domingo, 22 de septiembre de 2013

El amor, el dolor y la sangre


La cabeza se conecta en tiempos de dolor con todas nuestras carencias, las reales y las que nos inventamos, en un todo auto-destructivo que en la mayoría de casos se retro-alimenta desde todos aquellos conflictos del pasado, de nuestra historia personal y de  la relación con los demás y con el mundo. Son esas pequeñas(o  grandes) manchas que enturbian el presente y la proyección del futuro desde una pesada mochila fruto del hecho de estar vivos y en acción. Como dice un buen amigo con la metáfora de la libreta: En este caso son todos esos tachones que uno mientras escribía su día a día corregía desde una tinta imborrable dando como fruto libretas y libretas llenas de tachones, incluso páginas completas, en el extremo, libretas completas que se trataban de borrar con esa superposición que no hace sino recordarnos justamente nuestra debilidad y nuestras limitaciones.
El pasado fin de semana lo pasé con una mujer vampiro, no es la primera vez y espero que no sea la última por el bien de lo humano frente a lo puramente cibernético. La encontré entre penumbras la primera noche del solsticio de verano, la playa estaba llena de personas con ganas de diversión, entre tanta gente, los solitarios y los vampiros pasamos desapercibidos, la luna lo sabe y las estrellas y el mar y pocos más. En esa noche los ritos se muestran tranquilamente sin temor a ser descubiertos. Los pies en el mar y el sexo rodando por la arena de la playa mientras las bocas masticaban y las gargantas tragaban líquidos desinhibidores parecidos a la Fluoxetina, la Paroxetina y el Citalopram pero de efectos más rápidos.
Al ver todo aquel cuadro en soledad uno parece alcanzar una cierta hipersensibilidad a la compasión entre personas, fieras y seres híbridos. Así tropecé con el vampiro, un imán  de energía electromelancólica lo atrajo hasta mi con la misma seguridad que se tiene a   que se repetirá el movimiento de cada ola y sus sonidos. No podría ser de otra manera si se llega a comprender en uno mismo y en los demás las dos(o más) pulsiones humanas.
Me la encontré mordiéndose el antebrazo izquierdo, mientras esnifaba un gramo de cocaína de una sola vez por el canuto derecho de la nariz, una de las arterias del cuello se movía al ritmo de las olas y sus ojos, como tantos, estaban tan carentes de vida que se podía oler la tristeza más triste. Giró su cabeza me miró y se desplomó, dándose un golpe rudo y seco contra la esquina del banco donde estaba sentada. Los dos perdimos el conocimiento, la duda estaba en si lo podríamos recuperar...
Se acercaron tres chicos a socorrerla, la elevaron y le echaron un poco de agua por la cara y el cuello, mientras le preguntaban si estaba bien y pedían ayuda entre la muchedumbre sin conseguirlo. En un par de minutos despertó, creía que iba a morderles pero no lo hizo, sus ojos brillaron de nuevo al sentir una de esas seis manos cogiéndole la suya y ver la sonrisa en sus caras cuando vieron que abría los ojos y se desvanecía en sus mentes las sensaciones premonitorias hacia una muerte probable e inoportuna en una noche festiva. 
Me acerqué despacio, degustando cada bocanada de aire en mis pulmones llenos de humo. Al llegar me preguntaron si la conocía y les dije que sí, me senté a su lado, hombro con hombro, como sosteniéndonos el uno al otro, se quedaron conformes y se marcharon, mientras los dos a la vez pronunciamos un gracias casi mudo.
Estuvimos más de una hora en la misma posición sin decir una palabra, de pronto me miró y dijo tengo hambre y me mordió en el hombro, primero sentí un dolor intenso y luego un placer enorme no exento de un miedo tan desconocido como potente. Con la boca llena de sangre la besé y se reflejó en mis pupilas como en un espejo. De pronto se levantó y me cogió de la mano, paseamos entre la gente durante toda la noche, riendo con unos, bailando con otros, mojándonos los pies en el mar y en la arena y mordiéndonos el uno al otro cada hora exacta entre el dolor y el placer, entre el amor y el odio. Sonó como un disparo y un castillo de fuegos artificiales comenzó con colores  muy vivos en el cielo oscuro, las cabezas hacia arriba mirando el espectáculo daban el ángulo perfecto para morderlos a todos dijo ella, la miré y nos sonreímos cómplices entre la vida y la muerte.
En unos pocos minutos iba a amanecer me susurró un adiós al oído y desapareció entre la multitud, me senté al borde del mar esperando lo peor pero no pasó nada.
Desde entonces me busca y la busco cada vez que la luz se esconde, sin saber que ella no es una mujer ni yo un vampiro.