domingo, 29 de junio de 2008

La Caña

Érase una vez un árbol grande y robusto, vivía a la orilla de un río caudaloso que atravesaba de punta a punta el Valle del Aire. Le llamaban así porque era una zona de vientos constantes que lo recorrían, entre altas montañas verdes y frondosas, creando una especie de tubo natural que canalizaba la fuerza del aire multiplicándola.
A unos pocos metros del árbol vivía una caña larga y estrecha, muy cerca del agua como es natural.

Durante años, cada vez que una pequeña brisa mecía la caña, el árbol se encargaba de hacerle ver su debilidad y fragilidad.
Durante años, cada vez que una brisa mecía la caña, el árbol se encargaba de hacerle ver su debilidad y fragilidad.
Durante muchos años, cada vez que un viento movía la caña hacia el suelo, el árbol se encargaba de hacerle ver su fragilidad y debilidad.
Durante muchos años, cada vez que un viento fuerte movía la caña hasta casi rozar el suelo, el árbol se mofaba de ella y le hacía ver su fragilidad y debilidad.

Pasaron muchos años, ambos habían nacido el mismo día, el árbol creció mucho y el grosor de su tronco no alcanzaba a rodearse con los brazos. La caña se hico larga y su grosor no pasó de dos centímetros.

Durante todos esos años el árbol se creyó muy fuerte, ningún viento había conseguido más que mover algunas de sus ramas más delgadas, a la caña, sin embargo, cualquier viento pequeño la mecía con poca oposición.

Pero llegó un día en el que el cielo del Valle se cubrió de un marrón intenso y un huracán arrasó todo lo que se encontró por delante. La caña tocó el suelo por primera vez en su vida, los arbustos volaban, los tejados de las casas también. Solo el árbol se mantenía en pie… hasta que sus raíces movieron la tierra y el viento lo arrancó de cuajo lazándolo al río que se lo llevó corriente abajo. La caña lo vio todo pegada al suelo.

Cuando el huracán pasó la caña volvió a su posición de siempre, el árbol desapareció en el océano.

Hacía unos pocos días que le habían contado ese cuento, desconocía su verdadero título y autor, aún así, se atrevió a redactarlo y lo envió por correo a alguno de sus amigos. Le habían cautivado algunas ideas: Fortaleza, fragilidad, debilidad… se desprendían de su significado.
Pensó que durante toda su vida había creído que ser fuerte era igual a ser árbol, cuando en realidad la flexibilidad era una cualidad mejor para enfrentarse a las realidades de la vida, como nos demostraba el cuento.
También pensó en todos los años que aquella caña escuchando y viendo a ese increíble árbol se había sentido frágil y débil cuando en verdad era profundamente fuerte adaptándose a cada circunstancia según los vientos que corrían por el valle, para al final siempre quedar en pié.

Manuel tenía cincuenta años y siempre había optado por sentirse árbol. Pero desde que le contaron este cuento creyó profundamente que habría de ser como una caña. En un instante se dio cuenta: muchos años de sufrimiento sintiéndose un ser débil y frágil siempre comparándose con personas que para él eran árboles grandes, altos y fuertes. Pensó en cuanto daño le había causado una idea, no, mejor, cuanto daño le había causado un ideal.

De pronto un pensamiento hondo recorrió sus adentros, como en el cuento el viento recorría todo el valle, de punta a punta lo movió todo. Una emoción desconocida le abrió los ojos de golpe: Siempre quiso ser y sentirse árbol, nunca comprendió sentirse caña. Desde siempre había vivido realidades demasiado duras o sentido demasiado miedo para permitir vivirse como una frágil y débil caña. Creerse árbol le había protegido de todas y cada una de las duras inclemencias de un tiempo humano. ¿Pero hasta qué punto esa fuerza artificial no había destruido su mejor manera de percibir y sentir la realidad?

