lunes, 13 de abril de 2009

तुवे मिएदो य एल पिरता también

Hace muchos siglos que conozco esa sensación, me decía el pirata Malapata. Estábamos navegando en círculos rodeando la isla de Tougnalu en el Mar del Norte, evitando un mal mayor: la tormenta más fuerte que jamás un marino ha vivido para contarla. Estuvimos juntos aquella noche… toda. Cuando los primeros rayos de sol despuntaron en el horizonte todo había cambiado. Pasamos de ser dos desconocidos que se conocían hace mucho a formar parte el uno del otro y estar unidos para siempre. Me salvó la vida.
No hay nada peor que el miedo extremo, decía borracho como una cuba. Hoy lo entiendo más que nunca, son días de incertidumbre, sueños rotos, edificios caídos, malas noticias repetidas, personas machacadas por una realidad material predominante, duros egoísmos, desamores y amistades que se convierten en mentiras. Intereses cruzados que chocan y dan como resultado traiciones muy dolorosas. De hecho, todo parecería inmensamente caótico y desagradable si la verdad fuera mentira y la mentira verdad.
Aquella noche pasamos mucho miedo el pirata y yo. Los rayos iluminaban la noche más oscura que nunca, el mar enfurecido acariciaba el velero con rabia elevándolo de proa a popa, de popa a proa y de barlovento a sotavento. La madera crujía ruidosa y cada arteria movía el corazón tan deprisa que ni siquiera pudimos vomitar. Puro miedo, pánico.
Me quedé paralizado mientras Malapata recorría cojeando y gritando por todo el barco: ¡Jua, jajajaja, jua, jajaaaaaaaaaaaaa… no podrás con nosotros, me encantas, no estoy en guerra contigo! Jamás he visto a un hombre en un estado tan dispuesto a afrontar su presente. Al verlo sencillamente lloré.
Al cabo de unos minutos giró su cabeza evitando mirarme con el parche en el ojo, me clavó su único ojo con una intensidad que atravesó el miedo convirtiéndolo en aventura, la oportunidad de luchar por lo más preciado, la vida. Me había dicho muchas veces que los seres humanos solo tenemos en verdad ese bien… y seguía diciendo siempre gritando: ¡Por eso hay que navegar de frente, recoger velas, coger el timón y ayudarse del vientooooooooooooooo… juajuajuajuajuajuajjaaaaaaaaaaaa!!!!!!
Hubo momentos en los que pude pensar, la única frase repetida fue: ¡Este hombre está completamente loco! Pero no lo estaba, de pronto y aquella misma noche, me di cuenta. Aquel hombre mutilado de tanta batalla con el mar, lo sentía, parecía tenerlo muy claro: ¿De qué sirve estar vivo si estás constantemente sintiendo miedo? No hay nada peor que el miedo a la vida, decía sin parar. Después siempre me contaba que una vez en las Galápago un viejo pirata inglés le dijo que alguien le dijo: ¿Qué es un mar sin olas, sin viento, sin tormentas, sin sal, si puestas de sol, sin amaneceres, sin corrientes, sin peces… y sin ron?
Cuando el primer mástil se partió como un palillo, aplastó a cinco hombres y rompió cinco metros de cubierta. La sangre se mezclaba con el agua y el viento salpicaba aquel mejunje hacia nuestras mejillas que ardían de miedo. Se olía a muerte, no recuerdo haberla sentido tan cerca nunca. La vela mayor se rasgó como la seda y voló como un globo de gas hacia el cielo. Se perdió como todos nosotros vamos perdiendo cada día. Malapata cortó de un golpe seco con su hacha la cuerda más gruesa y las velas se replegaron todas a una. Se subió al timón y lo acarició como si fuese un recién nacido. Seguía a las olas inmensas con la delicadeza que sigue el agua su propio cauce. Una gran ola lo zarandeó hasta hacerlo caer por las escaleras. Fue entonces cuando reaccioné, me levanté, despertando de una pesadilla que había durado toda mi vida, lo cogí de los brazos por detrás y lo levanté, sus labios sangraban y había perdido tres dientes en el tercer escalón. Llegamos al timón y allí pasamos la noche, deslizándonos sobre la crestas de las olas (“… vivir sobre las olas y no tener jamás asilo en el tiempo”), atados con cuerdas, sujetándonos uno a otro, como solamente ocurre cuando probablemente puedes perder la vida.
Superamos los dos aquella noche, todos los demás murieron en la bodega, excepto cinco en la cubierta y siete que, uno a uno, se los tragó el mar. No pudimos hacer nada. Cada uno elige donde se coloca en el barco. Malapata lo eligió por mí. Como ya dije me salvó la vida.
Desde entonces nunca más he dejado que otra persona elija mi sitio.
Cuando amaneció la mar rumoreó calma y nos dirigimos a la isla, ya podíamos entrar, a través de los arrecifes. Soltó el ancla y bajamos a tierra. Todas las cabañas estaban destrozadas, el aire olía a coco, cientos de ojos nos miraban atónitos, como si dos fantasmas salieran de la tormenta, de la mar atormentada.
Me dejé caer sobre la fina arena, cerré los ojos y dejé que el sol me acariciara, creí sentir por primera vez la vida entera y ya no tuve dudas, me enamoré de ella. También aprendí que ante las situaciones límite solo nos puede salvar el amor propio.
Malapata se dirigió hacia mí, me ofreció su mano y juntos bebimos y comimos hasta despertar después de quedarnos dormidos.

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