sábado, 22 de septiembre de 2018

Los Impecables


Protégeme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños” Khalil Gibran
“No es humano el deber que por soñar con una humanidad perfecta es inexorable con los hombres.”  
Jacinto Benavente“ 
“Si la perfección no fuera quimérica, no tendría tanto éxito.”  Napoleón I“
“Date permiso para no ser perfecto. Nadie lo es y exigirse a sí mismo algo imposible resulta paralizante y antinatural.”
Natalia Gómez del Pozuelo 
Como les prometí hace dos semanas toca hablar de los impecables. Comenzamos para situarnos bien en las dos acepciones del diccionario de la palabra impecable: “1.Que es tan perfecto y sin faltas ni errores que no admite ni el más mínimo reproche. 2.Que está completamente limpio y en buen estado y resulta agradable o bello.”
Perfecto, sin faltas ni errores, ningún reproche, completamente limpio, en buen estado, agradable o bello. Como obviamente observarán los cuatro primeros conceptos no son aplicables al ser humano, los últimos tres solo a algunos. Cabe plantearse ahora un pregunta:¿Existe en la realidad algún ser humano impecable? Yo creo que no, aún así, hay personas que buscan-sobre todo en la política- a los impecables, es más, hay personas que se consideran así mismas impecables. No es extraño pues que en los últimos meses, años quizás, la corrupción en los poderes de nuestro país hayan puesto en el candelero a los impecables, nunca ha sido más importante que ahora tener un curriculum-real ggg- impoluto, sin manchas, ni la más mínima.
En un anterior artículo, La música del error, hablábamos de la severidad del ideal, de su implacable crueldad, de la comparativa mental entre él y nosotros, nunca lo alcanzas, por mucho que te esfuerces, jamás lo consigues, la frustración es la consecuencia directa y el menosprecio la consecuencia más oculta.
El río de mierda generado por la corrupción ha disparado el ideal en las cabezas pensantes y en los responsables de la comunicación. Está en el ojo del huracán aquel que quiera optar a un cargo público, ni si quiera en lo privado se tiene ninguna compasión, ya han caído varios pesos pesados por unas cuantas bagatelas multiplicadas, repetidas hasta la extenuación, y de la mayoría de marcas políticas. Se han roto corazones corruptos y de paso también unos cuantos de los otros, como si para limpiar el tarquín hubiese que echar más tarquín, como si para aliviar consciencias hubiera que destruir las consciencias ajenas. Más de uno se encontró con la horma de su zapato, y más pronto que tarde han caído o caerán en su trampa los impecables y el proceso no tiene pinta de parar a corto plazo.
El impecable se mueve o cree moverse siempre dentro de las convenciones y las leyes, necesita sentir seguridad y por supuesto aprobación, primero por sí mismo y por su entorno más inmediato y luego socialmente. Viven con pies de plomo y se avergüenzan de cualquiera que no siga su mismo camino, los otros son peligrosos, se arriesgan demasiado, no se toman la vida en serio, sus movimientos les causan vértigo y no los pueden soportar en el fondo y en la forma, con el exceso de libertad del otro se sienten intimidados y temen que su estatus se ponga en peligro. El impecable no se sale de lo habitual, incluso en cuestiones menores como la vestimenta o las propiedades, tratan de pasar desapercibidos bajo el paraguas de la igualdad comparativa, solo destacan en su interior cuando en su propio silencio se sienten mejor que los demás. No cabe el error en la concepción del impecable, salvo en pequeñísimas dosis, la equivocación es un elemento casi subversivo, eso solo les ocurre previsiblemente a los carentes de valores, a los insensatos, a los demasiado atrevidos, insultantemente inquietos. Los califican con palabras complejas y profundamente abstractas: enredador, embaucador, pillo, pícaro, travieso, cuentista, impostor… Todas ellas persiguen el mismo objetivo, la diferenciación sobre supuestos de valor. Su carácter despectivo parece intrínseco cuando en realidad la mayoría de las palabras en sí mismas podrían aplicarse a cualquier ser humano en ejercicio y en algún sentido, sin despreciar a nadie. Y de eso se trata, de no hacerlo.
En las sociedades siempre se han creado grupos, personas que se entienden mejor con otras o simplemente conciben la sociedad de la misma manera, grupos en la mayoría de casos enfrentados a los que piensan o actúan diferente o con intereses aparentemente distintos. Siendo fieles a la realidad la amistad tiene una tendencia clara a conformar grupos con personas no que piensan distinto sino a personas que piensan igual o muy parecido, curiosamente el que piensa y actúa distinto se le suele considerar enemigo o al menos no parte del grupo. Los impecables suelen juntarse con impecables sin duda, de hecho desde la economía se generan grupos de más o menos de la misma condición social. No deja de sorprenderme lo básicos que podemos llegar a ser y me inquieta soberanamente. ¿Habrá algo más interesante que conocer e interactuar con una persona que no piense ni actúe igual que tú? ¿Cómo se aprende más, con los que opinan igual que tú o con los diferentes? ¿Qué es más interesante mezclar u homogeneizar?

Resulta tan obvio, tan aplastante, que me resulta difícil entender como seguimos pautas tan gregarias y carentes de todo sentido de experiencia y crecimiento. También resulta ilógico ver cómo para sentirnos mejor que los demás tenemos que construir toda una retahíla  de barreras que además de enajenarnos nos impiden mejorar.
No es necesario ser impecable para ser humano, ni siquiera es posible salvo en nuestra imaginación, de hecho nadie es impecable, absolutamente nadie, solo tienes que rascar un poco, conocer más y mejor para darte cuenta de qué todos somos humanos y cómo tales nos equivocamos a diario, unos se mueven más otros se mueven menos, unos yerran más y otros yerran menos. De cada metedura de pata se aprende algo, de la experiencia se aprende casi todo, ¿por qué limitarnos  ser a medias?
¿Habrá algo mejor qué la complicidad con los demás?
Sí, quizá aprender de ello.