domingo, 27 de septiembre de 2009

ला गैगंता देल सलतो देल Tigre

Tengo unos buenos amigos que están recorriendo en estos momentos algunos lugares de China: Yunan, Lijiang, Kunming… y ayer estaban en la Garganta del Salto del Tigre. Según escriben ellos: “La leyenda cuenta que un tigre consiguió escaparse del cazador saltando la garganta en su punto más estrecho”. El lugar como verán es precioso, así lo retratan desde su blog: “En la garganta hemos andando durante 3 horas pasando por puentes y escaleras de madera hechas a mano. No aptas para los que tienen vértigo”. La imagen que envían retrata mejor a que geografía se refieren.
Hoy les he escrito expresándoles mi envidia: Me hubiese gustado poder ver con ellos esos paisajes, esa cultura, sus gentes, subir escaleras de madera, escuchar antiguas leyendas, caminar hasta agotarme y dormir hasta abrir los ojos muy descansado, probar sabores inimaginables, oler el viento cargado de especias y aromas fuertes o delicados. Espiar sus rostros mientras sonríen, sus ojos cuando la luz, la roca, el verde, la tierra y la madera los llenan hasta el pleno sosiego, sus miradas cómplices conectadas por hilos invisibles que construyen el compañerismo y una sutil rivalidad que también contiene la amistad. Charlar y escribir cada noche para no olvidar los momentos más intensos y quizá la impecable forma de sentir al haber vivido y compartido caminos, sendas, grutas, lagos, ríos, mares, montañas, nieve… comida y bebida y alguna que otra intimidad o secreto.
Los viajes son momentos de vida previamente imaginados que se resuelven, como todo, una vez vividos. Así nacen, como expectativas, luego disfrutamos fantaseando, cargados de suficiente motivación para hacer realidad lo imaginado, partimos de un halo de aventura, del placer intenso de lo nuevo e imprevisible. También la compañía elegida provoca unas u otras posibilidades.
El resultado de cada viaje depende de muchos factores. A veces ponemos las expectativas demasiados altas, otras la compañía nos sorprende con los inconvenientes propios de cada individuo, otras nos encontramos con unas circunstancias negativas, tales como un robo, una avería, un error, o la dificultad con el lenguaje en todos los sentidos. Pero pese a los inconvenientes, que en la mayoría de casos escapan a nuestro control, hay viajes absolutamente memorables, aquellos que se quedan grabados como una experiencia plena, satisfactoria en todos sus sentidos. Si se analizan, uno observa como en realidad cada viaje depende muchísimo de la actitud propia y la de nuestros compañeros. Me vienen ahora a la cabeza los versos de Pessoa: “Quien nada espera todo lo que viene es grato”. Lo parafraseé hace algunos años al revés: Quién todo lo espera todo lo que viene es grato. Supongo que me entristeció profundamente el no esperar nada, me sonaba a muerte: La falta total de deseos.
Los momentos personales influyen decisivamente en la elección y desarrollo de un viaje, aunque sea al lugar más cercano imaginable. Cada uno busca en su viaje atender a sus deseos. Y los deseos, como todos sabemos, provienen de fórmulas tan complejas que incluso algunas son indescifrables. Por ello, cuando viajamos, tenemos que atender a los verdaderos motivos, creemos que vamos a descargarnos, pero olvidamos que las cargas personales se quedan en casa pocas veces. Cuando viajamos acompañados las cosas se complican, tendríamos que atender, no solo a nuestra actitud o estado de ánimo, sino a las circunstancias y actitudes de todos los que conforman el grupo. Al no mirar ni ver, muchas veces se generan conflictos graves con los demás, o en soledad de uno mismo, amargándote o amargándoles el viaje, o en el peor de los casos, las dos cosas a la vez.
Un tigre quizá-cuenta la leyenda- saltó la Garganta motivado por el miedo a ser presa del cazador, las personas saltamos por verdaderos precipicios mentales y emocionales motivados por miedos complejos, recriminaciones y auto-recriminaciones. Pasamos vértigos de más de cuatro mil metros sin levantarnos del sofá o de la cama. Nos pasamos la vida tratando de entenderla a la vez que la construimos. Todos los días nos preguntamos si estamos viviendo como queremos, o mejor, que nos falta para conseguir alcanzar cada uno su ideal. Lo penoso es que cada vez más el ideal se aleja de la realidad necesaria para convertirse en un tener superficial que no llena los vacíos. En la mayoría de casos incluso los incrementa. Es la fatal recompensa de un presente en el que vivimos tan deprisa y tan absortos en millones de mensajes que el exceso de información y su manipulación se oponen al desarrollo sano de la vida, su único resultado es que hipotequemos nuestras vidas con los deseos de otros.
La vida es un viaje. Un atractivo, emocionante y exclusivo viaje al que hay que dedicarle más atención, imaginación e inteligencia, no solo se disfruta el fin de semana o en vacaciones, el mayor compromiso debería estar en el día a día.