Llevaba demasiados años diciéndose:” Soy árbol… nada me afecta.” Y, en efecto, no dejó que nada le afectara hasta convertirse en un gran muro de contención. Duró muchos años como todo lo duro. Hasta que un día un viento brutal destruyó el muro, lo hizo añicos y todo lo que contenía quedó diseminado entre la cabeza y los pies. No supo bien qué quedó en la cabeza y qué en los pies. Todo su mundo se vino abajo, tocó el suelo convertido en trozos, quizá ahora era la primer vez que tocaba la tierra que pisaba a diario. Por primera vez se dio cuenta de que no le servía creerse fuerte, ni siquiera sentirlo, le servía ser fuerte, verdaderamente fuerte y ahora sabía muy bien que eso era igual a flexibilidad. El cuento del Árbol y la Caña parecía demostrarlo con toda claridad.

Manuel se levantó del suelo, recogió cada uno de los pedacitos y durante mucho tiempo colocó pacientemente cada uno de los trozos sobre sí mismo, el orden ya no era el mismo aunque él seguía reconociéndose.

Pasaron más de diez años y un día viajó a un valle de cuyo nombre no quiero acordarme, era verano y paseaba por la orilla del río cuando se encontró una hermosa caña, a su lado un hermoso roble y un poco más arriba un dique de contención. Hacía mucho calor. De pronto una brisa movió las hojas del roble, la caña y su cabello. Miró el muro y se lanzó al agua, sintió la frescura del agua cristalina en movimiento y pensó de inmediato en el río de la vida.
Por primera vez, en medio siglo, tuvo la sensación de haber aprendido algo valioso.

domingo, 22 de junio de 2008

Borrunes y el Árbol de los Secretos

Ha llegado el verano y con él las celebraciones de San Juan: Verbenas, hogueras, mojarse en el mar… En Buñol es tradición la Verbena de Borrunes. Nunca había ido pero el pasado viernes estuve allí. Lo primero que pensé fue lo hermoso que es ese parque tan poco usado según decían. Escuché recordar los muchos recreos que pasó un chico hace años en ese lugar, sentado entre árboles centenarios, hiedra, hierba gallina y algún que otro rosal. Me encantó ese lugar. Auguro que en algunos años será un lugar de peregrinaje turístico.
Lo tiene todo: un puente, un barranco, una fuente, viejos y nuevos árboles y arbustos, bancos donde sentarse por todo su entorno, escaleras, escenario, rincones secretos, parque… Y lo mejor, está pegado al Castillo y cerca de cualquier punto. A mi me parece un lugar emblemático y con mucho futuro. De mes en cuando al chico le gustaba recorrerlo asomarse al barranco y esconderse dentro del árbol de los secretos. Está a la derecha antes de llegar a la fuente.

Buñol parece que tiene muchos secretos, hace muchos años otros lo descubrieron y supieron disfrutarlos. Los secretos que unos por desconocimiento y otros por habitualidad no han sabido descubrir a los demás ni quizá a si mismos para compartir. Parece obvio pero no lo es.

Para los que son de Buñol todos sus parajes son algo cotidiano, han crecido en ellos y quizá no se han dado cuenta del todo de su verdadero valor. Los que no son de Buñol no conocen el pueblo excepto por la Tomatina, las Bandas de Música, la Cementera y algunos que otros negocios tradicionales(Talleres Mecánicos, Papeleras…). Todas las personas de otros sitios que llevó ese chico, todas sin excepción se extrañaron, en ningún caso coincidía la idea que tenían del lugar con la que se construía al ir conociéndolo en la realidad. La verdad es que estas experiencias, a priori gratificantes, ahondando en ellas se convirtieron a lo largo de los años en una cierta sensación de falta o ausencia. Falta conocimiento y difusión del entorno y una clara ausencia de infraestructuras para el disfrute turístico. Así lo sentía aquel chico.

