domingo, 8 de noviembre de 2009

¿Por qué el corazón no puede olvidar?

Escuchó el sonido de un viento fuerte, un silbido potente, casi un rugido. Asustado comprobó y cerró todas las ventanas, algunas golpeaban los marcos con la fuerza agresiva de un portazo después de una pelea definitiva entre enamorados. Recorrió los pasillos de la casa grande descalzo, con la intención de no hacer ruido alguno que pudiese despertar a los propios fantasmas. La madera del suelo crujía suave con un sonido antiguo y mudo. Apagó algunas luces y encendió otras intentando sofocar un incendio que variaba su origen por momentos. Decidió de entre diecinueve estancias la biblioteca, le pareció el lugar más seguro, supongo que por ese calor que desprenden los libros en los estantes, llenos de colores y formas distintas creando un todo armónico. La chimenea encendida fue otra buena razón, pero sin duda, la más decisiva de ellas fue el enorme globo terráqueo convertido en madera y en un arca que contenía el alcohol de toda la casa. Dicen que no hay mejor ansiolítico, la pena es que reviente el hígado- se dijo.
Se sirvió un gran trago de vodka ruso, tratando de recomponer su cuerpo tembloroso. Su frente ahora ardía de calor y el estómago se contrajo como los abdominales de Bruce Lee en una de sus mejores interpretaciones para el cine.
Le gustaba el cine desde muy niño, su mayor entretenimiento y quizá uno de sus educadores más peligrosos. Las imágenes de una ilusión removían poco a poco y año a año todos sus deseos, hasta inundarlo, hasta convencerlo de que aquellas fantasiosas imágenes podía convertirlas en realidad. Pensó mil veces en mil planes que en el fondo se resumían en una frase: Convertir sus sueños en realidad. Murió de tanto sufrimiento.
Las preguntas que me surgieron aquí fueron: ¿Cómo se construyen los deseos y de dónde vienen? ¿Es uno mismo el creador y autor de sus anhelos?
Las respuestas no eran fáciles, al menos, las que parecían cobrar sentido desde la razón y el sosiego. Cómo saber si lo que sientes es una pulsión, una tendencia, un instinto, un deseo, un sentimiento, una emoción propia o simplemente una repetición de todo lo mamado y percibido en burbujas ajenas a una realidad cambiante. La respuesta quizá está escondida en cada experiencia, en cada sensación necesaria, en cada sueño convertido en la energía que nos mueve a actuar, quizá a levantarnos cada mañana en busca de la experiencia creativa. Cada uno la suya, cada uno la que le conduce directamente al bienestar y la satisfacción.
Un diálogo entre lo imaginario y lo real se mostraba ante mis ojos como el único camino posible si quería alcanzar con éxito el sentido que esencialmente contiene el bienestar. Quizá por ello, algunas veces, navegamos río arriba, a contracorriente, y otras, nos dejamos llevar por ella. Propio del pensamiento es recrear en la imaginación el futuro y pretender conseguir cogerlo con las manos. Buscar las fórmulas para llegar a realizar y conseguir nuestros objetivos.
Una vez conseguido aparece el sabor de la satisfacción. Al contrario, el fracaso. Cómo retener esas emociones y actitudes cuando se ha llegado supuestamente a la meta. Independientemente del resultado todo quedará grabado en la memoria como una experiencia intensa. Habrán intervenido la fantasía y la realidad, cada uno en su medida, también la influencia que produce la interacción con todo aquello que está fuera de nuestros límites: los demás y las circunstancias, quizá… incluso partes de nosotros mismos.
Al darnos cuenta, aparece una sensación que camina hacia el pensamiento, aportándonos el necesario conocimiento, la mirada honda e interior del autoconocimiento se traslada al fondo de nuestros semejantes, generando el arma más importante y potente a la que el ser humano tiene acceso: La perspectiva humana. Su resultado se expresa muy bien en este párrafo de José Antonio Marina de su libro la Inteligencia Fracasada: “El triunfo de la inteligencia personal es la felicidad. El triunfo de la inteligencia social es la justicia. Ambas están unidas por parentescos casi olvidados”.
Ningún ser humano puede encontrar la felicidad solo, por eso busca y busca, de dentro a afuera tratando de encontrar. Cada uno, a través de sus deseos y sentimientos, compone la pócima que cree necesitar y con cada experiencia va cambiando la fórmula, precisamente por eso los corazones no pueden olvidar, pese a que algunos de esos jugos envenenen. Es el dolor un gran escultor –como alguien dijo del tiempo-si no te lleva a la muerte o si no te mantiene en un constante sufrimiento.
Por ello volvemos al libro de Marina para recuperar estas palabras: “Son inteligentes las sociedades justas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad-privada o pública-, todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha. La desdicha privada es dolor. La desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia”.
Es tan lúcida la pasión después del paso del tiempo.

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