domingo, 30 de enero de 2011

De Película


El cine está sin duda ligado a la historia de cada una las personas que lo hemos vivido como un modelo, incluso como un ideal, ese mundo tan creativo que nos permite a los mortales proyectar las emociones en cada escena que se significa en lo que sentimos. Algunos aprendimos a besar en el cine.


Clark y Vivien en "Lo que el viento se llevó" crearon un modelo de beso apasionado con paso de Tango incorporado. ¿Quién no lo ha intentado aunque sea para divertirse o divertir? ¿Quién no ha soñado con un amor así en algún momento de la vida real?

El cine ha marcado modas y tendencias de todo tipo, nos centraremos en las emocionales. El amor romántico ha sido y es un tema esencial en las creaciones del celuloide. Probablemente la imitación se convirtió en una tendencia irremediable para la mayoría de nosotros.

Atractivos actores que dan vida a todavía más atractivos personajes. La mayoría son superados por sus personajes, si los conociéramos en su vida real no creo que nos causaran la misma impresión que el complejo compuesto por todas las interpretaciones a las que dieron vida. Todos ellos conformaron un modelo en la imaginación que no se corresponde con la persona que los interpreta.



Lo que el viento se llevó se convirtió en una gran novela de éxito en su época, la película catapultó la narración a un mito en la historia del cine. Una historia con todos los ingredientes: Guerra, ambición, esclavitud, clases, dinero, orgullo, honor, pasión, amor, compasión, hambre, violencia, belleza, malos no tan malos y buenos no tan buenos, todo un elenco de circunstancias, sentimientos y emociones que se funden en la historia de las personas, de cualquiera. Aunque cada uno sabemos qué personaje querríamos ser.



Clint Eastwood denigrado en algunos momentos de su carrera se ha convertido en un mito viviente sorprendiendo cada vez más con sus últimas películas como director y productor. Recuerdo una frase en Sin Perdón que quedó grabada en mi memoria: "Cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener".

El cine es un arte muy completo, juega y jugamos con él, nos convertimos en sus personajes y sus personajes en nosotros durante unos cientos de minutos. Podemos vivir otras vidas a través de la pantalla y recrearnos en un mundo onírico capaz de despertar deseos, emociones y sentimientos que creíamos escondidos, apagados o incluso inexistentes en nuestro interior. Le llaman la "magia" del cine, a mi entender es la magia de las personas, creadores, técnicos, actores... y público, se produce una interacción entre todos los que tienen que ver en la muestra y el ciclo comunicativo, especialmente en la reacciones más semejantes, sin perder de vista las singulares percepciones individuales.

A cada uno de nosotros nos produce el visionado de una película, por una parte, semejantes sensaciones, por otra, una multitud de matices en las percepciones que se conectan con la experiencias personales, los valores... y quizá las necesidades que cada uno de nosotros vive en el momento. Por aquí debe andar el duendecillo que hace de algunas películas nuestras favoritas.

En mi caso, una de esas películas es Tierras de penumbra. Quizá porque conecto con la visión del director y el guionista, el amor y su pérdida resumida en la frase final: "El dolor de hoy es parte de la felicidad que vivimos, ese es el trato".

La belleza de esta película duele, la fotografía conmueve, las interpretaciones enamoran y los personajes cargados de símbolos se recrean en nuestro inconsciente proyectándose al unísono. Es una historia de amor, de vida, de placer, de dolor y de muerte. La amistad, la ternura, el respeto, la consideración, los formalismos, los convencionalismos, el contexto histórico, la naturaleza, los diálogos... son un todo armónico que conecta directamente con el corazón y el vitalismo, con la ilusión y la esperanza, con el sufrimiento y el compromiso con uno mismo y con los que ama.

Cada película cuenta la misma historia desde infinitas perspectivas, desde un bodrio que no alcanza a hacernos sentir salvo vergüenza ajena, pasando por muchos trabajos mediocres hasta verdaderas obras de arte que consiguen quedarse entre nosotros como parte de nuestra historia.

Aún así, la mayoría aportan algo, las más malas, las regulares, las buenas y las muy buenas. Todas, salvo la genuina excepción, nos transmiten contenidos que en una mente abierta y sin demasiados prejuicios puede invitar a la reflexión, al placer del aprendizaje, a la maravilla de la confrontación, a la necesaria evasión y quizá a la más importante a mi entender, la unión que cualquier espectador pueda experimentar y gozar en una relación íntima con los creadores. Ellos desnudan parte de su alma y parte de un todo de sí mismos para cada uno de nosotros. Un sutil y maravilloso movimiento que considero, en este sentido y en muchos otros, una de las mejores formas de dar y recibir.