Al meterme en el Árbol de los Secretos fueron saliendo todos aquellos lugares que otros disfrutaron. Me cuenta que echa de menos el balneario del Hortelano, el merendero del Ciprés y del río Juanes, la Jarra, los conciertos en la Violeta y en la Cueva Turche. Hecha de menos un Castillo lleno y vivo. Hecho de menos las calles llenas de paseantes…

Lo curioso es que cualquier evento que se programe en Buñol con un mínimo de publicidad, calidad y popularidad tiene una gran respuesta en participantes y visitantes. Se le ocurre que todos los actos que se celebran en el año en el pueblo podrían tener una interrelación con el turismo y con la necesidad de dar a conocer el entorno y sus posibilidades que no son pocas. Un buen nivel de coordinación entre las diversas áreas: música, cine, teatro, feria del comercio, mercado medieval, las Fiestas y la Tomatina, las Pascuas… con un criterio claro: Dar a conocer los secretos- que no son más que todo esos lugares que conforman esa tierra y su cultura- sería una excelente forma de dar una respuesta al dinamismo social y económico que el pueblo necesita.
He viajado por casi toda la geografía nacional y he visto pueblos que han conseguido, con menos cualidades naturales que éste, ser un foco de interés turístico con resultados verdaderamente espectaculares. Las ventajas son muchas y los perjuicios muy pocos. Aunque tengo la sensación que los prejuicios si son muchos.

He hablado como un loco con el Árbol de los Secretos durante toda la noche, al principio no confiaba en mí, pero poco a poco y coincidiendo con la soledad y el silencio de la noche, lo convencí, sacó sus raíces que yo creía inamovibles y conmigo en su interior echó a volar.¡Qué experiencia sobrevolar Buñol y sus secretos!

Salimos desde Borrunes y comenzamos en el Castillo, recorrimos sus calles como fantasmas de otros tiempos, seguimos por Gila y la carretera del Cuco, el Roquillo, el Alto Jorge, en San Luis bebimos de su manantial, la Jarra, el Monte la Cruz, el Puente Natural, el Barranco de Carcalín, el Río Juanes, la Condesa, el Collado Umán, Pardenillas, la Casa del Maestro Penella hasta la Fuente la Umbría, las Moratillas, el Fresnal y el barranco del Quisal hasta el nacimiento del río. Descansamos en Mijares sentados yo con los pies colgados y él con las raíces, sentados en el puente.

Volvimos por Yátova hasta la Cueva las Palomas, Turche, el Planell, la Paransa, el Cementerio y por el Gallo subimos a Monedi parando unos segundos en la Faquirola, bajamos por La Cabrera hasta la Plaza de la Venta y volvimos por la plaza del Castillo a Borrunes.

Ya estaba amaneciendo y había estado hablando toda la noche con un árbol. Le conté mis secretos y él me contó los suyos.

Ahora estoy tumbado en una camilla inmovilizado con dos correas dentro de una ambulancia en dirección a Valencia. Creen que estoy loco.

Les repito mil veces lo que me ha ocurrido y no me creen. Les he repetido cada itinerario, cómo comenzó el viaje, los tiempos y lugares, el número de estrellas, el estado de la luna, el nombre de la Reina de las Fiestas, quién ganó el Concurso y los Jamones, hasta los números que salieron y nada, no me creen.

Al final se me ha ocurrido decirles la verdad, se que con ella se va a todas partes: Soy un gorrión, vivo en el viejo cauce del río Turia, comí paella el sábado pasado, restos que dejaron dos ciclistas que hablaban de Buñol, decidí ir a visitar el pueblo, les oí hablar del Árbol de los Secretos y de la Verbena de San Juan en Borrunes. También de todo el potencial de esta población tan cercana a Valencia, por lo que entendí, solo le faltaba mar. Decidí irme allí y ver todo aquello, conocí al Árbol de los Secretos y nos fuimos los dos a visitar todos los lugares que nombraron durante la comida. Tenían razón todo aquello era verdaderamente hermoso.

Tampoco me creyeron.

Ni se les ocurra contar sus secretos ni decir la verdad.

