas, recordándole los hechos pasados. Durante varios minutos quedó ensimismado.
Al volver ya tenía una pregunta y una decisión tomada.
La pregunta era: ¿Con quién vas a discutir si no es con alguien que te importa o por algo que te importa?
La decisión le llevó a soltar amarras, arrancar el motor y a ralentí salir muy despacio del puerto hasta encontrar buenos vientos con los que recuperar lo perdido.
En pocos minutos comenzó a sentirse bien, ni siquiera el dolor de las heridas fue capaz de cambiar su estado de ánimo.

domingo, 13 de julio de 2008

Enamorarse de la vida

Hace algunos días vi una película. Les contaré el final aunque no se si se debe o es de mal gusto: La cámara sigue a la protagonista, una bella jovencita, recorriendo el camino de entrada al cementerio. Llega a la tumba de su madre y deposita unas flores y un libro-primer plano-, inmediatamente hace un barrido lento hacia la izquierda y nos sorprende con la sepultura de su recientemente descubierto padre y una frase esculpida en la piedra: “Si hubiese escrito mi propio epitafio sería éste: “Tuve una riña de enamorados con el mundo”. Robert Frosth. Yo hubiese dicho con la vida. El sentido de la frase, multiplicado por las imágenes, más el contenido de toda la película, llena de aforismos en el diálogo, me resultaron sumamente sugerentes. La sutileza del autor, la simplicidad y la belleza de la oración me inclinaron hacia el placer y la reflexión, todo ello envuelto en un halo que solo puede conseguir la imagen y la palabra. Símbolo de lo más esencialmente humano, al menos como yo lo entiendo.
Pensé en lo que se siente al enamorarse de una persona y traté de ampliarlo a enamorarse de todo lo vivo, generó en mi imaginación un retrato muy hermoso. Pensé en Frosth y en el mundo: ¿A qué mundo se refería? También pensé en la muerte como única certeza: la nada o qué se yo… recordé la frase de un filósofo griego cuyo nombre no recuerdo ahora: La muerte es la nada para qué preocuparse… También pensé en el cabreo, odio, ira que se produce en nuestras emociones cuando en la vida no ocurre lo que uno(a) espera, quizá sí mencionar la brutal sensación… cuando los hechos no se corresponden en nada con nuestros deseos más fervientes. Fracaso y decepción, los más grandes y potentes motores emocionales. Su influencia en el comportamiento de las personas es más o tan importante que el producido por el amor, el dinero ó el poder.
Miré al pasado, como siempre con ojos extrañados, y encontré esas razones que validan con hechos lo sentido. Pensé que podría ser todo una gran locura. La cordura y la locura están tan cerca como el amor y el odio. Pensé en los días vividos como dagas que rasgan la piel hasta encontrar lo que más duele. Espinas construidas sobre las que caminamos a la vez que contemplamos un atardecer blanco ó un amanecer rojo.
Desde Carcalín se ven las luces de la ciudad recorriendo un horizonte oscuro. Una línea de luces en orden que confrontan los silencios y el sonido de los grillos con el ruido y los bocinazos de personas rozando la histeria. También el aire fresco y limpio de la montaña con el denso y caliente aire de la ciudad en verano. La sensación y la conclusión es que te quieres quedar para siempre, pero no lo haces… por qué. Disfrutar del estado de gracia que es sentarse en el porche de la casa y a distancia de todo lo que crees que te angustia, te cansa o te hace daño. Una gran e ingeniosa mentira en la que irremediablemente caemos casi todos para no hacernos responsables de nuestra vida.
Un zorro joven nos visitó esta tarde, con sus orejas de punta y su hermosa cola, nos hizo recordar quiénes fuimos y desde este punto de vista, lejano de la realidad diaria, quién eres. Y uno vuelve a sentir lo fácil que es enamorarse de la vida. También lo fácil que es decepcionarse con ella hasta odiar su día a día. Así se consigue estar reñido con el mundo, reñir y reñir cada mañana con la vida. Todo enamoramiento parece tener esas dos caras. Se diría que son caras de una misma moneda, fuerzas antagónicas pero necesarias: “Los contrarios se necesitan”… Se supone que no existiría la paz sin la guerra, el amor sin el odio, lo bello sin lo feo, el placer sin el dolor, la vida sin la muerte… y si existieran, ¿cómo los distinguiríamos?
He abrazado cientos de miles de veces a la vida y he visto hacerlo millones de veces a otras personas. Nos acercábamos a ella con los brazos muy abiertos y los ojos muy cerrados sin saber que nada hay sobre la tierra que no obedezca a su propia naturaleza. Creyendo que amando unilateralmente llegaríamos al corazón de la vida, pero la vida desconoce el lenguaje de las emociones o quizá lo conoce tanto que no lo quiere, lo repudia como a un traidor que nos empuja hacia la trampa.
¿Quién no ha escuchado alguna vez decir lo injusta que es la vida?
Acaso no es injusto que un león se coma a un cervatillo ó que un volcán destruya todo lo vivo en diez kilómetros a la redonda o que la enfermedad lleve a cualquier persona a la muerte o que millones de niños mueran de hambre o…
La vida es muy injusta porque nosotros lo humanizamos todo. Aportamos valores morales que no existen en la naturaleza. La perfección y el ideal son los más relevantes.
¿Cómo pues podemos enamorarnos de un ser tan injusto?
Nos enamoramos de todas sus maravillas para después odiar todo aquello que no coincide con nuestros propios deseos. La lucha es incesante e inagotable- también con las personas-, no acaba nunca porque nadie ni nada va a poder cambiar su naturaleza.
Nos pasamos la vida, como Don Quijote, luchando contra gigantes que no existen y si existen solo son en nuestra mente. Habría que ir pensando hacia dónde orientar toda esa energía que se convierte en decepción, desilusión y decrepitud, para convertirla en una fuerza positiva que nos lleve a conocer nuestra propia naturaleza.
Sería un buen comienzo.

