martes, 8 de diciembre de 2009

Héroes de Invierno

Llegó el frío, este año, un poco antes del puente de diciembre. Después de un mes de noviembre extrañamente cálido. Los resfriados y gripes cunden y en las calles solitarias, algún que otro caminante podría percibir el reflejo de un cierto miedo a los virus y a la temperatura invernal.
Por una parte está la depresión económica y por otra, la ambiental, el frío asociado generalmente al no placer. Cuántas veces la pereza en el calor del hogar nos sumerge sin darnos cuenta en la apatía de la constante inacción. Cada vez salir y relacionarnos se convierte en algo más frío. No se si tiene que ver con las decepciones que las experiencias nos traen al paso de los años o con la dificultad de distinguir, identificar y comunicar las emociones (Alexitimia). Lo bien seguro es que cuando uno no se encuentra bien es muy difícil transmitir en positivo. La alegría, para mi especialmente unida a la ilusión, la imaginación, la novedad y la sorpresa, parece ir decreciendo según vamos madurando. Los envites de la realidad más cutre, la incomprensión de algunas actitudes y los propios errores y fracasos van minado esta emoción tan increíblemente positiva. De hecho el ejemplo más claro y recurrente sería como postergamos las risas para el fin de semana compartimentadas y clasificadas dependiendo de los distintos grupos con los que decidimos reunirnos. Otro buen ejemplo se aprecia en las relaciones nuevas o en personas de especial interés para cualquiera de nosotros. La actitud cambia, y lo mejor o lo peor de nosotros mismos aflora como petróleo en la película Gigante.
Una de las cosas que más me llaman la atención en las personas es la capacidad que tenemos de cambiar de ánimo en un milisegundo. También, por el contario, la capacidad de algunas personas de (aparentemente) no inmutarse por casi nada. Hablo de esas personas-supongo todos conocemos-que nunca nos han mostrado una cara distinta a la de siempre. Después de 30 años siguen expresando lo mismo. Ni un solo día han bajado la guardia, haga frío o calor. Aunque no estoy seguro de haberlas visto cuando hace frío ó cuando no son fiestas de guardar.
De lo que no hay duda es que las personas tendemos al rebaño. Tengo la teoría que en los últimos cien años las manadas han ido por un a parte aumentando en paralelo con los deseos del sistema de consumo y por otra parte, han ido disminuyendo y reordenándose, incluso, de una forma gregaria, en una infructuosa búsqueda de comunión basada en la repetición y en la rutina tratando de encontrar seguridad y compañía. Recuerdos con los que alimentar el presente tratando de maquillarlo hasta verlo tan bonito como en cada momento convenga.
Creo que hace demasiados años que nos dicen como tenemos que disfrutar, dónde, cómo, cuando, incluso con quién, siempre se olvidan del por qué. Hace demasiados años que me oigo y oigo decir, deberían hacer, podríamos haber hecho, no salimos porque no hay nada interesante que hacer. Y la verdad, creo que hay una parte real, pero la mayoría es una auténtica y sencilla mentira, como tantas otras que nos contamos unos a otros para justificar nuestra falta de ilusión, imaginación y ganas de vivir. Es la alegría ese motor, las ganas de darnos lo mejor que podamos, las ganas de dar lo mejor que podamos, la maravillosa sensación de sentirse vivir siendo protagonistas de nuestra fiesta o de nuestro aburrimiento.
Llevo muchos años viendo a personas que no han querido comulgar con las tendencias, o aún comulgando, han tratado de poner su gotita de risa o de fresa en la ésta gran verbena, y durante todos estos años, unos han caído en la autodestrucción, otros han deshecho su propio camino, destrozando cualquier atisbo de ilusión, otros siguen, marginados o auto-marginados, en las barras de los bares contando historias de todo tipo que a la postre solo hablan de amor o de dolor, mientras gritan la rabia contenida al final de la noche, cuando las copas han rebasado sus límites de autocontrol.
Son mis héroes, son los raros, los que no tienen buena imagen para presentarse a concejal de pueblo, los que hablan con extraños y hacen amigos en una hora, los que escuchan para no escuchar sus propias voces, los que ríen y tienen pata porque se han arriesgado a vivir, han soñado y han conseguido construir alguna vez sus sueños, por eso siempre tienen algo que contar, son los que repiten hermosas historias que ya no se creen del todo, los que sonríen cuando se abre la puerta y se va llenando el local. Son mis héroes, los buscadores sinceros de la alegría, los juglares de la risa y el talento, las personas que escriben la realidad persiguiendo sus propias palabras que saben compartir, esos locos de ojos vidriosos en los que se refleja cualquier luz.
Paseando por la nieve te lo cuento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario