viernes, 7 de julio de 2017

Entre cada palabra un vacío



Hace ya tiempo leí, en algún lugar que no recuerdo, un descubrimiento científico en el que afirmaban que los átomos están compuestos mayoritariamente de vacío(léase la teoría cuántica de campos). Por otra parte hoy me ha llegado como de casualidad una frase de Eduardo Galeano que dice: ”Aunque los científicos digan que estamos hechos de átomos, un pajarito me contó una vez que estábamos hechos de historias” de su libro Los hijos de los días.
Siempre me han gustado los espacios, lo que se puede rellenar, el papel en blanco sin duda ha sido mi mayor debilidad y además descubro con buen ánimo que nosotros estamos hechos de historias. Sin duda alguna es cierto, historias que nos construyen y construimos. Probablemente seamos los seres que más tienen por rellenar, una línea millonaria de posibilidades cabe en uno solo de nosotros. Por eso somos todos ricos si en millones de posibilidades nos medimos. Auguro que si nos diéramos cuenta de nuestro auténtico potencial podríamos acercarnos a entendernos y a una mayor felicidad, el futuro pues es de aquellos que estén dispuestos a rellenarse. El futuro es de los gordos. Los anchos de miras, aquellos que sean capaces de adentrarse en el vacío y construir o modificar hasta conseguir llenar el espacio, cargándolos de contenido y por qué no de sentido, aquello que como condición o como elección hayamos decidido vivir.
La experiencia siempre implica llenar, en cada uno de nuestros movimientos, en cada uno de nuestros hechos se autentifica la realidad y más allá la consciencia. Si a un niño le decimos que no puede llegar a ser su ídolo lo negará hasta rabiar, sin embargo si eso mismo se lo decimos a un adulto lo asumirá con normalidad, sabrá sin lugar a dudas que no va a poder ser, la conformidad de un adulto es su propia línea de meta, tanto en horizontal como en vertical. Y su propia experiencia, su propia historia. ¿Me suelo preguntar por qué?
Mientras un niño sueña con ser “no se sabe qué” la ilusión es enorme, las ganas no tienen más que los límites físicos y la visión de la vida es presente y con comienzos uno tras otro. La vida es un gozo la mayor parte del tiempo y los deseos una lista infinita aún por rellenar. El yo está siempre presente, la curiosidad en su estado más agudo y su cuerpo en perfectas condiciones para estar en movimiento hasta caer rendidos, verdaderamente cansados.
Mientras intento observar al niño, el adulto aparece perezoso, cree saber muchas cosas de las que van a ocurrir sin necesidad de moverse hasta rellenar el vacío, al movimiento vital se le añade una condición, corre si vale la pena, va si prevé que va a conseguir pasárselo bien, escucha, habla, dice… si va a conseguir satisfacción con seguridad.
Entre el niño y el adulto, no sabría precisar cuál de los dos está más vacío. Si el niño de la fantasía omnipotente que cree que todo lo puede o del adulto que ya ha probado mucho y no parece que sea fácil de motivar más allá del umbral de la experiencia pasada proyectada.
Tengo la sensación de percibir al niño más en el presente-llenándolo- y al adulto mucho más cerca del pasado intentando llenarlo. Cada uno llena el vacío de un contenido distinto, de un tiempo distinto y de una actitud distinta.
El adulto llena el ahora de un pasado muy presente, el niño llena el ahora de presente con muy poco pasado. La medida es distinta, completa y llanamente diferente. 
Entre cada palabra que escribo hay un vacío, algo que no sé decir o que no surge o que no me es conocido o que no he sentido o que no he sufrido… Escribir es vivir, vivir conmigo, y contigo mientras estás leyendo estas palabras u otras que crecen en racimos llenando el aire que respiramos.
Los niños ya duermen, han estado viviendo sin parar durante todo el día, no escriben ni lo necesitan, descansan del hoy construido y lleno de todos nosotros, para ellos mañana será un día distinto, otro comienzo, otro vacío que llenar, otro espacio que recorrer. Para nosotros mañana será lunes… o viernes… otro día previsible, un vacío tan vacío que solo lo recorre el pasado o quizá las líneas transparentes que acotan nuestra huída. Una huída hacia delante que viene de atrás, simulando vivir, mientras llenamos los vacíos con repeticiones, con los mismos discursos, con las mismas seguridades que no existen, con los mismos miedos que tampoco existen, con el peso de una realidad que suele conducirnos al mismo lugar, con la angustia de sentirnos encarcelados entre espacios vacíos que parecen llenos, llenos de experiencias repetidas, llenos de espacios y silencios conocidos, llenos de tiempo, de un tiempo que hace mucho nos dejó de pertenecer.

Todos llevamos a un niño dentro: ¿Lo aupamos?