Recuerdo cuando en fechas señalás nos mudábamos. Esta noche cenando he visto a la parte de mi familia más joven haciendo lo mismo, arreglándose para salir en una día que sienten como señalado, importante, en él parece que solo cabe el disfrute y la ilusión.
Me impresiona como el paso del tiempo merma esa cierta ilusión. Quizá sea bueno madurar, pero no tengo tan claro que sea bueno perder las ganas de… La verdad es que me ha dado que pensar. Me preguntaba si son las responsabilidades las que nos van haciendo crecer o si por el contrario nos embuten como una longanisa o una morsilla o una güeña, nos encapsulan(mos) en lo que toca en cada edad o quizá, al contrario, sea sano que en cada edad toque una cosa, como marcan los convencionalismos. Reconozco que no me gusta esta última versión, ni siquiera puedo creérmela. Lo cierto es que cuando los adultos o mayores consiguen desinhibirse y jugar se lo pasan genial, lo he visto hoy con personas de más de 80 de más de 50, de menos de 50… y de 6 años. Da que pensar.
Llevo muchos años reflexionando sobre el concepto de vida prefabricada y cada vez tengo menos dudas de que con el ejemplo nos transmitimos en vena lo que está bien o mal y lo que toca de generación en generación, menos mal que siempre hay un paso nuevo, siempre aparece una persona que tiene una ocurrencia y algo cambia, asumiendo con criterio la confrontación con lo arcaico y sabiendo que al promover el cambio se paga un alto precio. Dos pasos para adelante y uno para atrás, el camino humano, con suerte y mucho esfuerzo, hago hincapié con dudas en el azar como principio de influencia sobre las circunstancias.
Otra pregunta que me hago en estos momentos, hoy es Nochebuena, pasa por tratar de entender la necesidad humana de seguir año a año con las tradiciones como ritos atávicos, solo he llegado a entender su conexión a través de la manera de crear y no hacer tambalear nuestra identidad, la educación desde las raíces comunes y sus interacciones: La Intrahistoria, concepto profundamente interesante de Unamuno, olvidado en las aulas y escrito en la realidad diaria, y hoy, curiosamente, muy presente en la política española.
El día a día parece aburrido frente a las fechas señalás y tengo la impresión que son el escalón que aúpa y el alimento que nutre esos momentos que solemos vivir de una forma especial, tanto para disfrutarlos como para quejarnos de ellos. Navegamos entre paradojas y son los contrarios los que se dan sentido mutuamente. No se entenderían conceptos como fiesta sin la normalidad. Y es que la norma tiene su sentido, al igual que el hábito, incluso la tradición, aparentemente parecen concepto antiguos, incluso de los que se habla poco, no están demasiado presentes. Quizá se aceptan sin más, cada año vivimos el cambio de estaciones, con ellos coinciden casi siempre unas fiestas u otras, parece, a bote pronto, como si la sociedad lo tuviese todo pensado para liberarnos de vez en cuando de la rutina diaria para dar un salto a la tradición. Me llama la atención como al verbalizarlo se reconoce la tendencia a movernos desde momentos conocidos y seguros.
Me pregunto por qué la Navidad coincide con el invierno y por tanto cuando más apetece estar en casa y el recogimiento. O por qué las fiestas suelen coincidir con el verano en el que la calle parece el lugar más apropiado y la noche apetece. Y de aquí me surgen otras preguntas: ¿En los lugares del mundo que no tienen nuestro maravilloso clima mediterráneo, ni sus estaciones, se viven del mismo modo las fechas señalás?
Según de qué hemisferios se trate, norte o sur, la estaciones empiezan en fechas distintas, incluso en algunos lugares de la tierra solo hay dos estaciones y en otros hasta seis. Es curioso saber que las estaciones no son consecuencia de la distancia de la tierra al sol sino del eje de la tierra respecto al sol. Depende de la inclinación no de la distancia.
Todo en la naturaleza parece que se mueve por interacciones, y nosotros, los seres humanos, probablemente también: Conocimiento, sentimientos, tendencias y acciones se rozan y se mezclan entre unas personas y otras. Aquí la distancia o la cercanía se marcan, y no desde una realidad medible sino desde las subjetividad humana. Los ejes y sus grados son imprecisas medidas mentales construidas desde lo sentidos y las emociones… y la capacidad de comunicación en todos sus ámbitos. Nos acercamos o nos alejamos, nos calentamos o nos enfriamos de complejas y variadas maneras, pero todas ellas tiene denominadores comunes aunque no lo parezcan, perspectivas anteriores a la conciencia, anteriores a los ojos, anteriores al aprecio o al desprecio, anteriores a la empatía o su contrario. Las personas nos relacionamos desde otras medidas, y es necesario reconocerlas y después entenderlas porque de su verdad depende nuestro bienestar y el de los demás. Construimos y habitamos nuestras propias medidas, saberlo es fundamental para comprenderse a uno mismo y a los demás.
Todas las palabras desde el principio contienen medidas pero solo algunas tienen tildes, la mayoría tienen acentos. Educar es comprender el mundo en el que vivimos, y la tilde no es suficiente, se necesita descubrir el acento, desvelarlo, y creo que pasa por buscar las esencias humanas desde el autoconocimiento, desde un espejo. Se necesita una gran perspectiva humana para convivir y crecer. Habría que ver qué hacemos para desaprender para después aprender y luego enseñarlo. El ser humano está muy necesitado de saber qué es.
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