domingo, 21 de marzo de 2010

Soledad acompañada

Una vez en Nerja visualizó una imagen que luego le serviría para el futuro, todo lo vivido parece ser que sirve, de una o de otra manera, para llegar a ese tiempo que no ha llegado y que desconocemos, para crecer, evolucionar… La frase que me evoca es: “Nunca se pierde el tiempo”. Siempre fue su favorita.
Cuando estaba llegando a Nerja, después de recorrer más de seiscientos kilómetros, se le quedaron grabados en las pupilas los acantilados y el mar inmenso, mientras giraba y giraba en los últimos kilómetros de curva en curva y de montaña en montaña. No hay nada más satisfactorio que llegar a destino después de un viaje largo y deseado. Los nervios no se alejan hasta pasada la primera noche, incluso en algunos casos la segunda o tercera. A ella le ocurrió pasada la segunda noche. En la primera, necesitaba acoplarse, acomodarse y adaptarse a los nuevos sonidos de la casa.
Alquiló una casa solitaria encima de un acantilado con vistas, desde una excepcional altura al mediterráneo del sur, donde las corrientes atlánticas hacen de un sosegado levante un brioso mar de millones de colores, olas y sabores. La mirada, desde la cristalina y azulada piscina, se despistaba al contacto con un ángulo de ciento ochenta grados si prescindimos de los ojos en el cogote.
Nada más llegar le asustó el lugar, cuestas empinadísimas y más cuestas; pero cómo si no se puede alcanzar el cielo. La casa lo tenía todo, cumplía con todas sus expectativas, teniendo en cuenta que buscaba una soledad acompañada, sin preguntas. Acababa de vivir esa experiencia tan dolorosa que es saber que nadie te quiere incondicionalmente y que como diría el gran poeta Jaramillo “que siempre bailarás con tu sombra”. Si encima tienes malasombra imaginen. Cuando se fueron los caseros deshizo tranquilamente las maletas y bajó al pueblo a llenar la despensa. La quería a rebosar, que no faltara de nada, posiblemente no bajaría de nuevo hasta que se marchara.
La primera, segunda y tercera noche-incluidos los días- fueron de adaptación al medio, nunca había viajado sola, aunque siempre le apeteció. Esta nueva experiencia junto a la mochila que todos llevamos pegados a la piel y llena hasta rebosar, suponían un gran reto para ella, si tenemos en cuenta que el miedo es uno de nuestros peores enemigos. De hecho hasta la última noche no se decidió a hacer la reserva. Solo su portátil, unos cuantos libros, internet y el móvil eran sus acompañantes. Les parecerá una tontería, pero a ella le daban seguridad y compañía que necesitaba en ese momento.
¿Qué busca en la huida hacia otro lugar una persona que cree haberlo perdido todo y no sabe que en realidad lo tiene todo?
Durante los primeros tres día estuvo regodeándose en el fango, cada pensamiento se convertía en un latigazo hacia si misma, cada emoción en una daga que atravesaba el corazón y el estómago, cada recuerdo un monumental odio hacia el mundo y especialmente para sí misma. Las lágrimas no salían, aún con muchísimas ganas, solo la noche del tercer día afloraron como una lluvia de tormenta, se pasó varias horas llorando hasta que rendida se hundió en un profundo y reconstituyente sueño que duró diecinueve horas, jamás había dormido tanto.
Al despertar algo había cambiado, se sentía mejor, la angustia había cesado y los pensamientos obsesivos también. Se asomó a la ventana y allí estaba el sol, solo como ella, pero radiante. Se quitó el camisón deprisa y se zambulló de cabeza en la piscina. El agua era azul y estaba fresca y limpia, no hay mejor forma de desayunar, después de nadar un rato las endorfinas ya se han hecho cargo del ánimo y las tostadas recién horneadas con aceite de oliva, el jamón y el zumo de melocotón se encargaron del cuerpo. Respiró hondo, encendió un cigarrillo y hasta que decidió que sería el último pasaron miles de imágenes por su pensamiento, las sentía en orden, colocadas en su lugar-siempre hay un lugar para cada experiencia-, la sensación era nueva, novísima, como la primera vez que le lamieron el clítoris con el deseo adecuado. Gritó sin que nadie la escuchara: ¡Me siento bien, muy bien, qué bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!
Se vistió deprisa, cogió el coche y se fue agitada hacia el pueblo, recorrió las calles, entró en muchas tiendas buscando no se sabe qué, habló con todo el que quiso oír su risa (entre ellos yo), escuchó a quien le quiso decir, se sentó en un banco contemplando a la gente, comió lo que le apetecía, bebió hasta que desapareció la sed, escuchó música, bailó dejándose llevar por los ritmos y el cuerpo. Besó y abrazó a desconocidos y caminó hasta la playa esperando el amanecer. Sonreía como una niña mientras el sol aparecía, con la “expresión del ser que se alegra de ser”, ya había entendido, quererse no es fácil cuando las cosas no van bien, pero es el único camino.
De ella solo me queda esta fotografía, de espaldas, frente al mar, mirando la olas imparables, quizá infinitas, sintiendo el aire marino en todo su cuerpo, tras ella, solo sus huellas en la fina y húmeda arena y otras… que no eran las mías.

