Una vez me contaron que se subió al coche cargó el cartucho con seis cedés y no paró hasta que terminó el último. No trazó ruta previa alguna. Solamente buscó una arteria amplia por donde salir y la siguió hasta que la última canción del sexto cedé dejó de sonar. Carretera y música: “Así construyo los momentos”, decía.
La mayoría de personas del grupo que nos acompañaban, al oír aquella historia y otras parecidas que nos contaron, señalaban a aquel tipo, sin temor aparente a equivocarse, como un completo loco. La verdad es que no he tenido nunca muy claros los límites entre la cordura y la locura en este sentido.
Me llamó especialmente la atención lo de “construyo los momentos”. Me pareció una actitud muy cuerda. Querer construir, crear los momentos que vas a vivir, inferir en la realidad hasta conseguir en la interacción algo nuevo, ocurrente, supongo que nuevas experiencias con las que llenarse. Utilizar la imaginación y todas las herramientas a nuestro alcance para construir la vida que deseamos. Pensé: Sobre todo en lo que necesitamos. Son muchas las veces que deseamos lo que no necesitamos y también demasiadas las que parece que necesitemos lo que deseamos como única condición para estar bien. Los deseos pueden ser muy peligrosos y pueden causarnos muchas desdichas. Supongo que sucede cuando hay excesos de carga… especialmente en la fantasía. Digamos… como una ensalada con demasiado vinagre.
Oyendo los comentarios de aquellas personas me vinieron un par de frases a la cabeza recordadas con cierta imprecisión: “Cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad” y “… si te dejas llevar tan solo por lo que sientes o deseas acabarás al borde de un precipicio”.
En la conversación hablaban y hablaban de aquel tipo sin medida alguna-recordé las palabras de Lázaro y su hermano negrito de la semana pasada-, olvidaban mirarse al espejo (así mismos). Estoy seguro que hubiesen visto la otra cara del exceso: el defecto.
Recordé en las clases de religión aquello de pecar solo con el pensamiento. Y esta idea me trajo otra: La responsabilidad por la acción parece estar muy clara, no tanto ó nada, por omisión. Hay personas que se atreven a equivocarse y otras no. Nada malo hay ni en unas ni en otras. Lo curioso es que se juzga severamente y más a las personas por acción y no por dejación. Tan responsable es el padre que agrede violentamente a sus hijos como la madre que no hace nada por remediarlo ó al revés.
Si uno quiere ser el protagonista de su vida- y me temo que estamos obligados todos- tiene que asumir un mínimo de acciones. Y esas acciones vendrán motivadas por deseos, sentimientos, emociones, razones… que tendremos que saber analizar hasta conocer su naturaleza si queremos en verdad entenderlas, ordenarlas y comprender su influencia en nuestras vidas. No quiero olvidar la gran influencia de todo el ámbito social.
Lo importante no es equivocarse o acertar. Lo importante es no vaciarse y llenarse de amor propio en cada vaivén. Para ello creo, cada uno debe encontrar sentido a su camino, darse cuenta, tenerlo presente para aprender. Probablemente lo aprendido se convierta así en un fin en si mismo, y el fracaso o el éxito en simples partes de la realidad con las que inexorablemente tenemos que lidiar.
En la realidad existen imponderables, también imprevistos, casualidades, accidentes. Sorpresas que nos dejan un sinfín de sabores de boca con los que hay que respirar. Nadie tiene la vida ideal y nadie consigue que todo le salga exactamente como preveía. Quizá por eso, en una sociedad cada vez más bobalicona, cursi, hortera, homogénea, y hasta límites preocupantes, es cada vez más necesaria una educación basada en las emociones y en los equipos multidisciplinares. No solo hay que enseñar asignaturas, hay que enseñar qué somos y cómo funcionamos. No solo hay que enseñar a los alumnos, también los padres y los profesores necesitan aprender todo lo que esencialmente desconocen para poder educar.
Es increíble como en el S.XXI se hable de inglés y competitividad, de informática, de religión, y de la nueva asignatura para crear ciudadanos y no se diga ni una palabra de cómo enfrentarse a los cambios, a las pérdidas, a la violencia, a los dolores y sufrimientos, a padres que se odian, a profesores que no tienen vocación o se le frustra día a día, al desamor, a la soledad, a la ansiedad, a la depresión o al desánimo…. y….
Lo curioso es que machacamos al que se sale un poco de lo “normal”. Supongo que nos asusta que pongan en entredicho nuestra fantasiosa seguridad. Es muy difícil desaprender lo mal aprendido. Pero se puede. Lo realmente alarmante es que nos creemos grandes falsedades como si de una verdad inmutable se tratase.
Bienvenido todo lo creativo. Bienvenida la imaginación. Bienvenida la olvidada salud mental. ¡Qué viva el Prozac y el Trankimazín!
Me vienen a la cabeza dos frases de nuevo y con reconocida imprecisión: Una de Kierkegaard: En ninguna época se ha sabido tantas cosas sobre el ser humano y tan poco qué es el hombre y la otra de Borges: Llevo más de cuarenta años siendo profesor y he llegado a la conclusión de que es imposible enseñar. Solo se puede transmitir el amor que uno siente por ese algo.
Ahora, en vacaciones, unas excelentes frases para la reflexión. Espero.
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