domingo, 29 de junio de 2008

La Caña

Érase una vez un árbol grande y robusto, vivía a la orilla de un río caudaloso que atravesaba de punta a punta el Valle del Aire. Le llamaban así porque era una zona de vientos constantes que lo recorrían, entre altas montañas verdes y frondosas, creando una especie de tubo natural que canalizaba la fuerza del aire multiplicándola.
A unos pocos metros del árbol vivía una caña larga y estrecha, muy cerca del agua como es natural.

Durante años, cada vez que una pequeña brisa mecía la caña, el árbol se encargaba de hacerle ver su debilidad y fragilidad.
Durante años, cada vez que una brisa mecía la caña, el árbol se encargaba de hacerle ver su debilidad y fragilidad.
Durante muchos años, cada vez que un viento movía la caña hacia el suelo, el árbol se encargaba de hacerle ver su fragilidad y debilidad.
Durante muchos años, cada vez que un viento fuerte movía la caña hasta casi rozar el suelo, el árbol se mofaba de ella y le hacía ver su fragilidad y debilidad.

Pasaron muchos años, ambos habían nacido el mismo día, el árbol creció mucho y el grosor de su tronco no alcanzaba a rodearse con los brazos. La caña se hico larga y su grosor no pasó de dos centímetros.

Durante todos esos años el árbol se creyó muy fuerte, ningún viento había conseguido más que mover algunas de sus ramas más delgadas, a la caña, sin embargo, cualquier viento pequeño la mecía con poca oposición.

Pero llegó un día en el que el cielo del Valle se cubrió de un marrón intenso y un huracán arrasó todo lo que se encontró por delante. La caña tocó el suelo por primera vez en su vida, los arbustos volaban, los tejados de las casas también. Solo el árbol se mantenía en pie… hasta que sus raíces movieron la tierra y el viento lo arrancó de cuajo lazándolo al río que se lo llevó corriente abajo. La caña lo vio todo pegada al suelo.

Cuando el huracán pasó la caña volvió a su posición de siempre, el árbol desapareció en el océano.

Hacía unos pocos días que le habían contado ese cuento, desconocía su verdadero título y autor, aún así, se atrevió a redactarlo y lo envió por correo a alguno de sus amigos. Le habían cautivado algunas ideas: Fortaleza, fragilidad, debilidad… se desprendían de su significado.
Pensó que durante toda su vida había creído que ser fuerte era igual a ser árbol, cuando en realidad la flexibilidad era una cualidad mejor para enfrentarse a las realidades de la vida, como nos demostraba el cuento.
También pensó en todos los años que aquella caña escuchando y viendo a ese increíble árbol se había sentido frágil y débil cuando en verdad era profundamente fuerte adaptándose a cada circunstancia según los vientos que corrían por el valle, para al final siempre quedar en pié.

Manuel tenía cincuenta años y siempre había optado por sentirse árbol. Pero desde que le contaron este cuento creyó profundamente que habría de ser como una caña. En un instante se dio cuenta: muchos años de sufrimiento sintiéndose un ser débil y frágil siempre comparándose con personas que para él eran árboles grandes, altos y fuertes. Pensó en cuanto daño le había causado una idea, no, mejor, cuanto daño le había causado un ideal.

De pronto un pensamiento hondo recorrió sus adentros, como en el cuento el viento recorría todo el valle, de punta a punta lo movió todo. Una emoción desconocida le abrió los ojos de golpe: Siempre quiso ser y sentirse árbol, nunca comprendió sentirse caña. Desde siempre había vivido realidades demasiado duras o sentido demasiado miedo para permitir vivirse como una frágil y débil caña. Creerse árbol le había protegido de todas y cada una de las duras inclemencias de un tiempo humano. ¿Pero hasta qué punto esa fuerza artificial no había destruido su mejor manera de percibir y sentir la realidad?

Llevaba demasiados años diciéndose:” Soy árbol… nada me afecta.” Y, en efecto, no dejó que nada le afectara hasta convertirse en un gran muro de contención. Duró muchos años como todo lo duro. Hasta que un día un viento brutal destruyó el muro, lo hizo añicos y todo lo que contenía quedó diseminado entre la cabeza y los pies. No supo bien qué quedó en la cabeza y qué en los pies. Todo su mundo se vino abajo, tocó el suelo convertido en trozos, quizá ahora era la primer vez que tocaba la tierra que pisaba a diario. Por primera vez se dio cuenta de que no le servía creerse fuerte, ni siquiera sentirlo, le servía ser fuerte, verdaderamente fuerte y ahora sabía muy bien que eso era igual a flexibilidad. El cuento del Árbol y la Caña parecía demostrarlo con toda claridad.

Manuel se levantó del suelo, recogió cada uno de los pedacitos y durante mucho tiempo colocó pacientemente cada uno de los trozos sobre sí mismo, el orden ya no era el mismo aunque él seguía reconociéndose.

Pasaron más de diez años y un día viajó a un valle de cuyo nombre no quiero acordarme, era verano y paseaba por la orilla del río cuando se encontró una hermosa caña, a su lado un hermoso roble y un poco más arriba un dique de contención. Hacía mucho calor. De pronto una brisa movió las hojas del roble, la caña y su cabello. Miró el muro y se lanzó al agua, sintió la frescura del agua cristalina en movimiento y pensó de inmediato en el río de la vida.
Por primera vez, en medio siglo, tuvo la sensación de haber aprendido algo valioso.

domingo, 22 de junio de 2008

Borrunes y el Árbol de los Secretos

Ha llegado el verano y con él las celebraciones de San Juan: Verbenas, hogueras, mojarse en el mar… En Buñol es tradición la Verbena de Borrunes. Nunca había ido pero el pasado viernes estuve allí. Lo primero que pensé fue lo hermoso que es ese parque tan poco usado según decían. Escuché recordar los muchos recreos que pasó un chico hace años en ese lugar, sentado entre árboles centenarios, hiedra, hierba gallina y algún que otro rosal. Me encantó ese lugar. Auguro que en algunos años será un lugar de peregrinaje turístico.
Lo tiene todo: un puente, un barranco, una fuente, viejos y nuevos árboles y arbustos, bancos donde sentarse por todo su entorno, escaleras, escenario, rincones secretos, parque… Y lo mejor, está pegado al Castillo y cerca de cualquier punto. A mi me parece un lugar emblemático y con mucho futuro. De mes en cuando al chico le gustaba recorrerlo asomarse al barranco y esconderse dentro del árbol de los secretos. Está a la derecha antes de llegar a la fuente.

Buñol parece que tiene muchos secretos, hace muchos años otros lo descubrieron y supieron disfrutarlos. Los secretos que unos por desconocimiento y otros por habitualidad no han sabido descubrir a los demás ni quizá a si mismos para compartir. Parece obvio pero no lo es.

Para los que son de Buñol todos sus parajes son algo cotidiano, han crecido en ellos y quizá no se han dado cuenta del todo de su verdadero valor. Los que no son de Buñol no conocen el pueblo excepto por la Tomatina, las Bandas de Música, la Cementera y algunos que otros negocios tradicionales(Talleres Mecánicos, Papeleras…). Todas las personas de otros sitios que llevó ese chico, todas sin excepción se extrañaron, en ningún caso coincidía la idea que tenían del lugar con la que se construía al ir conociéndolo en la realidad. La verdad es que estas experiencias, a priori gratificantes, ahondando en ellas se convirtieron a lo largo de los años en una cierta sensación de falta o ausencia. Falta conocimiento y difusión del entorno y una clara ausencia de infraestructuras para el disfrute turístico. Así lo sentía aquel chico.

Al meterme en el Árbol de los Secretos fueron saliendo todos aquellos lugares que otros disfrutaron. Me cuenta que echa de menos el balneario del Hortelano, el merendero del Ciprés y del río Juanes, la Jarra, los conciertos en la Violeta y en la Cueva Turche. Hecha de menos un Castillo lleno y vivo. Hecho de menos las calles llenas de paseantes…

Lo curioso es que cualquier evento que se programe en Buñol con un mínimo de publicidad, calidad y popularidad tiene una gran respuesta en participantes y visitantes. Se le ocurre que todos los actos que se celebran en el año en el pueblo podrían tener una interrelación con el turismo y con la necesidad de dar a conocer el entorno y sus posibilidades que no son pocas. Un buen nivel de coordinación entre las diversas áreas: música, cine, teatro, feria del comercio, mercado medieval, las Fiestas y la Tomatina, las Pascuas… con un criterio claro: Dar a conocer los secretos- que no son más que todo esos lugares que conforman esa tierra y su cultura- sería una excelente forma de dar una respuesta al dinamismo social y económico que el pueblo necesita.
He viajado por casi toda la geografía nacional y he visto pueblos que han conseguido, con menos cualidades naturales que éste, ser un foco de interés turístico con resultados verdaderamente espectaculares. Las ventajas son muchas y los perjuicios muy pocos. Aunque tengo la sensación que los prejuicios si son muchos.

He hablado como un loco con el Árbol de los Secretos durante toda la noche, al principio no confiaba en mí, pero poco a poco y coincidiendo con la soledad y el silencio de la noche, lo convencí, sacó sus raíces que yo creía inamovibles y conmigo en su interior echó a volar.¡Qué experiencia sobrevolar Buñol y sus secretos!

Salimos desde Borrunes y comenzamos en el Castillo, recorrimos sus calles como fantasmas de otros tiempos, seguimos por Gila y la carretera del Cuco, el Roquillo, el Alto Jorge, en San Luis bebimos de su manantial, la Jarra, el Monte la Cruz, el Puente Natural, el Barranco de Carcalín, el Río Juanes, la Condesa, el Collado Umán, Pardenillas, la Casa del Maestro Penella hasta la Fuente la Umbría, las Moratillas, el Fresnal y el barranco del Quisal hasta el nacimiento del río. Descansamos en Mijares sentados yo con los pies colgados y él con las raíces, sentados en el puente.

Volvimos por Yátova hasta la Cueva las Palomas, Turche, el Planell, la Paransa, el Cementerio y por el Gallo subimos a Monedi parando unos segundos en la Faquirola, bajamos por La Cabrera hasta la Plaza de la Venta y volvimos por la plaza del Castillo a Borrunes.

Ya estaba amaneciendo y había estado hablando toda la noche con un árbol. Le conté mis secretos y él me contó los suyos.

Ahora estoy tumbado en una camilla inmovilizado con dos correas dentro de una ambulancia en dirección a Valencia. Creen que estoy loco.

Les repito mil veces lo que me ha ocurrido y no me creen. Les he repetido cada itinerario, cómo comenzó el viaje, los tiempos y lugares, el número de estrellas, el estado de la luna, el nombre de la Reina de las Fiestas, quién ganó el Concurso y los Jamones, hasta los números que salieron y nada, no me creen.