Hay gente tan incrédula.

domingo, 15 de junio de 2008

La Salita

Era una tarde calurosa del mes de Junio, el mes de Mayo y los principios de éste habían sido los más lluviosos en muchos años y con temperaturas relativamente bajas para esta época del año. Ángela sentía en su cuerpo el efecto de los primeros calores. Sentada frente a su libreta dibujaba líneas paralelas que se cruzaban con la imprecisión del pulso. Le gustaba recorrer sus páginas gruesas y amarillentas con lentitud, apreciando cada sonido pegado al tacto, cada forma salía libremente, sin roce alguno con el pensamiento. Siempre le ocurría los mismo, cada vez que deslizaba el lápiz por aquellas páginas recordaba su infancia y en especial a su abuela materna. Fue ella quién le regaló la libreta, tenía ocho años. A los pocos años la perdió.

La recordaba especialmente alegre, corpulenta e inseparable de su delantal. Fue una mujer fuerte que murió relativamente joven de una larga enfermedad. Le gustaba ir a por agua con su inseparable marido a la Fuente la Umbría y como sus dos hermanas hablaba deprisa y sin parar. Amontonaba las palabras para soltar su mejor animalá. Conocía y practicaba como nadie el ganchillo, oía la novela en su transistor cubierto de cuero agujereado y al abrir su monedero de cremallera lo primero que aparecía era una pequeña cruz negra y plateada que su nieta aún conservaba. Pasaban juntas tardes como ésta en la salita. La salita en realidad era un coche viejo con el motor roto pero bien conservado en todo lo demás que tenían aparcado al lado de casa. Ángela se sentaba delante y su abuela detrás. La primera jugaba a conducir, cambiaba de marcha, aceleraba y giraba el volante a toda velocidad como si en verdad fueran a derrapar. No faltaba la imitación de todos esos sonidos en su boca de niña. Y la segunda, escuchaba la radio y pacientemente hacía ganchillo mientras observaba a su nieta recorrer las carreteras de la comarca sin moverse del sitio. Detrás había una pequeña higuera que daba unos pocos frutos exquisitos. No hay nada como esas pequeñas y primeras vivencias: “El calor de aquel juguete inmóvil que llenó de emociones mis recuerdos” se dijo. “Aún lo siento y han pasado más de treinta años”… coleteó.

Hay tardes calurosas que remueven por dentro: Abren habitaciones cerradas, cruzan pasillos oscuros, desconchan paredes y agujerean tejados hasta dejar entrar el agua. Tardes de nostalgia.

Pronunció con los ojos cerrados unos versos de Rilke:

“Tal es la nostalgia
Vivir sobre las olas y no tener jamás asilo en el tiempo…”

Pensó en cómo estaba viviendo y revisó, como solo puede hacer desde el inconsciente, en un milisegundo, las vidas de todas las personas que de una forma u otra había conocido. Comparó con la suya, sobre todo con sus lamentos. Tardes de nostalgia.
Primero fue solo una emoción, en pocos minutos se convirtió en pensamiento. Afirmó: “¡Qué pocas personas, incluida yo, no se quejan, no les falta o les sobra, no creo conocer a nadie que no tenga alguna grieta aunque cueste encontrarla!”

Entonces se pregunto por qué. Homo Quejus y sonrió. Nostalgia de qué, quizá de lo perdido…

Se asustaba cuando se sentía así. Una ansiedad fuerte y melancólica la inundaba como a la tierra el agua que viene de la acequia después de darle las reglamentarias vueltas al tarugo y esperar. Cuando le ocurría esto se ponía tan nerviosa que sin querer acrecentaba cada vez más su sufrimiento. “La pescadilla que se muerde la cola” se dijo mientras practicaba ejercicios de relajación a través de la respiración. En pocos minutos se quedó dormida.

Al despertar todo lo sentido había desaparecido. Recordó entonces la conversación con uno de sus amantes sobre lo que él llamaba el Efecto Veleta. Su funcionamiento era sencillo: Tan pronto sientes que estás en el norte y al rato sientes que estás en el sur.
Ángela no tenía muy clara la diferencia entre ser y estar. A veces estás dónde no eres y otras eres dónde no estás. Y la mejor, ser donde estés. “¡Qué lío!” dijo en un susurro.