Probablemente el amor en su estado puro, sin caras, ni tiempo, ni condiciones.


domingo, 16 de enero de 2011

De Culo


Le gustaba creer que había vivido libremente y que había ido construyendo su camino y como consecuencia parte de su destino, pero sabía perfectamente que no se acercaba más que a una ingenua parte de la verdad.
Darse cuenta de que después de veinticinco años siempre había vivido de culo, padeciendo, sufriendo y al límite le llevó a considerar que el precio pagado por su libertad había sido demasiado grande, incluso innecesario. Aquel día lloró.
Le conocí en circunstancias muy singulares. Por mi trabajo había viajado a Madrid, el avión llegó a las tres y cinco de la tarde, una hora de retraso respecto al horario previsto, cuando al final salí de la terminal el hambre se apoderaba de mis tripas como los motores de los reactores del aire. Después de hacer un trabajito rápido comí deprisa, mucho y mal. La consecuencia no se hizo esperar, salí corriendo hacia los servicios con unas ganas de cagar de esas que no te dejan moverte demasiado deprisa o te lo haces encima. Ya en el baño, entré en la primera cabina, me bajé los pantalones deprisa y solté todo aquello que llamamos mierda directamente al agua. La sensación de bienestar fue espectacular si le añadimos dos pedos de gran potencia y un cuarto de kilo de aire que dejaron mi aparato digestivo inferior en perfectas condiciones, tan liberado que me quedé sentado unos minutos leyendo las reseñas que algún viajero deja en las puertas de estos lugares tan íntimos. La única que recuerdo decía: “Loli, te quiero, te adoro. Rafa”, quizá la recuerdo porque no me pareció el mejor lugar para palabras de amor. Años más tarde rectifiqué cuando en ese mismo aeropuerto me cité en el baño de caballeros con una querida y deseada mujer con el propósito de hacer el amor como posesos. Aquel día entendí a Rafa, aquel desconocido que con un rotulador negro y una curiosa letra de imprenta comunicó al mundo sus sentimientos hacia Loli, solo entonces me pareció entender más allá de la anécdota, y ampliando la perspectiva, aprender a relativizar lo que no entiendo y mis prejuicios.
Al salir del baño me encontré a un hombre sentado en el suelo al lado de la papelera llorando, se diría que quería formar parte de la basura, si hubiese sido el recipiente más grande creo que se hubiese arrojado al fondo, porque de hecho se sentía basura. Lo descubrí tras preguntarle si se encontraba bien y él contestarme afirmativamente, a lo que repliqué si podía ayudarle en algo pues era evidente que no estaba en el mejor momento de su vida. No contestó y yo me quedé en silencio, esperando que se relajara y fuese capaz de articular palabra. Al cabo de unos minutos se rió con un aire de locura y me contestó: “Sí, podría ayudarme: ¿Tiene usted ciento cincuenta mil euros?”
No sabría decirles por qué pero mi respuesta fue automática: Sí, le contesté. Al principio quedó sorprendido y creo que yo también, la situación era sumamente atípica. Soltó otra carcajada concurrida de lágrimas mientras decía: Y ahora me dirá que me los va a dar.
Mi respuesta volvió a ser sorprendente hasta para mi mismo: Según para qué le dije. Su rostro cambió el semblante y sus manos pararon de temblar, me miró fijamente a los ojos enojado y me dijo: ¿Está usted tomándome el pelo... le advierto que no tengo un día para aguantar tonterías?
Abrí mi maleta saqué un sobre grande y extraje despacio la cantidad exacta de ciento cincuenta mil euros en billetes de quinientos euros y se los mostré. Con el fajo de billetes en la mano le pedí que me contara para qué necesitaba tal cantidad de dinero.
No sabría expresarles lo extraño que me sentía yo y todavía menos la cara que puso aquel tipo, tenía los ojos hinchados de estar horas llorando, el olor a alcohol se deslizaba entre sus dientes hacia el exterior, los músculos tensos y la mandíbula desencajada de tanto apretar los dientes, rechinaban. El traje arrugado, la corbata manchada de vómito y un bulto en el bolsillo derecho que por su forma intuí que se trataba de una pistola.
En menos de una hora pasamos de ser dos desconocidos a saber todos sus problemas, conflictos y decepciones a los que se había enfrentado aquel ser humano. Después de trabajar durante veinticinco años lo único que le quedaba era ese traje arrugado, la corbata manchada y un piso donde vivía solo que le iban subastar al día siguiente por falta de pago de la hipoteca. Para eso quería el dinero.

También me contó que su mujer le había pedido el divorcio. Había perdido su estatus y a gran parte de sus amigos junto a la quiebra de su pequeña empresa y un largo etcétera que no voy a contarles porque no lo creo necesario.
Me quedé en la parra pensando en una frase que siempre me disgustó y me decía mi padre:“Tu mejor amigo es un duro en el bolsillo”. En ese instante sonaron dos disparos, la puerta del baño se abrió y dos policías me apuntaban con sus armas: ¡Queda detenido!
Mientras me ponían las esposas sonreí imaginando a aquel hombre en mi coche con ciento cincuenta mil euros en un bolsillo y la pistola en el otro.
Al cabo de seis meses me soltaron por falta de pruebas.
¡Qué fácil es pasar del éxito al fracaso y viceversa!

domingo, 9 de enero de 2011

Queridos desconocidos




Eran las seis de la mañana y no podía dormir, sabía que hasta esa hora había vivido, más o menos, veintiún mil novecientos días, es curioso como cambian las perspectivas cuando tomamos como modelo otra medida.

