domingo, 7 de marzo de 2010

La tercera pierna

Me siento ante el folio en blanco y me quedo quieto. Froto mis sienes con las manos, tras un momento de pensamientos amontonados. El calor de las yemas de los dedos reconforta como un amigo ante de desmayarte. Estos días constantemente grises aumentan los pensamientos negativos, las recriminaciones propias y ajenas, las debilidades en general. Será porque no estamos acostumbrados a perder ni a ganar.
Decido apagar este incendio: Me voy a dormir y mañana será otro día. Me niego a sentir el hastío hasta el grado de no tener ganas de decir o nada qué decir. Seguro que alguna vez he pensado que tenía sentido esto de comunicar algo de lo que otro siente y piensa. Probablemente haya cientos de razones positivas para hacerlo, pero les pido perdón, hoy no las encuentro. Hasta dentro de un rato, el sueño reparará tan poca espenta...
Han pasado tres horas y cuarto, no he podido dormir más que setenta minutos y gracias a medio canuto de maría que se dejó olvidado alguien en el cenicero de mi despacho.
Los movimientos son lentos y las ideas y pensamientos se mueven despacio, siento una calma activa dentro de mí y parece como si los problemas y las malas sensaciones hubiesen desaparecido. Si no fuese porque en los adolescentes se han dado demasiado habitualmente brotes psicóticos y los procesos mentales se ralentizan con el consumo continuado, recomendaría un porrito cada ocho horas como un buen medicamento.
Mejor voy a dejarlo hasta que se me pase, seguro que afirmo alguna barbaridad y encima luego no entiendo mi letra. Disculpe, querido lector, las molestias. Abur.
Ya he vuelto. Es muy sano dormir. Me quedé sorprendido cuando escuché de un científico eminente que el cuerpo solo necesita fisiológicamente unas tres horas para descansar, las demás hasta ocho- que es lo recomendado- lo necesita la mente para soñar y reorganizar todo lo percibido y sentido en el día. Luego demostró como si despiertas a una persona cada vez que se pone a soñar se vuelve loca. Es impactante la importancia del sueño en nuestras vidas en todos los sentidos.
Los momentos en los que vivimos con más problemas se recomienda acostarse pronto, el cuerpo humano está naturalmente organizado para introducirse al sueño cuando se va la luz y a despertarse cuando la luz vuelve. Este es nuestro reloj biológico, por lo tanto es lo más saludable.
Lo que olvidan la mayoría de los científicos, políticos, gurús de lo cosmogónico, etcétera, es que cuando los seres humanos vivimos en conflicto, nos atormentan las preocupaciones, nos sentimos culpables, sobrecargados de responsabilidades, llenos de incertidumbre, desorientados por el miedo, la inseguridad y la impotencia, producimos múltiples reacciones, entre las más frecuentes están las somatizaciones, y en este caso concreto, una avalancha de torpedos mentales al sistema inmunológico que preparan el terreno de una manera excelente para que las enfermedades entren en nuestras vidas con la intención de rematarnos. Cualquier profesional de ambulatorio les explicaría múltiples ejemplos en las consultas diarias. Todo ello sin darnos cuenta, pues estamos en el terreno del inconsciente.
Sería pues fácil de explicar por qué todos nos valemos de “bastones” para vivir. Las manías, el tabaco, el alcohol, los porros y demás drogas son la tercera pierna que usamos para aplacar esa necesidad interna de recuperar el ánimo, de sentir otra cosa que no sea angustia, decepción, miedo, dolor, aburrimiento, desamor, inferioridad… sigan si les apetece la lista, es enorme.
He asistido a algunas charlas sobre drogas siempre escucho las consecuencias insalubres del consumo pero nunca escuché a nadie hablar del por qué se usan desde tiempos ancestrales. Pues bien, la respuesta es relativamente sencilla: Creemos que nos ayudan a vivirnos mejor, cuando en realidad dependemos de ellas para sentirnos bien.
Pero no nos quedemos solo con éstos, hay muchas más clases de bastones, no solo las drogas lo son, la complejidad de la mente y de la personalidad a veces los esconden muy bien, pero si rascas un poco, saltan a la vista. Ejemplos también hay muchos: la actividad frenética, la verborrea imparable, la constante búsqueda de nuevas sensaciones, la necesidad de destacar siempre o la de no hacerlo nunca, la inactividad total, la falta de creatividad, los radicalismos ideológicos como sostén de la no aceptación de la propia debilidad… sigan la lista si les apetece, es enorme.
Está muy claro que estamos fomentando una sociedad en la que la salud mental no es una prioridad, ni siquiera cuando se sabe perfectamente demostrado que un porcentaje altísimo de las enfermedades mal llamadas físicas están unidas a los problemas emocionales del día a día. Algunos de ellos: La ausencia de un nido emocional saludable, las relaciones con los demás fuera de la familia, los conflictos padres-hijos, los problemas económicos, el código de valores comparativo con ideales inalcanzables, la deformada y excesiva información, la falta de trabajo ó la cárcel diaria de estar en uno que no te gusta o incluso odias… sigan la lista si les apetece, es enorme.
Freud hablaba de la pulsión muerte, la tendencia a la autodestrucción que tenemos los humanos. También hablaba de la pulsión vida, su contrario. Supongo que todos vivimos entre estas dos pulsiones y también he de suponer que no hay más remedio que vivir ambas, puesto que es parte de nuestra naturaleza, pero también supongo que saber proporcionar la tendencia a la vida muy por encima de la tendencia a la muerte es una compleja tarea que se debería llamar educación, algunos también querrían llamarle paz.

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