“Supo que pronto olvidaría todo lo que había aprendido. Quería acordarse de todas las visiones que había tenido, así que decidió llamarse a sí mismo Espejo Humeante para recordar siempre que la materia es un espejo y que el humo que hay en medio es lo que nos impide saber qué somos. Y dijo: «Soy Espejo Humeante porque me veo en todos vosotros, pero no nos reconocemos mutuamente por el humo que hay entre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejo eres tú, el soñador».”
Del libro Los Cuatro Acuerdos del Dr. Miguel Ruiz
Cuantas más cosas hace uno más se equivoca. Cuantas menos cosas hace uno menos se equivoca. Quien hace muy poco yerra muy poco, quien hace mucho yerra mucho. La experiencia pues, solo se puede explicar con objetividad desde la acción y muy probablemente desde una suerte de aciertos y errores. Los aciertos corroboran, los errores enseñan. ¿Enseñan siempre? No, solamente cuando somos conscientes y los percibimos claramente. Cuando somos capaces de ser lo más objetivos, dentro de lo posible, sin velos, sin humo, la experiencia se convierte en conocimiento. Los griegos lo expresaban muy bien con dos términos “Doxa” y “Episteme”, el primero como saber relativo y el segundo como saber absoluto. Los dos conceptos caminan desde la creencia u opinión(Doxa) hasta el conocimiento objetivo(Episteme). En este sentido se podría explicar el movimiento entre lo que creemos que sabemos y lo que sabemos en realidad, entre lo que creemos saber y lo que sabemos entre el humo y los sentidos.
¿Por qué plantearse hoy estos conceptos?
Todo vive en nuestros adentros y ellos en su dolor me preguntan, qué podemos hacer cuando no somos impecables con la palabra y nos duele o cuando nos tomamos las cosas personalmente y nos duele o cuando adivinamos y suponemos y nos duele ó cuando no hacemos lo máximo, lo mejor que podemos y nos duele.
Quizá estos conceptos puedan ayudarnos a responder a estas preguntas. Creer no es lo mismo que saber: ¿Y si cuando creemos que no cumplimos con estos impecables acuerdos u otros estuviéramos cayendo en una gran trampa que nosotros mismos construimos?¿Y si lo que la experiencia nos dice de forma taxativa que no siempre sabemos, podemos o queremos? ¿Y si siempre no pudiera existir en los límites humanos, sería pues una irrealidad poder ser impecable siempre con las palabras? ¿Y si no tomarse nada personalmente fuese imposible si aceptamos como verdad que todos proyectamos nuestras partes neuróticas en los demás? ¿Y si adivinar y suponer fuesen maneras humanas esenciales, herramientas con las que como el miedo nos ayudan a protegernos? ¿Y si hacer lo máximo muchas veces fuese hacer lo mínimo, lo mejor que puedes? Repito, como otras veces, no hay mejor respuesta que una pregunta retórica. Bueno, igual sí, porque mejor si que puede ser siempre y peor también.
A menudo me despierto dos o tres o más veces al día, no es que esté dormido es que me descubro soñando, y a veces veo el humo, el humo que hay en nosotros y entre nosotros, y a veces, muchas veces, me sorprendo buscando entre la niebla aquello que realmente somos, soy, y me vienen preguntas rápidas y afirmaciones que escucho con contundencia, estrictas, severas como el ideal y me siento débil, incapaz de cumplir con tanta exigencia y me vuelvo a preguntar cómo un ser en potencia, como en realidad somos todos nosotros, siempre aprendiendo, siempre creciendo, siempre buscando y deseando, cómo puedo alcanzar algún hito de perfección. Y sé que me miento, me mienten y nos mentimos, nadie cumple los acuerdos, ni éstos, ni siquiera aquellos que en silencio nos prometemos al oido. Ningún ser puede ser lo que no es, por mucho que queramos que existan palabras impecables, relaciones impecables, juicios impecables, trabajos impecables. No existimos así.
Nuestra realidad es otra, menos radical, menos amarga, más abierta, más elástica, más dúctil, llena de grados, maneras, escalas y medidas. Somos de carne física y relativa, de ideas que se convierten en hechos, de hechos que son realidades y nos desmenuzan en trozos y nos montamos de nuevo. Somos siendo en un devenir finito individualmente.
Experimentemos pues sin dañarnos y quizá deberíamos hacer entre nosotros y con nosotros un único acuerdo: Querer y querernos sin condiciones.
Como idealidad tiene mejores cualidades.
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