Usted, estimado lector, no puede verla de cerca, la fotografía es muy pequeña en la publicación, yo sí la he podido apreciar a pocos centímetros, además de hacer la instantánea estuve un rato sentado cerca de ella, una revista con una modelo bellísima que me miraba todo el rato y sin parpadear. Me hice un rato el duro con el rabillo del ojo, pero al final caí en la tentación y la miré fijamente. Ella no dejaba de mirarme y yo no dejaba de preguntarme que hacía allí, a los pies de un algarrobo(garrofera), entre el sonido del agua y el canto de los pájaros. Me vino a la cabeza aquello que dijo algún pintor-no recuerdo quién- que cuando vendía o regalaba un cuadro era como un hijo que salía al mundo a hacer su vida, quién sabe a donde iría a parar, con quién habitará, qué ojos lo contemplarán, que pared o atril lo sostendrá, cuál será su casa y en qué lugar…
Algo así le pasó a esta revista, quién la compró y a dónde la llevó, dónde se deshizo de ella, quién la recogió, por dónde anduvo o habitó, y lo más transcendente, a quién se le ocurrió dejarla en medio de la naturaleza para que cualquiera se topara con ella, entre ellos yo. Podría hacer un discurso ecologista y quejarme de aquel que la arrojó a la tierra entre yerbas y arbustos pero no es mi intención en este caso concreto. Hubo un tiempo en que dejaba algún libro olvidado a propósito en las habitaciones de hotel, en aquella época los frecuentaba, viajaba constantemente. Me hacía ilusión imaginar que sería de él, pensaba que lo podría encontrar alguien que lo apreciara y le evocara emociones y pensamientos en una noche solitaria en la gran ciudad, incluso podía fantasear poniéndome en su lugar, dudando si llevárselo y hacerlo viajar haciéndolo suyo o no y dejarlo para el siguiente cliente con esa hermosa conciencia que emana del compartir. Este pequeño acto se convertía en peldaño de la escalera que guía al sentido.
Hace tres o cuatro años encontré un librito de poesía que publiqué en mi adolescencia en una web de venta de libros usados de Chile, no imaginan las vueltas que le di pensando cómo llegó después de más de 30 años allí, no pude resistirme y lo compré, pagué veinte euros con entrega incluida por un libro que vendí por 200 pesetas o regalé más probablemente y encima lo escribí, tiene gracia. Me sentía a la vez un poco tonto y por otra parte muy contento de saber cómo puede viajar lo que publicamos, adquiere su propia vida como afirmaba aquel pintor, me suena que era Antonio López pero no estoy seguro, la seguridad suele ser una fantasía necesaria en todos nosotros.
La vida de los pequeños actos o de las más diminutas publicaciones o creaciones son en potencia como lo somos nosotros, caben muchas posibilidades, muchos encuentros y desencuentros, se van, vuelven, se pierden y/o pasa a otro ó al olvido, después de un cierto tiempo quizá otro encuentro y más tarde otro y quién sabe cuando se cierra el círculo, hasta hacerse fósil caben muchos valores y probabilidades, incluso cabe desaparecer ó pasar desapercibido, aún así siempre infiere en al menos una unidad. Es la suerte, la ventaja del creador, siempre hay un aporte en la reciprocidad de la obra con su autor al menos. Constituyen identidades unidas hasta el fin, de ahí la esencia de su valor.
He tratado de construir toda mi vida desde ahí, y en esa acción constante, siempre inmanente, ha estado presente la destrucción, conforman un tándem ineludible, incluso cuando ni siquiera hemos sido conscientes de su existencia dependiendo del resultado. En el fracaso aparece con virulencia y dramatismo, en el acierto se esconde esperando que la encontremos, a veces hay suerte y se muere uno sin conocerla, no hay muchos casos a menos que te estés muy quieto. La destrucción está en nosotros, como diría Freud, la pulsión muerte, tan grande y tan poderosa como crear, asociada a las las ganas de vivir, a la pulsión vida o el espíritu de conservación.
La Revista está hecha para recorrer su camino. Cada uno de nosotros también. De entre muchos encuentros y desencuentros se irá creando el camino, desde la combinación entre realidad y fantasía, cada uno de nosotros las mezclará conjurando un pócima que guiará nuestros actos. La complejidad de la pócima será proporcional a la experiencia y derivará en prejuicios, juicios, condicionamientos, convicciones, emociones, y si tenemos que concluir, en conocimiento. Primero vive y luego filosofa-dijo el filósofo-, se trata de comprender el ancho de cada camino y nuestra capacidad para verbalizar lo aprendido. Se aprende de los errores y de los aciertos, de la vida misma, eso sí, a veces, nuestras acciones nos persiguen, nuestros fracasos nos encarcelan y determinan nuestra actitud y por ello nuestro presente y nuestro futuro, como en la película Atrapado por su Pasado de Brian de Palma, un sueño que se escapa para siempre. Y termina con You are so beautiful to me de Joe Cocker. Y la melancolía se apodera de todo.
Por favor, no tiréis las revistas en la naturaleza, otras y éstas son las consecuencias.
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