Se levantó del sofá y se fue a la ducha. El agua fresca recorría su piel, se deslizaba despacio y luego deprisa al contacto con el jabón. La cara, el cabello, el cuello, la espalda, los brazos, el sexo, el trasero y las piernas hasta llegar a los pies y vuelta a empezar. Así hasta que dejó de ser placer. Pasó un buen rato. No les cuento más.

El sol se estaba escondiendo y como una vampiresa renacía de entre las cenizas, le apetecía todo y a la vez. Como en un eco volvían débiles algunas emociones de esa tarde advirtiéndole que todavía andaban sueltas entre pasillos y habitaciones. No les hizo caso.

Sintió alegría y no quiso pensar más.

Salió de su casa andando, sin dirección concreta, caminó y caminó sonriendo todo el rato, solo un recuerdo que en pocos minutos se convirtió en emoción acudió a su cabeza: la voz de su abuela diciéndole: ¡Ángela, Ángela! ¿Nos vamos a la salita?

Y siguió caminando y sonriendo.

domingo, 8 de junio de 2008

La Cabeza

La cabeza nunca calla. Ni siquiera cuando dormidos nos lo parece. Ni siquiera cuando callados nos encontramos con el silencio. La cabeza no para, como el globo terráqueo siempre está en movimiento. No para ni siquiera cuando queremos que pare. Es extraordinaria la mente humana… ni un solo segundo sin percibir. Cansa solamente pensarlo y a la vez es una maravilla poseer una herramienta tan valiosa. Sirve para mirar y a veces ver, sirve para oír y a veces escuchar, sirve para comprender y a veces entender, sirve para pensar y a veces llegar a alguna conclusión, sirve para aprehender y a veces sentir, sirve para encontrar emociones y deseos y a veces saber qué hacer con ellos, sirve para recordar y a veces para aprender de lo vivido, sirve para recibir y aunar todos los sentidos y a veces para disfrutar de alguno, sirve para razonar y a veces para conseguir razones por las que vivir, sirve para amar y a veces conseguir ser amado, sirve para sentirse muchos y a veces para encontrarse con uno, sirve para decidir y a veces para acertar, sirve para construir y a veces para crecer, sirve para comunicar e intimar y a veces para que llegue un verdadero mensaje, sirve para viajar y a veces encontrar el lugar apropiado, sirve para ganarse la vida y a veces entender que la vida no se gana, sirve para buscar caminos y a veces para encontrar cada uno el suyo, sirve para gobernar nuestras vidas y a veces somos gobernados, sirve para poder vivir en paz con los demás y a veces lo consigue, sirve para alcanzar el bienestar y a veces lo alcanza.
La cabeza es una herramienta infinita que conocemos un poco que es mucho. De ese poco, muy pocos nos enseñan a entender cómo funciona, ni siquiera, lo importante que es entender sus movimientos para poder desarrollar de una forma sana la vida. Pareciera que se da por sabido, como si se tratase de una información de telediario. En otros tiempos ni padres ni escuelas ni gobernantes hablaban de drogas o de sexo. Con la cabeza pasa algo parecido, todo el mundo sufre las consecuencias de su desconocimiento (ansiedad, depresión, infelicidad, angustia, sufrimiento, vacío…) y muy pocos se dan cuenta de que es necesario el autoconocimiento para manejar lo mejor posible nuestra más eficiente herramienta. Curiosamente lo dicho no es nada nuevo, hace ya muchísimos siglos que otros hombres ya lo enunciaron. Tengo la impresión de que el aprendizaje humano es como un gran rompecabezas con piezas diseminadas a lo largo y ancho de espacios y tiempos. El que tiene suerte y las circunstancias le acompañan coge muchas fichas del paisaje hasta casi poder verlo ó incluso imaginarlo, otros con menos suerte cogen unas pocas fichas y consiguen ver un árbol o una figura, y otros, quizá en el peor de los casos, no tienen al alcance ni una sola ficha que coincida con otra hasta construir alguna figura legible. Estos últimos están bien jodidos. Lo peor es que son la mayoría en el mundo. Esos que no tienen ni la más mínima oportunidad. Los hay en todos los continentes, pero ya imaginarán en cuáles están -iba a decir viven- la mayor parte.
Es una gran injusticia para un ser humano que se mutile o anule su camino hacia el conocimiento. Es convertir a una persona en masa. En la historia los poderes lo han intentado siempre. Y hoy, en el siglo veintiuno, también. El éxito social como el código de valor supremo es el mejor ejemplo de nuestra propia trampa. Y aquí caemos todos sin excepción: ¿Quién no idolatra al jugador de fútbol, tenista, piloto, famoso y rico, a la estrella de cine, al famoso de fiesta en fiesta, al intelectual convertido en todo saber, al cantante que nos encanta, al artista que más nos gusta o ha hecho historia, al millonario, al poderoso…?
Quede claro que no me refiero al conocimiento intelectual -que también- sino al conocimiento de nuestro mundo interior -en su mayor parte emocional- porque es el eje que sostiene nuestro bienestar. La cabeza lo contiene todo, al menos todo lo que a nosotros nos mueve o nos paraliza, nos duele o nos da placer, nos lleva de la satisfacción a la insatisfacción, nos da sentido o vacío.
No habría pues que enseñar desde las familias, colegios, institutos y universidades a padres, profesores y alumnos cómo funcionamos por dentro. Nos enseñan historia, matemáticas, gramática y literatura, biología y geología, física y química, religión… pero no nos ayudan a conocer los sentimientos, las tendencias, las pasiones, los deseos, la razón, los pensamientos, las relaciones, el amor, el enamoramiento, los sueños, el dolor, el sufrimiento, la culpa, el placer, la satisfacción, la realidad, la fantasía…
Quizá por eso los libros de autoayuda se han convertido en los más vendidos, con cifras millonarias y traducciones a numerosos idiomas. Títulos que te venden los pasos o la pócima para alcanzar la felicidad. Algunos mienten, otros invitan a la reflexión y unos pocos ayudan a mirar un poco más allá.
Lo mismo ocurre con terapias y prácticas orientales tan de moda en los últimos años que invitan al misticismo y a la felicidad siguiendo sus prácticas: el yoga, la meditación, el taichí, el reiki, el chikung, la acupuntura, los masajes tántricos, el quiromasaje, el shiatsu… todas ellas invitan a su práctica con una promesa clara, vivir más sano, sentirse bien, vivir mejor.
¿Qué hay de verdad y de mentira en todas estas prácticas y lecturas?
No seré yo quien conteste a esta pregunta, cada uno en su experiencia tendrá la suya.
Lo sí cierto es la gran demanda de ayuda para aprender a vivir mejor, de una forma más satisfactoria. Cabría aquí una respuesta: Nos estamos olvidando de algo verdaderamente importante cuando se habla de educar.
Habrá pues que aprender para enseñar. ¿No creen?

