Dedicado a Paco Paquito Pancho
Tengo los dos pies metidos en el agua, los peñones siempre me han cautivado, incluso en invierno. He escuchado muchas anécdotas de la Jarra, también he vivido alguna. Mi primera novia vivía allí. Teníamos once años. Es una pena que se encuentre el edificio en un estado más que deplorable, deprime a estas alturas sentir como no se cuidan algunas cosas imprescindibles para la historia de un pueblo. Quizá es que me he hecho viejo, a mis sesenta y jubilado uno tiene tiempo de ver las cosas con mucha calma. Demasiadas personas hemos vivido siempre deprisa, detrás de la zanahoria como los burros dando vueltas en las antiguas norias. Parece que cuesta aprender, nos ocupamos de una cantidad de cosas nimias cuando hay cuestiones de fondo sin resolver. Qué buen rato estoy pasando, hacía más de cuarenta años que no metía los pies en este agua cristalina y fresca. Lo bueno de la naturaleza es que tarda muchos años en cambiar, solo nosotros hacemos lo bonito feo o dejamos de conservar lo que no vemos o no conviene o... quién sabe. Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver, en cierto modo estoy de acuerdo, no son pocas las veces que me ha pasado, ahora bien, cuando son muchos ojos los que miran, entonces es que algo falla.
El otro día cenando con una cumpleañera le dije, no sin dolor, que vivimos en una sociedad muy enferma, emanan, afloran las miserias humanas en cada rincón de todo lo que rodea al dinero, al trabajo, a la crisis, a sus consecuencias, derivadas y daños colaterales en lenguaje dulce. Parece y quizá sea cierto que el dinero lo impregna todo de un tufillo necesario y degradante, nos convierte a todos en adictos, si no olemos no podemos vivir, al menos bien. Cuestión muy discutible pero a la vez muy real, al menos hasta que pasen mil o dos mil años más. No sé si me quedaré corto. Lo mismo da, no vamos a verlo, antes aparecerá la de la guadaña y nos arreará un buen tajo.
Dejo caer mi mano derecha sobre el agua, estoy tumbado sobre una roca plana y muy caliente y me pregunto para qué tanto spa ni tantas leches si la natura lo tiene todo, al menos si te fijas. Que quejica me he vuelto con los años. No aguanto ni las mierdas de perro por todas las calles de Buñol, ni a los niños gritones o pesados. Eso sí me encantan los cigarrillos, el café y los boleros.Y una buena charla con personas, no hay tantas, al menos en mi experiencia. De hecho tengo a mi lado una bolsa de papas vacía flotando en el agua y un bote de cerveza vacío y caliente que por fortuna me sirve de cenicero. Me pongo a pensar quién en su sano juicio se los dejaría en un lugar tan hermoso, igual pensaron que vendría yo y no traería cenicero o quizá unos tienen que ensuciar para que otros limpiemos, llevo en la mochila una bolsa de plástico, desde que salí esta mañana temprano de casa la he llenado, somos muy cerdos, gorrinos pero gorrinos. No tengo claro si nos sabemos apreciar lo nuestro o estamos tan jodidos que nos somos capaces de ver más allá de nuestras amarguras. Hoy parecen multiplicadas. En el ambiente este verano se respira poca alegría, de hecho tengo que tocar el saxo y la guitarra de vez en cuando para entusiasmarme en melodías que remueven todo lo que tengo adentro. Y les aseguro que malo y bueno dentro algo hay. Siempre me han gustado los vasos llenos, ya estoy yo para vaciarlos.
Escucho una rana, parece que está contenta. Mientras yo sigo pensando en todo esto que va ocurriendo que llamamos vida y en como nos relacionamos con nuestro entorno, el natural es el que más me ocupa hoy pero mi cabeza se va más lejos. Este sonido del agua relajaría a un esquizofrénico y quizá a algunos de mis desamores. Duelen, el silencio a veces también, sobre todo sobre el cemento, es difícil aquí entre la naturaleza sentirse solo. Los pájaros, las mariposas, el agua, las piedras, los árboles, la brisa... se convierten en amigos del alma, de esos que no te abandonan pase lo que pase nunca.
Ave, el verano os saluda, desde una ventana que solo cierra el párpado, el fuego o el cemento. Cada mañana abro los ojos y suena un algo dentro, quizá canciones, tangos, boleros... y otras que me siguen contando lo importante. Y eso que lo importante duele mucho cuando no está. De pronto me viene a la cabeza una frase que como otras rondan en mi memoria décadas y décadas, compañeras de tantos anhelos, de tantos placeres, alegrías, sufrimientos y fracasos. O quizá no hay de estos últimos, solo son experiencias: “Persigue a las mariposas y nunca las atraparás, contempla a las mariposas y vendrán hasta a ti.” Os deseo un buen verano. A ti... también.
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