sábado, 12 de agosto de 2017

La Ley de la Selva


Hay pequeños lugares con mucha historia, la creamos nosotros al vivirlos. También esos lugares contienen mucha histeria y dramas que se crearon de espaldas a la vida. Hay rincones con vistas al pasado que miramos desde el presente y espejos que los reflejan imaginando el futuro. Eso que llamamos tiempo son experiencias en la mente y cambios en el cuerpo, marcas, huellas que nos recuerdan que envejecemos, unos sonrientes, otros impasibles y otros bien jodidos. La actitud es el eje de la vida, el centro del devenir que consume nuestro tiempo. Los límites son las fronteras entre lo posible y lo no posible. Hace unos días viendo una película escuché una frase: En el último instante, ante la muerte, solo cabe la resignación. Quizá el límite de los límites.
La circunstancia, te pone constantemente en tesituras a poco que te muevas, me pregunto mientras escribo cuántas decisiones tomamos al día y cuántas de ellas llegan a cambiar realmente el contenido de nuestras vidas. ¿Todas, algunas, ninguna? Le ruego, estimado lector, que elija la que más se ajuste a su opinión. Mi respuesta es todas, quizá no sea lo relevante, lo importante suele ser el grado de consciencia de cada por qué.
No es necesario seguramente estar continuamente haciéndose preguntas, incluso quizá sea pernicioso para nuestro estado de ánimo abusar de ellas, pero eso sí, las respuestas cuando son esenciales llenan los vacíos que nos dejamos en el anterior artículo, esos que no sabemos, no queremos o no podemos llenar todavía.
La sociedad es la selva y también la circunstancia, si no salvamos la circunstancia, no nos salvamos nosotros, como diría Ortega en su famosa frase que tantas veces he usado para intentar comprender eso que llamamos vivir. Vivimos en sociedad y con leyes, no son naturales y no por ello dejan de ser salvajes. Somos severos como un león, atacamos al árbol caído como un buitre o una hiena, competimos desde nuestro aspecto a nuestro valor y todo ello desde la cárcel del qué dirán, fieles a la circunstancia y al ojo que todo lo mira, ese que solo está en nuestra imaginación, pero que a poco que algún comentario se dirija a nosotros lo ampliamos hasta el grado de ley. Todos te miran cuando das que hablar por causas mayores, cuando te sientes culpable, débil o te has equivocado. El divorcio es uno de los ejemplos más explícitos del fracaso y a los efectos de comprender la sobrexposición real y de manera especial mental. Todos tenemos opinión, incluso cuando no conocemos los detalles y aún menos la verdadera historia del otro. Hablamos muchas más veces sin criterio que con él. Requiere mucho esfuerzo, tiempo y dedicación conseguir desentrañar todo aquello que nos puede dar contenido y conocimiento hasta llegar al criterio. Otra frase que he usado mucho con la intención de entender: “No juzgues a nadie sin conocer su infierno”. Aún así todos juzgamos, especialmente los que dicen que no lo hacen, casi siempre sin conocer parte alguna del infierno del otro. Hay quien vive siempre en el infierno y no lo sabe, aún menos nosotros, conocemos pequeñas partes, siempre que hayamos experimentado mínimamente, de ese infierno en el que día a día viven muchas personas, les hablo de ese sufrimiento que no cesa, ese que se construye en la interacción con los demás y con el mundo, crece desde adentro y dentro se queda, es como una cerilla, al mínimo contacto con algo que nos raspa se enciende y el fuego nos quema, cuando nos quemamos hay una consecuencia sine qua non, queriendo o sin querer, propagamos el fuego y quemamos primero a los que más cerca tenemos. Y no para… la cosa sigue en el punto y aparte.
La sociedad arde en silencio y no nos damos cuenta, callados, detrás de las puertas… los fármacos crecen y crecen cada año, especialmente los tranquilizantes y antidepresivos. Se sufre, se sufre demasiado y también se oculta demasiado. Es un virus que se expande cada vez más y al que no se le busca vacuna. Entre otras cosas porque no existe ni existirá vacuna alguna. Solo los ojos, todos ellos, aquellos que miramos y nos miran y aquellos que aún no mirándonos nos miran, son capaces de curar esta pandemia.
Somos todos parte del problema y por lo tanto somos todos, al menos la mayoría, la solución. Todos sentimos igual por mucho que nos empeñemos en sentirnos unos mejor que otros. Nadie siente mejor, en todo caso algunos se sienten mejor que otros, así comienza la ley de la selva, cuando desaparece la empatía y dejamos a uno solo de nosotros a merced de su circunstancia.

Hay pequeños lugares con mucha historia… la esperanza está en el sentimiento, en el conocimiento, en la educación y en la memoria.

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