domingo, 26 de abril de 2009

एल आर्ट दे Frío

La mayoría de las personas dedicamos mucho tiempo a un montón de estupideces y por el contrario, muy poco tiempo a las cosas verdaderamente importantes. Supongo que es un hecho del que pocos pueden deshacerse, suele ocurrir que la familia y la sociedad nos educan con la intención de adaptarnos de la mejor manera posible a la época en la que a cada uno le ha tocado vivir, probablemente pensando que si conseguimos un trabajo fijo y bien remunerado, una pareja estable, hijos y algunos amigos, todo nos irá mejor (se hace con aparente buena intención). Es una ley no escrita pero su poder es inmenso.
El problema quizá radica en la falta de conocimiento y de experiencia a la hora de tomar todas estas decisiones, con el añadido, reitero, de la presión familiar y social dispuesta a colocarnos obligadamente en una posición políticamente correcta. Ejemplos de los que se han salido de la línea hay muchos y obvios. No me extenderé aquí: personas sin pareja, sin hijos, sin trabajo ó con uno mal visto, sin estudios, etc. Ejemplos hay muchos más en el sentido contrario. El valor social se alcanza supuestamente en el éxito y el éxito es cumplir con unos cuantos baremos. Lo jodido es que todos parecemos necesitar un cierto reconocimiento, teñido de amor. Pero cabría aquí preguntarse por el interés inherente al amor. El amor con condiciones. Siempre las tiene. Lo llamativo es que esta cuestión en sí misma no es relevante, sencillamente es real y aceptable. Lo inaceptable es la hipocresía con la que vivimos a diario, disfrazando la verdad con verdades a medida, en definitiva, mentiras.
La imagen de esta semana es una obra de arte. Me la regaló Juan Aparisi, persona a la que considero buen amigo y un artista en todos los sentidos; todo un ejemplo de vitalidad y singularidad.
Me he tomado la libertad de fotografiar la obra buscando en el reflejo del cristal una doble imagen que se ajustara bien a las palabras que estoy vertiendo sobre el papel en blanco. Si se fijan verán dos ventanas, un sofá, una mesa de comedor y algunos detalles más del salón de una casa cualquiera dentro del cuadro. Dos imágenes, dos caras, dos varas de medir, dos realidades dentro de la irrealidad. La fantasía y la realidad en su combinación necesaria y a la vez compleja.
Cualquier arte decía Fromm “requiere conocimiento y esfuerzo”. También decía que “el proceso de aprender un arte puede dividirse convenientemente en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra, el dominio de la práctica. Y lo más importante: “¿Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio y que el amor, que “solo” beneficia al alma, pero que no proporciona ventajas en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no tenemos derecho a gastar muchas energías?”
Éste último interrogante es aplicable no solo al amor, también es preciso incluirlo en todos los aspectos esenciales del día a día: las relaciones de todo tipo, el autoconocimiento, la construcción del nido emocional, los valores más humanos, los puntos de referencia a los que mirar cuando se busca posiblemente el único fin indiscutible: Sentirse bien.
Muchas veces conseguirlo pasa por entender los fundamentos humanos y especialmente por respetar la singularidad de cada uno, sin juicios encubiertos por normas no escritas, tan destructivas que son capaces de agrietar los pilares fundamentales para el desarrollo y el crecimiento de los individuos, tanto personal como socialmente. Querer ser uno mismo y encontrar obstáculos sin cesar lleva a muchas personas a adaptarse y seguir la corriente hasta llenar sus vidas de puro vacío. La enfermedad más común de S.XXI es la ansiedad y la depresión. No están lejos de estos argumentos sus causas, aunque la complejidad del asunto hace pensar en la multiplicidad de factores que influyen en cada persona.
Habría que plantearse en la educación la importancia de aprender a vivir, conocerse a uno mismo y por extensión a los demás, entender el por qué, y el para qué, el cómo y el cuando, y sobre todo, responder a los problemas y conflictos del día a día en el desarrollo del niño-joven-adulto… que somos o hemos sido todos.
Decía Ortega y Gasset:”… el hombre quiere vivir y, porque quiere vivir, cuando el frío amenaza con destruirle, el hombre siente la necesidad de evitar el frío y proporcionarse calor…”
El autor se refiere al hombre primitivo; existen en nuestra sociedad actual muchas clases de frío y se hace difícil discernirlos o saber como darse o dar el calor necesario. ¿A qué pues habría que dedicar nuestros esfuerzos?
Para mí, sin duda, al ARTE de Vivir. Y necesariamente pasa por evitar el FRÍO y alimentar el calor, buscando la coherencia y el sentido. Y eso pasa por no dejarse llevar por la corriente. Habría que convencer a las personas para oponerse a lo que transmitimos como reglas obligatorias, convertidas en un sutil chantaje, la condición para ser aceptados en la tribu o en el grupo. En realidad, la mayoría de estas reglas son completamente intranscendentes e innecesarias, cuando no… grandes estupideces.
O algo así.

