Para Emily
Abrió la boca y tragó el corazón sin masticar, de un solo bocado. Pensó en la píldora que todo lo cura. Tenía la certeza de que con dos corazones iba a conseguir parar la dolorosa intranquilidad que produce la soledad constante. No se le ocurrió nada mejor que tener uno de repuesto. Lo había visto muchas veces en el cine, corazones juntos de noventa a ciento veinte minutos rodeados de belleza y pulcritud. Estaba claro, si falla el mío-se decía- no desapareceré oculto tras la niebla de quien no importa a nadie. El otro se pondrá en marcha bombeando la sangre que riega mi cuerpo hasta que el propio vuelva a funcionar. Lo había visto tantas veces, lo había escuchado tantas veces, había oído confesiones afirmándolo y buscándolo tantas veces. Finalmente llegó a creer firmemente poder vivir con el corazón de otro, incluso con dos corazones a la vez- ésta era su versión preferida- y no creía poder vivir bien solo con su propio corazón, bombeando único, tan frágil y liviano, le asustaba hasta el pánico saber que todo dependía de él.
Por eso había salido miles de noches y algún día buscando aquel corazón de repuesto sin conseguirlo. Muchas veces se acercó a escuchar otros, sus pálpitos, los abrazaba, los tocaba, lamía los pechos hasta caer rendido, dejaba apoyada la cabeza entre los dos pezones y seguía escuchando su ritmo hasta quedar dormido. El calor de una piel junto a otra creaba un ambiente necesario. Al pasar las horas despertaba, después de un orgasmo imitado, casi mecánico, y se marchaba al alba caminado sobre calles vacías de luz. Quizá escuchaba el sonido de un automóvil circulando, el camión de la basura recogiendo contenedores llenos de corazones rotos y desperdicios, los gritos de una mujer borracha agudos como los de una hiena, el abrir de las braguetas calientes llenas de penes y huevos a punto de reventar. Pero sobre todo escuchaba una voz propia que no paraba, el grito de un cuervo construido en el oído para estos momentos. Y un mensaje: Necesitas otro corazón no es suficiente con el tuyo, es peligroso, muy peligroso en el futuro, hay que sobrevivir, construir los deseos que ocupan a todos, sobre todo uno, seguridad.
Una suave lluvia comenzó a humedecer sus mejillas calientes, durante unos minutos escuchó únicamente sus pasos. Despertó de inmediato al olor del pan recién hecho. En la puerta del horno de los borrachos un grupo de adolescentes reían, corrían y se empujaban, a la vez que comían trozos de comida indigerible.
Compró un completo y una botella de agua, salió a la calle, se sentó en un banco y se lo comió ávidamente, mientras observaba a una pareja follando dentro del coche, un borracho durmiendo encima de sus vómitos mientras sus amigos reían como si tuviese gracia, y una bella prostituta que se subía a un coche que solo pueden pagar algunos.
Terminó el último bocado y siguió caminado con todas las imágenes en la cabeza, volteándose como una campana cuando avisa de un peligro o quizá de una alegría, todas ellas y a la vez pasando deprisa ante los ojos invisibles de la memoria. Pensó que todas las percepciones de una vida caben en ella. Se aturulló y con amabilidad le pidió árnica a su cabeza. Durante unos instantes la petición había surtido efecto, caminó tranquilo hacia su casa, respirando el aire húmedo y fresco de una extraña mañana de lluvia. Recordó cuando a la luz de una vela alguien le dijo: “Me gusta la lluvia, tantas lágrimas a la vez esconden las mías, cuando llueve lloro en público hasta cansarme sin que nadie me mire extrañado”.
Llegó al portal, durante todo el tiempo había escuchado latir los dos corazones en sus adentros sin conseguir la calma que buscaba. Seguía sintiéndose solo, arrinconado, discriminado, incomprendido, su única salida era seguir dando vueltas a la noria buscando la zanahoria (de Ana L). Nunca conseguiría hacerse con ella y lo sabía. Subió a su casa y encendió la chimenea. Mirando las llamas recordó cada círculo recorrido y repetido. Un pinchazo intenso y doloroso recorrió su vientre de punta a punta llevándose consigo todo lo pensado y sentido. Nada ahora tenía sentido, quizá tampoco antes.
Entre el segundo y tercer pinchazo se dio cuenta: El corazón que se tragó no se quedó en el pecho como él esperaba, se quedó dando vueltas y vueltas en el estómago. Ninguna seguridad consiguió en corazón ajeno, acaso una emoción potente y roja que recorrió todo el cuerpo como la sangre. Y un atisbo de esperanza despistada. Y ratos de compañía solo. Y ganas de ser en otro, proyectando todos los deseos propios.
Sus ojos se abrieron como puños convertidos en manos y recordó las palabras de Darío Jaramillo: “… aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina/ dentro de ti/ y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso; /pero no olvides, especialmente entonces, /cuando llegue el amor y te calcine, /que primero y siempre está tu soledad/ y luego nada/y después, si ha de llegar, está el amor”.
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