domingo, 8 de julio de 2012

Humo



Está inquieto, sentado delante del ordenador, mirando y mirando fotografías de fuego, humo y cadáveres de animales calcinados. Sus ojos vidriosos y el ánimo caído leen las palabras y comentarios de personas y personas que se sienten pequeñas ante tantas llamas, ante la muerte de la naturaleza, ante la muerte de la vida. Todo el verde convertido en gris, cada trino convertido en ruido, aullidos que no se escuchan porque las llamas gritando lo ocupan todo, hasta la sangre que bombea su corazón mientras las cenizas cubren su cabello... sigue mirando escenas dantescas... palabras iguales, repetidas y repetidas hasta la saciedad, hasta la suciedad. La hipocresía de hombres  encadenados a sus adicciones, adultos inconscientes que dan la cara auto- halagándose, buscando culpables, siempre los más débiles. Los jefes, los poderosos,  los responsables casi nunca los son, no tienen que trabajar al aire libre con cuarenta grados, no tienen que sentir en sus espaldas el miedo a perder,  a no tener. No saben lo que significa sudar cada día, durante años, durante décadas para que la causalidad o la casualidad lo conviertan a uno en culpable, culpables antes de juicio, imputados por "daños contra el medio ambiente por negligencia". Lo primero que le viene a la cabeza es cuánto negligente en el poder en esta crisis y antes de ella y no ha pasado nada, nadie es responsable, nadie. Se queda absorto pensando en tanto sufrimiento, se pone en su lugar y se siente abatido: ¿Cómo se sentirán esos dos hombres, pensando,  culpándose, sintiendo las consecuencias...? Querría conocer de verdad las circunstancias que rodearon los hechos, el por qué, las verdaderas razones, los motivos objetivos. En verdad piensa que siempre están ocultas mientras sigue mirando la pantalla embobado. Los auténticos motivos suelen estar disfrazados, escondidos por avergonzados, encapsulados en mentes herméticas, prisioneras ante las condiciones del éxito y del bienestar, en una sociedad de clases impúdicas y falsas morales. Está agotado, tanta miseria lo inunda, lo cubre, lo ahoga, nunca supo poner freno a ese sentir hondo y melancólico del mal, del dolor y del sufrimiento. Si la culpa existiese seríamos todos culpables, todos sin dejar ni uno, a los que nos llamamos a nosotros mismos adultos, se dice hacia sus adentros.
Piensa en la avaricia y en la irresponsabilidad de los hombres con la naturaleza, en su constante ceguera, en las grandes verborreas que ocultan las razones sinceras, los intereses ocultos, las mentiras y las falsedades que mueven el mundo, sus hilos, transparentes a los ojos y tan poderosos que nos mueven a todos.
Está frente a mi, lo veo a través de la ventana, se escuchan sus gestos, se ensucian sus manos, se secan sus ojos. Sigue lloviendo ceniza, triste ceniza de un fuego arrasador, severo y radical sin contemplaciones ni compasiones. Parece humano, no sé si lo es, quién sabe. Uno se siente muy pequeño ante el rojo que anega el horizonte  y la mirada completa hasta cubrir el cielo de una niebla oscura que esconde nuestras vergüenzas. Se siente uno muy solo, a merced de algo enorme, parece tan malvado.
Miles de personas huyen de sus casas o les hacen huir. Qué extraño cuando las personas se alejan de sus hogares.... El peligroso humo amenaza pueblos completos y hasta en la ciudad el cielo se hace rojo y el gris cubre las calles.
Sigo observándolo a través del cristal, de pronto un pájaro veloz choca contra el marco de la ventana rompiéndose el cuello, el ruido me asusta y me siento tan triste al mirar sobre la cera ese cuerpecito musical y volador ahora inerte y en silencio.
Abro la ventana y oigo como habla por teléfono y grita al del otro lado: ¡Por qué casi siempre son otros los que nos sacan las castañas del fuego? No escucho la respuesta, de hecho no creo que nadie sepa contestar a esa pregunta o quizá es que tenemos que ver cómo arde nuestra casa para entender... Los vecinos no sirven como ejemplo, parece que solo nuestras carnes sienten la experiencia, parece que el darse cuenta es más difícil de lo que aparenta.
Siempre hay personas que aprovechan el momento  de las desgracias para sacar réditos. Vuelvo a mirar y su interior arde, condenado a una sensibilidad fuerte de tanta debilidad, sigo mirándolo por la ventana, solo alcanzo a ver su sombra, la luz se está apagando temprano en esta tarde de verano, quién sabe qué pensará ahora, mientras corre las cortinas y su figura se esconde. No alcanzo a entender, aún comprendiendo.
Quizá también otras cortinas tratan de cerrar nuestros ojos, cortinas de humo, un humo negro y denso que contiene toda nuestra vanidad y avaricia, seguramente pecados más grandes que la negligencia.