lunes, 13 de abril de 2009

तुवे मिएदो य एल पिरता también

Hace muchos siglos que conozco esa sensación, me decía el pirata Malapata. Estábamos navegando en círculos rodeando la isla de Tougnalu en el Mar del Norte, evitando un mal mayor: la tormenta más fuerte que jamás un marino ha vivido para contarla. Estuvimos juntos aquella noche… toda. Cuando los primeros rayos de sol despuntaron en el horizonte todo había cambiado. Pasamos de ser dos desconocidos que se conocían hace mucho a formar parte el uno del otro y estar unidos para siempre. Me salvó la vida.
No hay nada peor que el miedo extremo, decía borracho como una cuba. Hoy lo entiendo más que nunca, son días de incertidumbre, sueños rotos, edificios caídos, malas noticias repetidas, personas machacadas por una realidad material predominante, duros egoísmos, desamores y amistades que se convierten en mentiras. Intereses cruzados que chocan y dan como resultado traiciones muy dolorosas. De hecho, todo parecería inmensamente caótico y desagradable si la verdad fuera mentira y la mentira verdad.
Aquella noche pasamos mucho miedo el pirata y yo. Los rayos iluminaban la noche más oscura que nunca, el mar enfurecido acariciaba el velero con rabia elevándolo de proa a popa, de popa a proa y de barlovento a sotavento. La madera crujía ruidosa y cada arteria movía el corazón tan deprisa que ni siquiera pudimos vomitar. Puro miedo, pánico.
Me quedé paralizado mientras Malapata recorría cojeando y gritando por todo el barco: ¡Jua, jajajaja, jua, jajaaaaaaaaaaaaa… no podrás con nosotros, me encantas, no estoy en guerra contigo! Jamás he visto a un hombre en un estado tan dispuesto a afrontar su presente. Al verlo sencillamente lloré.
Al cabo de unos minutos giró su cabeza evitando mirarme con el parche en el ojo, me clavó su único ojo con una intensidad que atravesó el miedo convirtiéndolo en aventura, la oportunidad de luchar por lo más preciado, la vida. Me había dicho muchas veces que los seres humanos solo tenemos en verdad ese bien… y seguía diciendo siempre gritando: ¡Por eso hay que navegar de frente, recoger velas, coger el timón y ayudarse del vientooooooooooooooo… juajuajuajuajuajuajjaaaaaaaaaaaa!!!!!!
Hubo momentos en los que pude pensar, la única frase repetida fue: ¡Este hombre está completamente loco! Pero no lo estaba, de pronto y aquella misma noche, me di cuenta. Aquel hombre mutilado de tanta batalla con el mar, lo sentía, parecía tenerlo muy claro: ¿De qué sirve estar vivo si estás constantemente sintiendo miedo? No hay nada peor que el miedo a la vida, decía sin parar. Después siempre me contaba que una vez en las Galápago un viejo pirata inglés le dijo que alguien le dijo: ¿Qué es un mar sin olas, sin viento, sin tormentas, sin sal, si puestas de sol, sin amaneceres, sin corrientes, sin peces… y sin ron?
