miércoles, 19 de noviembre de 2014

Prejuicios y Perjuicios


Nadie viene a la vida con un libro de instrucciones. Todos nacemos en un tiempo, en un país u otro, en una comunidad o en otra, en un pueblo o en otro, en una familia u otra, pero nadie tiene el poder de elegir, por lo tanto se podría decir que todos los ejes que nos convertirán en una persona u otra son producto de las leyes de la naturaleza o del azar.
Somos educados desde un tiempo y desde un país… hasta la familia te toca. Nadie elige.
Desde bebés estaremos a merced de la circunstancia de nuestro país, comunidad, ciudad o pueblo y de nuestra familia. De ello dependerán nuestro idioma o idiomas, nuestros valores, nuestras actitudes, nuestros compromisos, nuestros miedos, nuestras capacidades… Una multitud de aspectos y personas más configurarán en la interacción nuestra manera de ser y de actuar. De ahí, la importancia del dónde, del quién y del cómo. De todos estos factores dependemos, de ahí la importancia de todos ellos en el complejo proceso educativo de cualquier ser humano y de ahí la importancia de que en todos esos nidos emocionales se respire aire sano. Aún así, nacemos sin libro de instrucciones, no los hay ni para ser, ni para creer, ni para pensar, ni para valorar, ni para ser madre ni padre, ni hermano, ni amigo, ni niño, ni joven, ni adulto, ni viejo… y así podríamos seguir hasta llenar el periódico. No sabemos de antemano nada, absolutamente nada, aprendemos sobre la marcha, viviendo.
No creo equivocarme si afirmo que todos aprendemos equivocándonos. Y de esta realidad me viene una pregunta fundamental: ¿Por qué pues está tan mal visto equivocarse? ¿Por qué en nuestra sociedad castigamos tanto a los que yerran? 
Se diría que somos muy severos con algo que nos ocurre a todos sin excepción y sin embargo parece que al juzgar a los demás no somos capaces de ponernos en su lugar, seguramente porque nos creemos más listos o mejores o tan limpios y tan puros que a nosotros no nos pasa. Tremenda mentira, nadie vive, si vive, sin equivocarse. Y nos atrevemos a valorar o juzgar a los demás sin conocer, sin entender su circunstancia, sin saber sus sentimientos ni sus motivaciones… sin comprender que todos somos potencialmente acierto, error, fracaso, éxito, dolor, alegría, placer, sufrimiento, odio, amor o cualquier otra realidad que pueda darse dentro de los límites humanos.
Alimentamos nuestro ego no con nuestras propias valías sino con lo que llamo la teoría de la igualdad comparativa, nos igualamos cuando nos conviene y nos distanciamos de los demás cuando entendemos que no son tan “buenos” como nosotros. Y en realidad ni somos todos iguales ni somos diferentes, somos todos semejantes. Todas las personas hemos sido, somos o seremos buenos, malos y regulares, todo cabe a lo largo de una vida en la que todo va cambiando, distintas circunstancias, distintos tiempos, distintos nosotros, aunque la sociedad se empeñe en que siempre somos los mismos y se nos pueda catalogar en un tiempo y definitivamente como si en vez de personas fuésemos cosas.
Es verdad que somos sujetos por lo que la objetividad no es nuestro fuerte, aún menos la conciencia, quizá desarrollarlas fuera la solución, nos daría una perspectiva de juicio más humana, más cercana al intento de comprensión y comunicación, lejos de eso tan habitual de la competencia y la manipulación en vez de la cooperación.
En Buñol también nos pasa, como en todo el mundo, más o menos, ahí podemos cada uno opinar. Hay una frase que se utiliza a menudo: “En Buñol nos conocemos tos”. Yo la cambiaría sin temor a equivocarme: En Buñol nos etiquetamos tos. 
Creo que nos convendría como sociedad, aprender y enseñar de una vez otras manera de mirar y ver a las personas porque no imaginamos el daño que hacemos cuando juzgamos a los demás, incluso en los casos más extremos llevando a personas a la marginalidad.
Los prejuicios generan mucho perjuicio, tanto que a veces muchas personas viven asumiéndolos, creyéndoselos de tantas veces que le fueron repetidos, y no por repetir nada más veces se llena de verdad. 
Van unas cuantas palabras para la reflexión: "No juzgues a nadie sin conocer su infierno”
"Jamás es un error buscar lo que necesitas”
Es una excelente frase solo que al autor se le olvidó lo más difícil: ¿En cada momento y en cada tiempo y en cada circunstancia... sabemos lo que necesitamos?
Y la famosa frase de Ortega pero la auténtica: Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo.


No nos hagamos daño: ”Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre.”