Al final se me ha ocurrido decirles la verdad, se que con ella se va a todas partes: Soy un gorrión, vivo en el viejo cauce del río Turia, comí paella el sábado pasado, restos que dejaron dos ciclistas que hablaban de Buñol, decidí ir a visitar el pueblo, les oí hablar del Árbol de los Secretos y de la Verbena de San Juan en Borrunes. También de todo el potencial de esta población tan cercana a Valencia, por lo que entendí, solo le faltaba mar. Decidí irme allí y ver todo aquello, conocí al Árbol de los Secretos y nos fuimos los dos a visitar todos los lugares que nombraron durante la comida. Tenían razón todo aquello era verdaderamente hermoso.

Tampoco me creyeron.

Ni se les ocurra contar sus secretos ni decir la verdad.

Hay gente tan incrédula.

domingo, 15 de junio de 2008

La Salita

Era una tarde calurosa del mes de Junio, el mes de Mayo y los principios de éste habían sido los más lluviosos en muchos años y con temperaturas relativamente bajas para esta época del año. Ángela sentía en su cuerpo el efecto de los primeros calores. Sentada frente a su libreta dibujaba líneas paralelas que se cruzaban con la imprecisión del pulso. Le gustaba recorrer sus páginas gruesas y amarillentas con lentitud, apreciando cada sonido pegado al tacto, cada forma salía libremente, sin roce alguno con el pensamiento. Siempre le ocurría los mismo, cada vez que deslizaba el lápiz por aquellas páginas recordaba su infancia y en especial a su abuela materna. Fue ella quién le regaló la libreta, tenía ocho años. A los pocos años la perdió.

La recordaba especialmente alegre, corpulenta e inseparable de su delantal. Fue una mujer fuerte que murió relativamente joven de una larga enfermedad. Le gustaba ir a por agua con su inseparable marido a la Fuente la Umbría y como sus dos hermanas hablaba deprisa y sin parar. Amontonaba las palabras para soltar su mejor animalá. Conocía y practicaba como nadie el ganchillo, oía la novela en su transistor cubierto de cuero agujereado y al abrir su monedero de cremallera lo primero que aparecía era una pequeña cruz negra y plateada que su nieta aún conservaba. Pasaban juntas tardes como ésta en la salita. La salita en realidad era un coche viejo con el motor roto pero bien conservado en todo lo demás que tenían aparcado al lado de casa. Ángela se sentaba delante y su abuela detrás. La primera jugaba a conducir, cambiaba de marcha, aceleraba y giraba el volante a toda velocidad como si en verdad fueran a derrapar. No faltaba la imitación de todos esos sonidos en su boca de niña. Y la segunda, escuchaba la radio y pacientemente hacía ganchillo mientras observaba a su nieta recorrer las carreteras de la comarca sin moverse del sitio. Detrás había una pequeña higuera que daba unos pocos frutos exquisitos. No hay nada como esas pequeñas y primeras vivencias: “El calor de aquel juguete inmóvil que llenó de emociones mis recuerdos” se dijo. “Aún lo siento y han pasado más de treinta años”… coleteó.

Hay tardes calurosas que remueven por dentro: Abren habitaciones cerradas, cruzan pasillos oscuros, desconchan paredes y agujerean tejados hasta dejar entrar el agua. Tardes de nostalgia.

Pronunció con los ojos cerrados unos versos de Rilke:

“Tal es la nostalgia
Vivir sobre las olas y no tener jamás asilo en el tiempo…”

Pensó en cómo estaba viviendo y revisó, como solo puede hacer desde el inconsciente, en un milisegundo, las vidas de todas las personas que de una forma u otra había conocido. Comparó con la suya, sobre todo con sus lamentos. Tardes de nostalgia.
Primero fue solo una emoción, en pocos minutos se convirtió en pensamiento. Afirmó: “¡Qué pocas personas, incluida yo, no se quejan, no les falta o les sobra, no creo conocer a nadie que no tenga alguna grieta aunque cueste encontrarla!”

Entonces se pregunto por qué. Homo Quejus y sonrió. Nostalgia de qué, quizá de lo perdido…

Se asustaba cuando se sentía así. Una ansiedad fuerte y melancólica la inundaba como a la tierra el agua que viene de la acequia después de darle las reglamentarias vueltas al tarugo y esperar. Cuando le ocurría esto se ponía tan nerviosa que sin querer acrecentaba cada vez más su sufrimiento. “La pescadilla que se muerde la cola” se dijo mientras practicaba ejercicios de relajación a través de la respiración. En pocos minutos se quedó dormida.