Cuando el primer mástil se partió como un palillo, aplastó a cinco hombres y rompió cinco metros de cubierta. La sangre se mezclaba con el agua y el viento salpicaba aquel mejunje hacia nuestras mejillas que ardían de miedo. Se olía a muerte, no recuerdo haberla sentido tan cerca nunca. La vela mayor se rasgó como la seda y voló como un globo de gas hacia el cielo. Se perdió como todos nosotros vamos perdiendo cada día. Malapata cortó de un golpe seco con su hacha la cuerda más gruesa y las velas se replegaron todas a una. Se subió al timón y lo acarició como si fuese un recién nacido. Seguía a las olas inmensas con la delicadeza que sigue el agua su propio cauce. Una gran ola lo zarandeó hasta hacerlo caer por las escaleras. Fue entonces cuando reaccioné, me levanté, despertando de una pesadilla que había durado toda mi vida, lo cogí de los brazos por detrás y lo levanté, sus labios sangraban y había perdido tres dientes en el tercer escalón. Llegamos al timón y allí pasamos la noche, deslizándonos sobre la crestas de las olas (“… vivir sobre las olas y no tener jamás asilo en el tiempo”), atados con cuerdas, sujetándonos uno a otro, como solamente ocurre cuando probablemente puedes perder la vida.
Superamos los dos aquella noche, todos los demás murieron en la bodega, excepto cinco en la cubierta y siete que, uno a uno, se los tragó el mar. No pudimos hacer nada. Cada uno elige donde se coloca en el barco. Malapata lo eligió por mí. Como ya dije me salvó la vida.
Desde entonces nunca más he dejado que otra persona elija mi sitio.
Cuando amaneció la mar rumoreó calma y nos dirigimos a la isla, ya podíamos entrar, a través de los arrecifes. Soltó el ancla y bajamos a tierra. Todas las cabañas estaban destrozadas, el aire olía a coco, cientos de ojos nos miraban atónitos, como si dos fantasmas salieran de la tormenta, de la mar atormentada.
Me dejé caer sobre la fina arena, cerré los ojos y dejé que el sol me acariciara, creí sentir por primera vez la vida entera y ya no tuve dudas, me enamoré de ella. También aprendí que ante las situaciones límite solo nos puede salvar el amor propio.
Malapata se dirigió hacia mí, me ofreció su mano y juntos bebimos y comimos hasta despertar después de quedarnos dormidos.

तुवे मिएदो य एल पिरता también

Hace muchos siglos que conozco esa sensación, me decía el pirata Malapata. Estábamos navegando en círculos rodeando la isla de Tougnalu en el Mar del Norte, evitando un mal mayor: la tormenta más fuerte que jamás un marino ha vivido para contarla. Estuvimos juntos aquella noche… toda. Cuando los primeros rayos de sol despuntaron en el horizonte todo había cambiado. Pasamos de ser dos desconocidos que se conocían hace mucho a formar parte el uno del otro y estar unidos para siempre. Me salvó la vida.
No hay nada peor que el miedo extremo, decía borracho como una cuba. Hoy lo entiendo más que nunca, son días de incertidumbre, sueños rotos, edificios caídos, malas noticias repetidas, personas machacadas por una realidad material predominante, duros egoísmos, desamores y amistades que se convierten en mentiras. Intereses cruzados que chocan y dan como resultado traiciones muy dolorosas. De hecho, todo parecería inmensamente caótico y desagradable si la verdad fuera mentira y la mentira verdad.
Aquella noche pasamos mucho miedo el pirata y yo. Los rayos iluminaban la noche más oscura que nunca, el mar enfurecido acariciaba el velero con rabia elevándolo de proa a popa, de popa a proa y de barlovento a sotavento. La madera crujía ruidosa y cada arteria movía el corazón tan deprisa que ni siquiera pudimos vomitar. Puro miedo, pánico.
Me quedé paralizado mientras Malapata recorría cojeando y gritando por todo el barco: ¡Jua, jajajaja, jua, jajaaaaaaaaaaaaa… no podrás con nosotros, me encantas, no estoy en guerra contigo! Jamás he visto a un hombre en un estado tan dispuesto a afrontar su presente. Al verlo sencillamente lloré.
Al cabo de unos minutos giró su cabeza evitando mirarme con el parche en el ojo, me clavó su único ojo con una intensidad que atravesó el miedo convirtiéndolo en aventura, la oportunidad de luchar por lo más preciado, la vida. Me había dicho muchas veces que los seres humanos solo tenemos en verdad ese bien… y seguía diciendo siempre gritando: ¡Por eso hay que navegar de frente, recoger velas, coger el timón y ayudarse del vientooooooooooooooo… juajuajuajuajuajuajjaaaaaaaaaaaa!!!!!!
Hubo momentos en los que pude pensar, la única frase repetida fue: ¡Este hombre está completamente loco! Pero no lo estaba, de pronto y aquella misma noche, me di cuenta. Aquel hombre mutilado de tanta batalla con el mar, lo sentía, parecía tenerlo muy claro: ¿De qué sirve estar vivo si estás constantemente sintiendo miedo? No hay nada peor que el miedo a la vida, decía sin parar. Después siempre me contaba que una vez en las Galápago un viejo pirata inglés le dijo que alguien le dijo: ¿Qué es un mar sin olas, sin viento, sin tormentas, sin sal, si puestas de sol, sin amaneceres, sin corrientes, sin peces… y sin ron?
Cuando el primer mástil se partió como un palillo, aplastó a cinco hombres y rompió cinco metros de cubierta. La sangre se mezclaba con el agua y el viento salpicaba aquel mejunje hacia nuestras mejillas que ardían de miedo. Se olía a muerte, no recuerdo haberla sentido tan cerca nunca. La vela mayor se rasgó como la seda y voló como un globo de gas hacia el cielo. Se perdió como todos nosotros vamos perdiendo cada día. Malapata cortó de un golpe seco con su hacha la cuerda más gruesa y las velas se replegaron todas a una. Se subió al timón y lo acarició como si fuese un recién nacido. Seguía a las olas inmensas con la delicadeza que sigue el agua su propio cauce. Una gran ola lo zarandeó hasta hacerlo caer por las escaleras. Fue entonces cuando reaccioné, me levanté, despertando de una pesadilla que había durado toda mi vida, lo cogí de los brazos por detrás y lo levanté, sus labios sangraban y había perdido tres dientes en el tercer escalón. Llegamos al timón y allí pasamos la noche, deslizándonos sobre la crestas de las olas (“… vivir sobre las olas y no tener jamás asilo en el tiempo”), atados con cuerdas, sujetándonos uno a otro, como solamente ocurre cuando probablemente puedes perder la vida.
Superamos los dos aquella noche, todos los demás murieron en la bodega, excepto cinco en la cubierta y siete que, uno a uno, se los tragó el mar. No pudimos hacer nada. Cada uno elige donde se coloca en el barco. Malapata lo eligió por mí. Como ya dije me salvó la vida.
Desde entonces nunca más he dejado que otra persona elija mi sitio.
Cuando amaneció la mar rumoreó calma y nos dirigimos a la isla, ya podíamos entrar, a través de los arrecifes. Soltó el ancla y bajamos a tierra. Todas las cabañas estaban destrozadas, el aire olía a coco, cientos de ojos nos miraban atónitos, como si dos fantasmas salieran de la tormenta, de la mar atormentada.
Me dejé caer sobre la fina arena, cerré los ojos y dejé que el sol me acariciara, creí sentir por primera vez la vida entera y ya no tuve dudas, me enamoré de ella. También aprendí que ante las situaciones límite solo nos puede salvar el amor propio.
Malapata se dirigió hacia mí, me ofreció su mano y juntos bebimos y comimos hasta despertar después de quedarnos dormidos.