domingo, 7 de marzo de 2010

La tercera pierna

Me siento ante el folio en blanco y me quedo quieto. Froto mis sienes con las manos, tras un momento de pensamientos amontonados. El calor de las yemas de los dedos reconforta como un amigo ante de desmayarte. Estos días constantemente grises aumentan los pensamientos negativos, las recriminaciones propias y ajenas, las debilidades en general. Será porque no estamos acostumbrados a perder ni a ganar.
Decido apagar este incendio: Me voy a dormir y mañana será otro día. Me niego a sentir el hastío hasta el grado de no tener ganas de decir o nada qué decir. Seguro que alguna vez he pensado que tenía sentido esto de comunicar algo de lo que otro siente y piensa. Probablemente haya cientos de razones positivas para hacerlo, pero les pido perdón, hoy no las encuentro. Hasta dentro de un rato, el sueño reparará tan poca espenta...
Han pasado tres horas y cuarto, no he podido dormir más que setenta minutos y gracias a medio canuto de maría que se dejó olvidado alguien en el cenicero de mi despacho.
Los movimientos son lentos y las ideas y pensamientos se mueven despacio, siento una calma activa dentro de mí y parece como si los problemas y las malas sensaciones hubiesen desaparecido. Si no fuese porque en los adolescentes se han dado demasiado habitualmente brotes psicóticos y los procesos mentales se ralentizan con el consumo continuado, recomendaría un porrito cada ocho horas como un buen medicamento.
Mejor voy a dejarlo hasta que se me pase, seguro que afirmo alguna barbaridad y encima luego no entiendo mi letra. Disculpe, querido lector, las molestias. Abur.
Ya he vuelto. Es muy sano dormir. Me quedé sorprendido cuando escuché de un científico eminente que el cuerpo solo necesita fisiológicamente unas tres horas para descansar, las demás hasta ocho- que es lo recomendado- lo necesita la mente para soñar y reorganizar todo lo percibido y sentido en el día. Luego demostró como si despiertas a una persona cada vez que se pone a soñar se vuelve loca. Es impactante la importancia del sueño en nuestras vidas en todos los sentidos.
Los momentos en los que vivimos con más problemas se recomienda acostarse pronto, el cuerpo humano está naturalmente organizado para introducirse al sueño cuando se va la luz y a despertarse cuando la luz vuelve. Este es nuestro reloj biológico, por lo tanto es lo más saludable.
Lo que olvidan la mayoría de los científicos, políticos, gurús de lo cosmogónico, etcétera, es que cuando los seres humanos vivimos en conflicto, nos atormentan las preocupaciones, nos sentimos culpables, sobrecargados de responsabilidades, llenos de incertidumbre, desorientados por el miedo, la inseguridad y la impotencia, producimos múltiples reacciones, entre las más frecuentes están las somatizaciones, y en este caso concreto, una avalancha de torpedos mentales al sistema inmunológico que preparan el terreno de una manera excelente para que las enfermedades entren en nuestras vidas con la intención de rematarnos. Cualquier profesional de ambulatorio les explicaría múltiples ejemplos en las consultas diarias. Todo ello sin darnos cuenta, pues estamos en el terreno del inconsciente.
Sería pues fácil de explicar por qué todos nos valemos de “bastones” para vivir. Las manías, el tabaco, el alcohol, los porros y demás drogas son la tercera pierna que usamos para aplacar esa necesidad interna de recuperar el ánimo, de sentir otra cosa que no sea angustia, decepción, miedo, dolor, aburrimiento, desamor, inferioridad… sigan si les apetece la lista, es enorme.
He asistido a algunas charlas sobre drogas siempre escucho las consecuencias insalubres del consumo pero nunca escuché a nadie hablar del por qué se usan desde tiempos ancestrales. Pues bien, la respuesta es relativamente sencilla: Creemos que nos ayudan a vivirnos mejor, cuando en realidad dependemos de ellas para sentirnos bien.
Pero no nos quedemos solo con éstos, hay muchas más clases de bastones, no solo las drogas lo son, la complejidad de la mente y de la personalidad a veces los esconden muy bien, pero si rascas un poco, saltan a la vista. Ejemplos también hay muchos: la actividad frenética, la verborrea imparable, la constante búsqueda de nuevas sensaciones, la necesidad de destacar siempre o la de no hacerlo nunca, la inactividad total, la falta de creatividad, los radicalismos ideológicos como sostén de la no aceptación de la propia debilidad… sigan la lista si les apetece, es enorme.
Está muy claro que estamos fomentando una sociedad en la que la salud mental no es una prioridad, ni siquiera cuando se sabe perfectamente demostrado que un porcentaje altísimo de las enfermedades mal llamadas físicas están unidas a los problemas emocionales del día a día. Algunos de ellos: La ausencia de un nido emocional saludable, las relaciones con los demás fuera de la familia, los conflictos padres-hijos, los problemas económicos, el código de valores comparativo con ideales inalcanzables, la deformada y excesiva información, la falta de trabajo ó la cárcel diaria de estar en uno que no te gusta o incluso odias… sigan la lista si les apetece, es enorme.
Freud hablaba de la pulsión muerte, la tendencia a la autodestrucción que tenemos los humanos. También hablaba de la pulsión vida, su contrario. Supongo que todos vivimos entre estas dos pulsiones y también he de suponer que no hay más remedio que vivir ambas, puesto que es parte de nuestra naturaleza, pero también supongo que saber proporcionar la tendencia a la vida muy por encima de la tendencia a la muerte es una compleja tarea que se debería llamar educación, algunos también querrían llamarle paz.