Al despertar todo lo sentido había desaparecido. Recordó entonces la conversación con uno de sus amantes sobre lo que él llamaba el Efecto Veleta. Su funcionamiento era sencillo: Tan pronto sientes que estás en el norte y al rato sientes que estás en el sur.
Ángela no tenía muy clara la diferencia entre ser y estar. A veces estás dónde no eres y otras eres dónde no estás. Y la mejor, ser donde estés. “¡Qué lío!” dijo en un susurro.

Se levantó del sofá y se fue a la ducha. El agua fresca recorría su piel, se deslizaba despacio y luego deprisa al contacto con el jabón. La cara, el cabello, el cuello, la espalda, los brazos, el sexo, el trasero y las piernas hasta llegar a los pies y vuelta a empezar. Así hasta que dejó de ser placer. Pasó un buen rato. No les cuento más.

El sol se estaba escondiendo y como una vampiresa renacía de entre las cenizas, le apetecía todo y a la vez. Como en un eco volvían débiles algunas emociones de esa tarde advirtiéndole que todavía andaban sueltas entre pasillos y habitaciones. No les hizo caso.

Sintió alegría y no quiso pensar más.

Salió de su casa andando, sin dirección concreta, caminó y caminó sonriendo todo el rato, solo un recuerdo que en pocos minutos se convirtió en emoción acudió a su cabeza: la voz de su abuela diciéndole: ¡Ángela, Ángela! ¿Nos vamos a la salita?

Y siguió caminando y sonriendo.

