sábado, 3 de diciembre de 2016

Podrías ser Trump


Llevo un tiempo pensando que nada se sabe de verdad hasta que se está al otro lado, en ese lugar que imaginas pero que en realidad no conoces con la precisión necesaria.  Mirar y ver no son sinónimos. Como consecuencia… solemos meter la pata cuando transitamos por zonas en las que no hemos estado nunca. No es que pase nada por meter la pata, de hecho es algo que nos pasa habitualmente y hay que tomárselo con deportividad o al menos con relatividad. Aún así me parece un tema serio para reflexionar un poco en él o al menos intentarlo, sobre todo porque en no pocas ocasiones causa ciertas y dolorosas injusticias. La injusticia y el dolor suelen ser sinónimos aunque formalmente no lo sean. Al igual que juzgar sin conocer suele acabar con el dolor de alguien o algunos. Así en abstracto parece poco grave, pero cuando condiciona, cuando no determina, la vida de una persona la cosa cambia. Podemos ser muy retorcidos y crueles los humanos, sobre todo con el otro, el que está al otro lado, ese al que muchos sienten como en el que jamás podrían estar, a poco que hayas vivido sabes que no es cierto. Muchas veces, demasiadas quizás, con muy buena intención puedes verte colocado a merced de la circunstancia en posiciones que nunca hubieras ni deseado ni imaginado. Son esos enigmas de la vida que hacen que no sirvan las matemáticas, ni siquiera los silogismos. Acabaré contando alguno, pero no tengamos prisa, le ruego me conceda el permiso de disfrutar de las palabras más allá de los hechos que las provocan, más allá de lo concreto, de lo tangible inclusive. Soy de esos que se regodean en el verbo y lo disfrutan como un gorrino. Hay quienes con buen criterio me lo recriminan constantemente, aún así no puedo evitarlo, siempre me ha gustado conducir y no hay mayor goce que conducir las palabras, el papel en blanco se llena y algo que estaba en tu cabeza pasa a tener rasgos y figuras que otros pueden leer, escuchar e incluso interpretar. Es fabuloso. Hoy más que escribiendo me estoy leyendo, ya sé que resulta inverosímil, pero lo siento de verdad, me leo mientras escribo y me lo paso en grande. De hecho ahora estoy sonriendo. No porque me haga gracia la falta de empatía y de compasión de los que no aciertan a poner en duda sus juicios sumarísimos o de aquellos que no saben o no quieren ponerse en el otro lado, el del otro, para al menos intentar conectar con las emociones ajenas, no para intentar vivirlas, sino para reconocerlas. La verdad es que no me hace gracia, por eso relativizo, me pongo en el lugar del otro con facilidad y eso es una gran mentira como tantas otras que nos construimos a diario. De hecho creo que no es posible ponerse en el lugar de nadie, ni siquiera entender bien al otro, por eso no comprendo la manía en nuestra sociedad de querer transitar caminos que no son los nuestros. Que fantasía omnipotente más absurda o al menos que potencia tiene la fantasía, puede pasar a realidad hasta sin vivirla. Tenemos muchos poderes, nuestra mente es un privilegio, pero como toda herramienta hay que conocerla y saber usarla, lo malo es que ésta viene sin manual, bueno… si descartamos los medios de comunicación, la educación, la sociedad y la familia como libro de instrucciones. Si no las descartamos sí tenemos puntos de referencia para esclarecer cómo se construyen las bases de los juicios de valor y las sentencias para el otro y cómo no, para nosotros mismos. Solo tenemos que comparar. Las comparaciones están cargadas de enormes dosis de simplificación. ¿Cómo parar de comparar? No se puede. Vuelvo a sonreír, pero esta vez por lo atrevido que soy, de tanto que me lo han dicho me lo estoy empezando a creer. Perdón por el chascarrillo.

Volvamos a la comparación, cada vez que un ser humano juzga a otro usa la proyección, o la introyección o ambas y otros mecanismos de asimilación de las conductas propias y ajenas, las dos necesitan de la comparación para que se produzcan, por lo tanto tendríamos que concluir que, al menos, estamos condicionados en todas nuestras valoraciones, de ahí que si pretendemos ser justos con los demás y con nosotros mismos deberíamos aplicar unos coeficientes correctores importantísimos: El respeto y la consideración, todo aplicable a las opiniones que tenemos de los demás, y lo que es menos llamativo por escondido, de nosotros.


No hay nada que te haga sentir y pensar con mayor igualdad a otro ser humano que saber que tú podrías ser él.

Podrías ser Trump y él podría ser un niño desnutrido y vapuleado de África o su madre o su padre o su abuelo o su abuela o un niño de Chiapas o un médico de Cuba en misión humanitaria o un cacique antiguo en la Andalucía de los latifundios. O un Apache.

Seguramente él no lo sabe. Ni muchos de nosotros tampoco sabemos cómo se puede llegar a ser Donald(ni el pato ni la persona). Hasta que la mayoría de seres humanos no lo entendamos, no creo que haya grandes cambios en el mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario