lunes, 1 de mayo de 2017

A flor ando


En primavera casi todo aparece en la naturaleza, flores, frutos… y soles, tan distintos de la mañana a la tarde, tan distantes del fresco nocturno. El calor y el frío están más juntos que de costumbre y los resfriados y las alergias van a galope, entre semillas que vuelan, polen que se dispersa y brisas que enfrían los corazones cansados, los músculos entumecidos. Son o aparentan ciclos, desde el individuo que siente, percibe y mira, se reconocen como reconocemos en los espejos los diferentes rostros que somos a lo largo del tiempo sin perder la identidad. Todo cambia y todo es lo mismo a la vez. Las paradojas son esencias vitales, convivimos con ellas como conviven la vida y la muerte, una sin la otra dicen que no podrían existir, los contrarios se necesitan en la distancia más radical, los opuestos. No sé muy bien si es bueno o malo o ni bueno ni malo, simplemente es. Uno se pregunta muchas veces si lo que aflora es lo que estaba escondido ó lo que separa el fruto de las impurezas… o la verdad, si el tiempo es el que la dicta. He escuchado decir muchas veces que el tiempo pone todo y a todos en su lugar, aseverándolo de una manera inmutable. Llevo mucho tiempo esperando y no estoy nada seguro de que esto sea cierto, igual hace falta más tiempo, quizá una vida sea poco tiempo para que tal secreto aflore. No estoy muy seguro pero suena a esos refranes que ni se acercan a la realidad, llevo varias primaveras pensando en uno concreto: “Piensa mal y acertarás” y nunca llego entender como pensando mal se puede acertar, me enseñaron por lógica que pensar bien es la única manera de acertar. De hecho llevo toda la vida intentando aprender a pensar bien, sin prejuicios, sin verdades inmutables, sin dejarme llevar por lo que los demás aplaudirían, intentando formar mis propias opiniones con los máximos conocimientos posibles y sin la cantidad de “brosa” informativa que nos meten a diario. En tiempos pasados tener tu propia opinión, intentando ser lo más libre posible era uno de los grandes valores. Nos decían que debíamos tener personalidad y que de ella afloraría lo mejor de nosotros.

No habría mejor manera de darte que aquella que se acercara más a ser tu mismo, curiosamente ahora se penaliza. Los guiones hechos por otros, las opiniones copiadas unos de otros y de los telediarios o de internet o las obvias son las que más peso cobran y las más valoradas. 
Escucharlas te pone en tesituras complejas, uno no sabe si decir su verdad y por consiguiente ofender(nunca he entendido por qué), o callarse, o subirse al caballo que galopa entre semillas y frutos que afloran en cada época, dependiendo del tema principal. Siempre me pregunto quién fabrica el tema principal, y tengo respuestas, pero me aburren soberanamente cada una de ellas. Esto se nota y suele ocurrir que te quiere menos gente si tu opinión pone en evidencia la de otros, antes esto era un mérito, en una clase este hecho hubiese sido merecedor de una nota alta, hoy te hace sentirte raro, incluso distante de los demás, a poco que pretendas dar valor a una opinión trabajada y reflexionada, incluso corroborada en la experiencia, te distancia. Las caras cambian y las frases desmereciendo el proceso desde la broma, en el mejor de los casos o no tanto, afloran como espárragos en primavera. No hay otra salida, bueno sí, el ataque.
Dicen que la verdad ofende, no creo que sea así exactamente, pero sin duda la opinión ofende, sobre todo aquella que no coincide con la nuestra. Los discursos suenan casi todos iguales y cada palabra si la pasáramos por la famosa hemeroteca tendría su origen en alguien bien distinto de quien la usa. Decir lo obvio es fácil, decir lo que quieren escuchar las personas es conveniente, hacer lo obvio es fácil, hacer lo que las personas esperan es conveniente, tomar el riesgo de apostar por ideas nuevas, formas nuevas, proyectos nuevos es muy difícil, casi nadie lo espera, ni siquiera sabe si lo quiere, menos aún cuál sería su alcance.
Los pueblos tenemos que ser capaces de cambiar de verdad, de entender que si siempre hacemos lo mismo sin duda obtendremos los mismos resultados. Es muy posible equivocarse o fracasar cuando se intenta pensar y reflexionar para innovar, quizá por ello pocos apuestan por nuevos caminos. Me quedo con  la idea de Eduard Punset:

"Para innovar hay que estar dispuesto a cambiar de opinión como lo hacen los simios y no emular a los homínidos que no lo hacen ni muertos. Este consejo, se hace más necesario precisamente en tiempos de crisis que es cuando se debe aprovechar el cerebro"