domingo, 13 de septiembre de 2009

पसंदों (डी)एल tiempo

Una vez escribí que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Entonces ya sabía que no somos eternos, la muerte había rozado mi puerta, pese a ser muy joven. También había abierto de par en par puertas de personas muy queridas e importantes para mí. Supongo que a todos nos pasa… no transcurre un solo año en el que alguien a quien amas, admiras o estimas no haya perdido la vida.
Pero la vida no se pierde solo con la muerte, son otros muchos factores a lo largo del tiempo los que van esculpiendo lo que somos. Pequeñas muertes que recogen el fruto de la vida o en su especial acepción, pequeñas muertes que dejan profundas huellas en nuestros adentros. Son el miedo, los fracasos, las decepciones, los desamores, los sinsentidos, la culpa, la nostalgia, los sueños rotos, los deseos frustrados, la enfermedad…
Todos ellas, pensamientos, valores y emociones al fin y a la postre, que van construyendo nuestras creencias arraigándolas en nuestra mente, esculpiendo la carne y desgarrando el alma si es que en la mente la hubiese.
Cada persona tiene, aún con muchas semejanzas, su proceso singular e intransferible. Rectifico, singular y muy transferible, aunque solo sea en parte. Cabría pensar ahora en la esencial influencia que tenemos los unos en los otros. Y es precisamente, todo lo que vivimos lo que conforma nuestra actitud ante la vida en todos sus aspectos. Me atrevería a decir que también ante la muerte.
Llegados aquí, convendrán conmigo, que es fundamental ser muy consciente de todos estos movimientos internos y sobre todo de sus consecuencias en la formación de lo que somos y de lo que hacemos. Su importancia es tan grande que de ello depende nuestro bienestar y seguramente, en buena parte, también el de las personas que forman nuestras familias y/o nidos emocionales.
Ejemplos hay muchos. Quién no ha pasado, al menos por un tiempo, por momentos muy bajos, a quién no se le ha muerto una persona muy querida o simplemente la ha perdido en vida por emociones que la razón o el sentido no alcanza a comprender. Quién no ha visto consumirse a un amigo, a una pareja, a un vecino o conocido, o a una familia completa sin razón aparente. Adicciones a la drogas, desde el alcohol a la cocaína, pasando por la soledad, la exclusión social, el trabajo, el dinero o el miedo a perderlos, el conflicto constante, el odio, el hastío, la rutina, el aburrimiento… Todas ellas autodestructivas. Todas ellas supongo, contrarias al ideal. La más severa y brutal vara de medir.
En nuestra educación todos estos procesos son invisibles, hasta que en la realidad de la vida diaria nos confrontamos de bruces con ellos. Ni la mayoría de padres, ni el sistema, ni sus políticos, ni los educadores, toman en cuenta estas realidades tan esenciales para el sano desarrollo de la vida humana, la mayoría por desconocimiento, otros por intereses, otros por esta misma miseria que lo inunda todo. Pero el motivo mayor, a mi entender, es la dificultad, el miedo y el descomunal trabajo y necesario esfuerzo que hay que hacer individualmente para enfrentarte a ti mismo, deseducarte para educarte de nuevo. Poca gente está dispuesta a pagar el precio a aprender de verdad. No se puede mostrar el camino si uno mismo no lo ve, y además de verlo, lo sabe, lo ama y lo cree. Al final, llegamos como siempre, al amor a la vida y en particular a tu vida, a tu ser y no al engañador deber ser. Las verdades no están en lo que nos gustaría o en lo que según nuestra moral debemos ser sino en lo que somos, sin más. Quizá el único amor que tendría que ser verdaderamente incondicional.
De vez en cuando, nos quedamos quietos y nos damos cuenta de cómo ha pasado el tiempo. Sin embargo, a diario no nos damos cuenta, es como al respirar, pocos piensan en ello pero todos lo hacemos. En el caso del tiempo, nunca para, solamente una vez. También esa vez es la única que dejamos de respirar.
Dejemos pues para ese momento la nada. Para la vida, que lo es todo, no podemos seguir evitando lo negativo, para convertirla en nada. El tiempo pasa y podemos convertirnos en muertos en vida o en vivir con la mayor salud en todos los sentidos, sin más. Cada cual como crea conveniente. Lo triste es ver como nos vamos consumiendo, día a día, sin recoger el fruto del paso del tiempo: la experiencia. Dicen que treinta años de experiencia no es un año repetido treinta veces. De esto les hablo. No hay nadie que sepa o tenga el valor de otra vida en su saber. Nuestra única obligación con nosotros mismos es buscar lo mejor que podamos, sepamos o queramos darnos. Crecer como personas. Y para con los demás lo mismo, pese a saber que hay muchas cosas fuera de nuestros límites. Cuestiones a las que no podremos llegar por ser del dominio exclusivo del individuo.
Cada vez me duele más mirar y ver como sin darnos cuenta nos destrozamos la vida.
Pasando del tiempo, pasando el tiempo, viviendo el tiempo. Cada uno elige.