A diario nos relacionamos con cosas insignificantes pero que nos ayudan a guardar aquello que usamos a menudo o nos hace falta. El bolsillo: “Saco más o menos pequeño cosido en una u otra parte de los vestidos(u otros), y que sirve para meter en él algunas cosas usuales”. Metemos en ellos las manos cuando tenemos frío o no sabemos que hacer con ellas, allí colocamos nuestros documentos, carteras, dinero, llaves, caramelos, chicles… incluso algún amuleto o recuerdo que nos sirve de acompañante en el devenir de los días. Desde luego tiene su importancia aunque no vaya a entrar en valorarla pues para cada uno representa una cosa. Por ejemplo mi padre se hacía los pantalones con bolsillos horizontales porque en los verticales y laterales se pierden con mayor facilidad las cosas, mi abuelo Fite llevaba siempre camisas de dos bolsillos donde guardada todo aquello que para él tenía valor-además de ambos llevar sus respectivos bolígrafos-. De hecho en el izquierdo además del botón se cruzaba un imperdible pues ahí guardaba la cartera, las cuentas corrientes no estaban hechas para él. El tiempo le ha dado la razón. Yo mismo tengo una fascinación y gusto por las prendas de muchos bolsillos, probablemente por cierta influencia educacional de los varones de mi familia. Conozco también a personas que los bolsillos los llevan casi vacíos pues gustan de llevar encima nada o lo más mínimo, aún en estos casos, las llaves del coche, las de casa u otros no pueden ser evitados. ¿Es pues posible que el bolsillo sea un invento realmente importante para las personas? Es más, ¿es posible que nuestras costumbres y hábitos no nos permitan darnos cuenta de lo que se nos ha dado hecho? Yendo más allá: ¿Hemos recibido de nuestros antepasados, con todas sus creaciones e inventos, tantas cosas que ya no somos capaces de valorarlas al considerarlas parte de nuestra realidad antes al nacer y algo recibido sin saber su por qué?
Parece que se piensa en todo lo que nos rodea, como algo que está ahí por generación espontánea o por un acto de magia, o aunque obvio, no sé si somos muy conscientes de ello, de lo hecho por los que antes vivieron y crearon. Me parece importante remarcarlo porque justo en este movimiento es donde debería surgir nuestro compromiso social: ¿Qué podemos aportar nosotros para que las siguientes generaciones se encuentren con una realidad mejor?
En los bolsillos llevamos cosas pero también en ellos guardamos palabras, recuerdos, notas… muchísimas cosas materiales e inmateriales. Quizá también en esa mochila imaginaria que todos llevamos a cuestas llena de las huellas de todas nuestras experiencias. Las catalogadas como malas que pesan como el plomo y las consideradas como buenas que aparecen etéreas entre tanto error. ¿Por qué lo malo pesa más que lo bueno, por qué lo negativo pesa más que lo positivo? Qué jodía es nuestra mente o nuestra educación o ambas cosas, sumando siempre más todo aquello que duele.
He encontrado hoy en una chaqueta un papelito que alguien me escribió hace muchos años y me ha emocionado, a la vez una rara sensación se suma a lo sentido al darme cuenta de como ha cambiado todo desde entonces, de como he cambiado, de como han cambiado, resulta vertiginoso entender la complejidad del instante y su resultado en la memoria.
Llevo los bolsillos llenos de momentos, llenos de personas, compañeras de viaje que con el paso del tiempo pudieran convertirse en personajes descritos en un guión de cine, llenos de sueños que no se cumplieron y de algunos que sí lo hicieron y ya no lo son, lo realmente llamativo es que un sueño cuando se cumple suele perder tarde o temprano toda su pasión. Al igual que cuando una realidad-no creída- se descubre y se sitúa en primerísima línea, es como un latigazo en el corazón del alma, nada más duro que descubrir, como en la película “Una mente maravillosa”, que mucho(a veces todo) de los que has creído y amado durante toda la vida es una fantasía o simplemente falso, cuando no absolutamente mentira. Crecer y madurar tiene estas cosas me decía un señor muy mayor cuando yo era muy muy joven… y aquel que ya no soy yo y a la vez también soy… se mira perplejo ante el espejo que todo lo refleja, incrédulo, jodido, pisoteado, amado, buscando esos ojos que saben mirar y sentir, mientras la boca se mueve hacia la sonrisa y alrededor de los ojos se concentran los surcos que ahondan en la piel convertida en tierra, esperando que una nueva semilla y una gota de agua se encuentren en el bolsillo con todos nuestros recuerdos, con todo lo vivido y alcanzar un espacio donde todo tenga o cobre sentido. Sería como anidar en todos los bolsillos.
Parece que se piensa en todo lo que nos rodea, como algo que está ahí por generación espontánea o por un acto de magia, o aunque obvio, no sé si somos muy conscientes de ello, de lo hecho por los que antes vivieron y crearon. Me parece importante remarcarlo porque justo en este movimiento es donde debería surgir nuestro compromiso social: ¿Qué podemos aportar nosotros para que las siguientes generaciones se encuentren con una realidad mejor?
En los bolsillos llevamos cosas pero también en ellos guardamos palabras, recuerdos, notas… muchísimas cosas materiales e inmateriales. Quizá también en esa mochila imaginaria que todos llevamos a cuestas llena de las huellas de todas nuestras experiencias. Las catalogadas como malas que pesan como el plomo y las consideradas como buenas que aparecen etéreas entre tanto error. ¿Por qué lo malo pesa más que lo bueno, por qué lo negativo pesa más que lo positivo? Qué jodía es nuestra mente o nuestra educación o ambas cosas, sumando siempre más todo aquello que duele.
He encontrado hoy en una chaqueta un papelito que alguien me escribió hace muchos años y me ha emocionado, a la vez una rara sensación se suma a lo sentido al darme cuenta de como ha cambiado todo desde entonces, de como he cambiado, de como han cambiado, resulta vertiginoso entender la complejidad del instante y su resultado en la memoria.
Llevo los bolsillos llenos de momentos, llenos de personas, compañeras de viaje que con el paso del tiempo pudieran convertirse en personajes descritos en un guión de cine, llenos de sueños que no se cumplieron y de algunos que sí lo hicieron y ya no lo son, lo realmente llamativo es que un sueño cuando se cumple suele perder tarde o temprano toda su pasión. Al igual que cuando una realidad-no creída- se descubre y se sitúa en primerísima línea, es como un latigazo en el corazón del alma, nada más duro que descubrir, como en la película “Una mente maravillosa”, que mucho(a veces todo) de los que has creído y amado durante toda la vida es una fantasía o simplemente falso, cuando no absolutamente mentira. Crecer y madurar tiene estas cosas me decía un señor muy mayor cuando yo era muy muy joven… y aquel que ya no soy yo y a la vez también soy… se mira perplejo ante el espejo que todo lo refleja, incrédulo, jodido, pisoteado, amado, buscando esos ojos que saben mirar y sentir, mientras la boca se mueve hacia la sonrisa y alrededor de los ojos se concentran los surcos que ahondan en la piel convertida en tierra, esperando que una nueva semilla y una gota de agua se encuentren en el bolsillo con todos nuestros recuerdos, con todo lo vivido y alcanzar un espacio donde todo tenga o cobre sentido. Sería como anidar en todos los bolsillos.
me has dejado sin palabras....
ResponderEliminarCuando un sueño alcanzado va perdiendo su pasión, queda en el bolsillo para sumarse a la pasión de ir a por el siguiente... suma y sigue.
ResponderEliminarEs curioso, amigo, últimamente también andaba yo anidando por los bolsillos.