domingo, 8 de junio de 2008

La Cabeza

La cabeza nunca calla. Ni siquiera cuando dormidos nos lo parece. Ni siquiera cuando callados nos encontramos con el silencio. La cabeza no para, como el globo terráqueo siempre está en movimiento. No para ni siquiera cuando queremos que pare. Es extraordinaria la mente humana… ni un solo segundo sin percibir. Cansa solamente pensarlo y a la vez es una maravilla poseer una herramienta tan valiosa. Sirve para mirar y a veces ver, sirve para oír y a veces escuchar, sirve para comprender y a veces entender, sirve para pensar y a veces llegar a alguna conclusión, sirve para aprehender y a veces sentir, sirve para encontrar emociones y deseos y a veces saber qué hacer con ellos, sirve para recordar y a veces para aprender de lo vivido, sirve para recibir y aunar todos los sentidos y a veces para disfrutar de alguno, sirve para razonar y a veces para conseguir razones por las que vivir, sirve para amar y a veces conseguir ser amado, sirve para sentirse muchos y a veces para encontrarse con uno, sirve para decidir y a veces para acertar, sirve para construir y a veces para crecer, sirve para comunicar e intimar y a veces para que llegue un verdadero mensaje, sirve para viajar y a veces encontrar el lugar apropiado, sirve para ganarse la vida y a veces entender que la vida no se gana, sirve para buscar caminos y a veces para encontrar cada uno el suyo, sirve para gobernar nuestras vidas y a veces somos gobernados, sirve para poder vivir en paz con los demás y a veces lo consigue, sirve para alcanzar el bienestar y a veces lo alcanza.
La cabeza es una herramienta infinita que conocemos un poco que es mucho. De ese poco, muy pocos nos enseñan a entender cómo funciona, ni siquiera, lo importante que es entender sus movimientos para poder desarrollar de una forma sana la vida. Pareciera que se da por sabido, como si se tratase de una información de telediario. En otros tiempos ni padres ni escuelas ni gobernantes hablaban de drogas o de sexo. Con la cabeza pasa algo parecido, todo el mundo sufre las consecuencias de su desconocimiento (ansiedad, depresión, infelicidad, angustia, sufrimiento, vacío…) y muy pocos se dan cuenta de que es necesario el autoconocimiento para manejar lo mejor posible nuestra más eficiente herramienta. Curiosamente lo dicho no es nada nuevo, hace ya muchísimos siglos que otros hombres ya lo enunciaron. Tengo la impresión de que el aprendizaje humano es como un gran rompecabezas con piezas diseminadas a lo largo y ancho de espacios y tiempos. El que tiene suerte y las circunstancias le acompañan coge muchas fichas del paisaje hasta casi poder verlo ó incluso imaginarlo, otros con menos suerte cogen unas pocas fichas y consiguen ver un árbol o una figura, y otros, quizá en el peor de los casos, no tienen al alcance ni una sola ficha que coincida con otra hasta construir alguna figura legible. Estos últimos están bien jodidos. Lo peor es que son la mayoría en el mundo. Esos que no tienen ni la más mínima oportunidad. Los hay en todos los continentes, pero ya imaginarán en cuáles están -iba a decir viven- la mayor parte.
Es una gran injusticia para un ser humano que se mutile o anule su camino hacia el conocimiento. Es convertir a una persona en masa. En la historia los poderes lo han intentado siempre. Y hoy, en el siglo veintiuno, también. El éxito social como el código de valor supremo es el mejor ejemplo de nuestra propia trampa. Y aquí caemos todos sin excepción: ¿Quién no idolatra al jugador de fútbol, tenista, piloto, famoso y rico, a la estrella de cine, al famoso de fiesta en fiesta, al intelectual convertido en todo saber, al cantante que nos encanta, al artista que más nos gusta o ha hecho historia, al millonario, al poderoso…?
Quede claro que no me refiero al conocimiento intelectual -que también- sino al conocimiento de nuestro mundo interior -en su mayor parte emocional- porque es el eje que sostiene nuestro bienestar. La cabeza lo contiene todo, al menos todo lo que a nosotros nos mueve o nos paraliza, nos duele o nos da placer, nos lleva de la satisfacción a la insatisfacción, nos da sentido o vacío.
No habría pues que enseñar desde las familias, colegios, institutos y universidades a padres, profesores y alumnos cómo funcionamos por dentro. Nos enseñan historia, matemáticas, gramática y literatura, biología y geología, física y química, religión… pero no nos ayudan a conocer los sentimientos, las tendencias, las pasiones, los deseos, la razón, los pensamientos, las relaciones, el amor, el enamoramiento, los sueños, el dolor, el sufrimiento, la culpa, el placer, la satisfacción, la realidad, la fantasía…
Quizá por eso los libros de autoayuda se han convertido en los más vendidos, con cifras millonarias y traducciones a numerosos idiomas. Títulos que te venden los pasos o la pócima para alcanzar la felicidad. Algunos mienten, otros invitan a la reflexión y unos pocos ayudan a mirar un poco más allá.
Lo mismo ocurre con terapias y prácticas orientales tan de moda en los últimos años que invitan al misticismo y a la felicidad siguiendo sus prácticas: el yoga, la meditación, el taichí, el reiki, el chikung, la acupuntura, los masajes tántricos, el quiromasaje, el shiatsu… todas ellas invitan a su práctica con una promesa clara, vivir más sano, sentirse bien, vivir mejor.
¿Qué hay de verdad y de mentira en todas estas prácticas y lecturas?
No seré yo quien conteste a esta pregunta, cada uno en su experiencia tendrá la suya.
Lo sí cierto es la gran demanda de ayuda para aprender a vivir mejor, de una forma más satisfactoria. Cabría aquí una respuesta: Nos estamos olvidando de algo verdaderamente importante cuando se habla de educar.
Habrá pues que aprender para enseñar. ¿No creen?

lunes, 2 de junio de 2008

Bailando entre caricias y miedos


Miguel se preguntaba cuando sintió por primera vez esa extraña sensación de alegría mientras giraba y giraba al ritmo de la música. Pero su memoria no tenía tanta precisión. Esta pregunta se la hacía cada vez que no sentía ganas de bailar: ¿Por qué a veces nos lanzamos cautivos de los ritmos y otras, no hay forma de abrazar la emoción que escoge la música para que encuentre nuestros cuerpos, hasta danzar libres disfrutando?
Aquella tarde, conmovido por notas llenas de recuerdos y en la intimidad de su casa, había conseguido sentir la música hasta que su cuerpo comenzó a moverse dispuesto a todo. Sintió un poco de miedo, el descontrol casi siempre lo produce, parecía que no era él mismo, porque algo dentro de sí que no alcanzaba a reconocer lo movía con deleite como si de una marioneta se tratara. Bailó y bailó sin parar durante horas hasta que rendido y alegre se dejó caer sobre la cama.
Al contacto con la almohada percibió la fragancia de otro cuerpo, los dos danzaron entre las sábanas la noche anterior y lloró como un niño desamparado.
Dicen que el tacto, el roce con otra piel, en los primeros homínidos fue el primer lenguaje, la primera comunicación. De ahí nació el primer sentimiento. Y a partir de ahí, a lo largo de la historia, las personas hemos ido aumentando ó disminuyendo ese lenguaje dependiendo de la moral y costumbres reinantes en cada época.
Pensó en la relación del baile con el tacto, con la propia percepción del cuerpo, como en sus movimientos cada músculo, cada articulación, cada extremidad, acariciaba a las otras partes del cuerpo generando sensaciones de disfrute profundo e íntimo como los secretos. Se imaginó haciendo el amor consigo mismo y sonrió desde el pensamiento más loco y picante. Con una cierta vergüenza vio, como tantas veces, los imaginarios ojos de los demás juzgando su cordura o su locura.
¡Cuánto daño pueden hacer esos ojos a veces reales y muchas más imaginarios! Espetó en medio del salón.
Condicionar toda una vida, cada decisión, cada pensamiento, cada duda, cada movimiento. Danzar al ritmo de las emociones: culpa, vergüenza, alegría, júbilo, tristeza, aprobación. Miedo en definitiva o valentía según el caso. Volubles en un baile, dejándote llevar a cada paso por todos esos otros ojos que en su mayor parte son uno mismo, aún así se sienten ajenos y marcan los ritmos. A veces desenfrenados, otras lentos, agudos, graves, melodías o acompañamientos… Ni siquiera la mayoría existen salvo en nuestra más profunda y enraizada imaginación. Pero ahí están, marcando cada paso, haciéndonos girar cuando en el fondo queremos estar quietos o paralizándonos cuando en verdad queremos movernos.
¿Cómo sentir que eliges con el miedo bajándote los pantalones, con los otros mirándote y siempre juzgándote?
Solo se puede ser libre cuando uno conoce muy bien a sus compañeros de baile, se dijo ensimismado.
A los pocos minutos se levantó de un salto, como una rana lanzándose a la corriente del río, fue a su escritorio, sacó una carpeta donde tenía notas y textos que archivaba como oro en paño. Buscaba uno, especialmente uno que entonaba de memoria como orando, las
palabras
se le

caían como pétalos de flores sobre la tierra. Buscó un buen rato y no lo encontró, pero entre tantas palabras quedaron entre sus manos éstas del laberinto: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir trabajo, sino que primero has de evocar en los hombres el anhelo por el mar”(Antoine de Saint-Exupéry). Pensó en la palabra evocar, le encantaba esa palabra y también el mar. Pensó: El mar siempre baila, nos trae a la memoria sonidos ancestrales y flotando en él nos acaricia el cuerpo como en un rito. Bailar en el mar y en el miedo de la noche, oscura y fría, sin luz de luna.
Todo parecía tener sentido a la luz del día, a salvo, sin miedos ni lados oscuros.
Volvió al principio y pensó en la piel, en el tacto e imaginó a hombres, mujeres y niños de hace miles de años acariciándose con la mano, con los labios, con el pecho, con las piernas. Su calor. Y dijo en voz alta: Estaban vivos, muy vivos. Pensó en la frialdad de la muerte. Calor acariciando el frío. Frío calor, frío frío, calor calor.
Volvió a dejarse caer sobre la cama, al rato se quedó dormido. Suele ocurrir cuando uno piensa y no encuentra respuestas.
Dos horas después despertó con un sueño entre los dientes: Dos cuerpos danzando entre las sábanas, brotaban emociones como notas de colores en un pentagrama. Y de cada cuerpo otros dos y así sucesivamente. Cuerpos, cuerpos y cuerpos como sombras tocándose, acariciándose desde el principio de los tiempos.
Pensó en cada cuerpo entre sus manos, también en las manos que acariciaron su cuerpo y se volvió a dormir de puro sosiego.

Quizá el Sentido

Todos son palabras: relatos, artículos, opiniones, poemas...
Para todos aquellos que disfruten de lo evocado.
Para todos aquellos que crean en la reflexión y en el diálogo para crecer.
Para todos aquellos que se diviertan creando algo nuevo.