Querido Desconocido:

Me gusta verte cada día cuando salgo de casa y el aire libre entra en mis pulmones, es el momento en el conecto con la realidad, me sonríes y se que me vas a pedir un cigarrillo y te vas a llevar la mano exageradamente al corazón al despedirnos. Tú te quedas y yo desaparezco. Después de varias semanas te pregunté tu nombre y me lo dijiste, también me enteré de que no tenías casa y dormías en un parque cercano. No quiero pensar en la historia de tu vida, ni siquiera me atrevo a tener compasión, no la necesito, solo me interesa pensar en ti como un ser humano igual a mi, blando como el agua y fuerte como el diamante. No quiero decir nada más, no hace falta.

Los martes sales de casa a la vez que yo, nos encontramos cada semana como en un rito, al principio no importa demasiado, pero cuando ocurre más de treinta días seguidos se convierte en una costumbre. Me gusta ver tu sonrisa matinal, tus ojos grandes e hinchados, las mejillas sonrojadas y el busto amplio y abierto como la piel blanca de tu sienes. No te conozco y me parece cierto y lógico, incluso reconocible en lo más auténtico de lo sentido. No quiero decir nada más, no lo necesito.

Todos los días me cruzo con usted en el garaje, hace frío, bajo su bigote una leve sonrisa, sobre él, la nariz y los ojos, un sombrerito, entre las dos cosas y su vestimenta se convierte en un personaje afable de novela de postguerra. Su coche es clásico e impecable como usted y un par de veces hemos hablado de sus viejos tiempos que en algún sentido también fueron míos. No seguiré, no ahondaré en lo que quiero expresar con más palabras.

Arranco la motocicleta y suenan los pistones como los latidos del corazón al comenzar la mañana, fríos, irregulares, enjutos y quizá reprimidos. Al salir encuentro lo de todos los días, vehículos moviéndose como hormigas locas sin puntos cardinales, van de un sitio para otro y rebuscando parece que el camino, si lo hay, no tiene sentido. Y lo tiene. Para ellas. Para nosotros, para unos cuántos locos que habitamos las mañanas intentando descubrir nuevos mensajes, nuevas imágenes. No me apetece hablar más de lo aturdido que vivo las mañanas al poco de despertarme.

Sus ojos me miran cada día a las once, minuto arriba minuto abajo, su gorrito blanco y su sonrisa me reciben, tiene los ojos negros, la cara redonda y una voz potente y segura. Me mira a los ojos y dice: uno veinte, luego rozamos nuestras manos en el intercambio de monedas e imagino qué clase de persona será. Cada día sus pequeños comentarios en mi presencia van configurando, pincelada a pincelada, su retrato. No seguiré, no lo creo necesario.

Todos los días repito el mismo camino, dos veces al menos, aún así me encuentro siempre a personas diferentes, cruzan la calle, paran a mi lado y nos miramos tímidamente, muchos tienen prisa a juzgar por su forma de conducir. Probablemente llegan tarde... aunque me temo que no sabemos bien hacia donde vamos, ni ellos ni yo. Todo puede ser perfecto entre desconocidos, imaginas quiénes son, cómo son, a qué se dedican, si están contentos o tristes, comprometidos o solteros, tímidos o abiertos.


Concluyendo, los desconocidos, todos ellos, son nuestra mejor relación en potencia, incluyen todas las posibilidades imaginables, representan un nido emocional enorme aunque difuso y hasta completarse resulta quizá desalentador e incompleto. Realmente los desconocidos suelen ampliar su importancia cuando la soledad elegida o forzada nos habita, cuando nos damos cuenta de que necesitamos a los demás. A veces he llegado a pensar que si no hubiese familias todos seríamos una gran familia, pero sé que es falso, no alcanzamos a amar más allá de lo seguro y cercano, amar lo desconocido, a los desconocidos, es un privilegio reservado a unos pocos, requiere de una gran experiencia de dolor, sufrimiento, soledad, debilidad, necesidad y ausencias.

Los desconocidos somos muchos y de distintas clases, de hecho todos lo somos en algún momento de nuestras vidas o en todos, según se mire.

Esta tarde me ha ocurrido un caso concreto: Una chica gritaba mi nombre desde la acera de enfrente, el ruido de los vehículos no me permitía escuchar bien, aún así he conseguido oír, con dificultad manifiesta mi nombre, mis ojos buscaban su voz hasta que han encontrado primero su boca y luego distinguido su figura entre ciento tres personas, he tenido que esperar unos minutos para poder cruzar la calle, ella quieta y sonriente me esperaba al otro lado, el encuentro ha sido exquisito, sentíamos que hacía mucho tiempo que nos nos veíamos; hemos charlado y nos hemos puesto al día sobre nuestras vidas en una media hora, la de cosas que han cambiado en tanto tiempo, nos hemos despedido con un abrazo y dos besos. Mientras me alejaba he girado la cabeza varias veces observándola caminar entre la gente, incluso he conseguido reconocer algunos gestos y movimientos, no sin antes darme cuenta de que ella no es quién yo creía y yo no creo ser quien ella recuerda.