lunes, 2 de junio de 2008

Bailando entre caricias y miedos


Miguel se preguntaba cuando sintió por primera vez esa extraña sensación de alegría mientras giraba y giraba al ritmo de la música. Pero su memoria no tenía tanta precisión. Esta pregunta se la hacía cada vez que no sentía ganas de bailar: ¿Por qué a veces nos lanzamos cautivos de los ritmos y otras, no hay forma de abrazar la emoción que escoge la música para que encuentre nuestros cuerpos, hasta danzar libres disfrutando?
Aquella tarde, conmovido por notas llenas de recuerdos y en la intimidad de su casa, había conseguido sentir la música hasta que su cuerpo comenzó a moverse dispuesto a todo. Sintió un poco de miedo, el descontrol casi siempre lo produce, parecía que no era él mismo, porque algo dentro de sí que no alcanzaba a reconocer lo movía con deleite como si de una marioneta se tratara. Bailó y bailó sin parar durante horas hasta que rendido y alegre se dejó caer sobre la cama.
Al contacto con la almohada percibió la fragancia de otro cuerpo, los dos danzaron entre las sábanas la noche anterior y lloró como un niño desamparado.
Dicen que el tacto, el roce con otra piel, en los primeros homínidos fue el primer lenguaje, la primera comunicación. De ahí nació el primer sentimiento. Y a partir de ahí, a lo largo de la historia, las personas hemos ido aumentando ó disminuyendo ese lenguaje dependiendo de la moral y costumbres reinantes en cada época.
Pensó en la relación del baile con el tacto, con la propia percepción del cuerpo, como en sus movimientos cada músculo, cada articulación, cada extremidad, acariciaba a las otras partes del cuerpo generando sensaciones de disfrute profundo e íntimo como los secretos. Se imaginó haciendo el amor consigo mismo y sonrió desde el pensamiento más loco y picante. Con una cierta vergüenza vio, como tantas veces, los imaginarios ojos de los demás juzgando su cordura o su locura.
¡Cuánto daño pueden hacer esos ojos a veces reales y muchas más imaginarios! Espetó en medio del salón.
Condicionar toda una vida, cada decisión, cada pensamiento, cada duda, cada movimiento. Danzar al ritmo de las emociones: culpa, vergüenza, alegría, júbilo, tristeza, aprobación. Miedo en definitiva o valentía según el caso. Volubles en un baile, dejándote llevar a cada paso por todos esos otros ojos que en su mayor parte son uno mismo, aún así se sienten ajenos y marcan los ritmos. A veces desenfrenados, otras lentos, agudos, graves, melodías o acompañamientos… Ni siquiera la mayoría existen salvo en nuestra más profunda y enraizada imaginación. Pero ahí están, marcando cada paso, haciéndonos girar cuando en el fondo queremos estar quietos o paralizándonos cuando en verdad queremos movernos.
¿Cómo sentir que eliges con el miedo bajándote los pantalones, con los otros mirándote y siempre juzgándote?
Solo se puede ser libre cuando uno conoce muy bien a sus compañeros de baile, se dijo ensimismado.
A los pocos minutos se levantó de un salto, como una rana lanzándose a la corriente del río, fue a su escritorio, sacó una carpeta donde tenía notas y textos que archivaba como oro en paño. Buscaba uno, especialmente uno que entonaba de memoria como orando, las
palabras
se le

caían como pétalos de flores sobre la tierra. Buscó un buen rato y no lo encontró, pero entre tantas palabras quedaron entre sus manos éstas del laberinto: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir trabajo, sino que primero has de evocar en los hombres el anhelo por el mar”(Antoine de Saint-Exupéry). Pensó en la palabra evocar, le encantaba esa palabra y también el mar. Pensó: El mar siempre baila, nos trae a la memoria sonidos ancestrales y flotando en él nos acaricia el cuerpo como en un rito. Bailar en el mar y en el miedo de la noche, oscura y fría, sin luz de luna.
Todo parecía tener sentido a la luz del día, a salvo, sin miedos ni lados oscuros.
Volvió al principio y pensó en la piel, en el tacto e imaginó a hombres, mujeres y niños de hace miles de años acariciándose con la mano, con los labios, con el pecho, con las piernas. Su calor. Y dijo en voz alta: Estaban vivos, muy vivos. Pensó en la frialdad de la muerte. Calor acariciando el frío. Frío calor, frío frío, calor calor.
Volvió a dejarse caer sobre la cama, al rato se quedó dormido. Suele ocurrir cuando uno piensa y no encuentra respuestas.
Dos horas después despertó con un sueño entre los dientes: Dos cuerpos danzando entre las sábanas, brotaban emociones como notas de colores en un pentagrama. Y de cada cuerpo otros dos y así sucesivamente. Cuerpos, cuerpos y cuerpos como sombras tocándose, acariciándose desde el principio de los tiempos.
Pensó en cada cuerpo entre sus manos, también en las manos que acariciaron su cuerpo y se volvió a dormir de puro sosiego.

Quizá el Sentido

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