Adán imaginó su vida, la soñó y luego intentó durante muchos años, todos, cumplir sus sueños. Los filósofos griegos tenían un sentido muy peculiar de sentir la palabra cumplir. La percibían como un proceso individual, claramente moral, incluía el fin al que había que tender, la obra terminada, completada como un deber. Mucho más tarde, aunque muy influidos por éstos, otros filósofos, hablaron del ser y del deber ser. Estoy convencido de que este último ha hecho estragos en la historia. Un buen ejemplo es la honra en el Medievo. Y quizá en España, hace treinta o cuarenta años atrás, conceptos morales muy parecidos y enrarecidos.
Adán no sabía nada de esto. Ni siquiera se daba cuenta de andar repitiendo muchos de los cánones antiquísimos en la historia de la humanidad. Todavía menos que parte de lo que sentía provenía de tiempos muy lejanos. Quizá lo hermoso y lo complejo de ser humano: Conectados por raíces tan profundas como las de los propios árboles.
Alguien pensó, una noche de verano, en el diálogo entre los tiempos: pasado, presente y futuro. Lo que ya ha ocurrido, lo que ocurre y lo que se supone que ocurrirá. Cada tiempo se resbala entre las manos y desaparece como una pompa de jabón. Existen, se llenan de aire real e inmediatamente desaparecen ante nuestros ojos. Queda la raíz, queda la memoria, el recuerdo grabado en tierra fértil, en tierra viva. Dar vida, nacer, tiene que conectarse con seguridad con ésta idea de género.
Adán lo intuía. Lo respiraba en la mente, ideas convertidas en oxígeno. Cada movimiento, cada oración, cada caricia… se entrelazaba en los tiempos y a la vez, generando una nebulosa descendente ayudada por fuerzas invisibles como la gravedad. Cuesta pensar con claridad entre pensamientos atemporales. Imaginen los recuerdos de los tres años, mezclados con los ocho, dieciséis, veinticuatro, treinta y cinco, cuarenta y dos, cincuenta y tres… ochenta, noventa y. Todo lo percibido dentro de una esfera de carne debajo del cabello ó del sombrero. No cabe todo en la consciencia. Ni siquiera es inteligible a la vez. Cosas de la naturaleza y sus límites.
Le confesé a Adán que desde hace sesenta y nueve semanas trato, desde estas páginas, de contarles historias distintas pero sin querer o queriendo, siempre tengo la sensación de hablarles de lo mismo. Con distintas historias, personajes, oraciones, circunstancias y, como no, limitaciones. Todo se mueve, deprisa, lento, pero se mueve. El tema no. Siempre es el mismo aunque parezca distinto. Ronronea en el ánimo hasta atraerte mediante una fuerza oculta. Quieres decir algo nuevo y siempre dices lo mismo. (O nunca, según se mire).
Adán pensó en lo que nos mueve. En los porqués. Sabía que merece la pena hacerse preguntas hasta encontrar alguna respuesta. Intentó acordarse, y a la vez, de todas las personas que conocía y sus diferentes motivos. No sirvió de nada, a lo sumo consiguió centrarse en ocho ó diez. Ni con esos pocos parecía acercarse a alguna certeza. No se alcanza a conocer del todo los motivos propios, poco hay que decir sobre los ajenos. Nada sabemos en términos absolutos. (Ni ganas. Menuda responsabilidad).
Pensar en un ser omnisciente y omnipotente asusta, agobia hasta los límites de la cordura. Sería fácil cumplir así, sabiéndolo todo, pudiéndolo todo. Maravilloso concepto negado esencialmente a las personas. No lo sabemos todo, no lo podemos todo. Aún así sentimos, parcialmente, potenciales infinitos: ¿Cómo individuos ó como género?. ¿Cuáles son lo límites de la imaginación o dónde termina la capacidad de sentir… por ejemplo?
Pasado, presente y futuro. Cada año en Agosto, en las Fiestas de su pueblo, se reencontraba con toda su historia y con muchos de las personas y lugares que protagonizaron todo lo ocurrido hasta hoy. No está, pero está. Parece invisible, pero no lo es.
Cada nueva sensación compartida con las viejas, cada palabra nueva acompañada de un eco de palabras ya dichas. Cada nuevo paseo, conviviendo con cientos de paseos recorridos en el pasado por los mismos lugares. Cada persona conocida mirándole con la visión cegadora de hechos ocurridos atrás, sin llegar a verle del todo. Cada sueño no cumplido… la mejor arma para la flagelación.
Adán imaginó su vida y cumplió. Creía que lo más difícil ya estaba hecho. Pero no, quizá porque lo más complejo no es soñar una vida sino construir una vida real, día a día, y además suficientemente satisfactoria. Como los perros de Paulov, al tocar la campanilla, y sin comer, comenzó la digestión.
Intuía que siempre se está uno comparando con los modelos, respirando un aire lleno de tiempos, bebiendo las lágrimas de cielos grises, calentándose con rayos de sol en cielos azules como el mar… En cielos, en mares, en tierras con aires distintos que también son los mismos.
Siempre se está comenzando… aunque parezca que no. Aunque uno sienta que todo está terminado. Porque lo que suena en las personas no es una campanilla, es el pasado llenando todo lo que fuimos hasta lo que somos hoy. Lo extraordinario es que con tantos personajes no se desvanezca la identidad.
Adán lo sabía, por eso pensaba que alguien… inventó el pecado.
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