domingo, 15 de febrero de 2015

El silencio de Alicia


Hace más de treinta años que escuchaba el silencio de una manera intensa, incluso de niña la recuerdo estar mirando jugar con sus amigas y amigos y sentir ese silencio. Le resultaba difícil expresar qué clase de silencio se escucha dentro, mientras fuera de sí misma todo sonaba con aparente normalidad: Las voces y los gritos de las personas, los ruidos de los coches, las voces familiares, los pájaros, las máquinas, la música, las campanas, las risas, el llanto… incluso las miradas silenciosas que la observaban desde siempre. O al menos eso sentía ella.
El silencio era un refugio donde encontrarse segura, donde guarecerse de su singularidad a salvo de ser repudiada por los demás por el simple hecho de ser diferente. A veces salirse de lo habitual provoca una injusta represalia más o menos consciente de todos nosotros hacia el “raro". Supongo que es el miedo el que nos empuja a ser tan injustos y tan despiadados ya desde niños. Se ve con toda claridad en el día a día de la crianza. Casi todas esas miserias que somos aparecen limpias en la niñez, sin escondrijos ni máscaras. Al pasar los años aprendemos muy bien a camuflarlas, pese a que nunca nos dejarán porque es imposible curarse de una enfermedad educacional y social, sobre todo porque para curarse hay que reconocer el problema, como en el alcoholismo o la drogadicción que como tantas otras adicciones están enraizadas en nuestro mundo más emocional que es el inconsciente, por lo que por propia definición el darse cuenta es difícil, a veces desesperadamente imposible sin la ayuda del otro, sin la objetividad de los espejos ajenos en los que mirarnos y reflejarnos.
Alicia se unía a su silencio como la soledad se une al pensamiento, en un  sentimiento hondo y reparador desde donde escuchaba los latidos de su corazón, con ese inmenso goce y a la vez temido al depender de esos sonidos que bombean la sangre, de su movimiento, de su ruido escondido que se conecta directamente con la vida: Un sonido que está en silencio hasta ser descubierto, hasta conectarse con él.

Quería ser normal pero no podía, hay personas que son incapaces de adaptarse a la monotonía y al hábito de lo que la familia y la sociedad espera de cada uno de nosotros, aún menos aceptar la ética de una sociedad con infinitas varas de medir llevándonos a tener que vivir obligatoriamente la más exasperante hipocresía. Hay personas que no se adaptan y por mucho que lo intentan nunca lo consiguen. Ella era de las que lo sabían por lo que nunca se esforzó en vano.

Me lo dijo muchas veces, tantas que sus palabras se reiteran en mis sueños desde entonces: “Te quiero, pero no quiero vivir la vida que me obligan y me proponen y eso sé que me causará mucho daño, no quiero que seas parte de mi dolor elegido, de mis saltos vertiginosos fuera de esos límites que no soporto.”

Cuando uno se enamora por primera vez es de una verdad tan intensa que se convierte en una realidad aumentada, tan aumentada que muchos la definen como pura proyección y otros como pura fantasía. Nunca he entendido bien por qué es tan ingenuo creer lo que se siente y actuar en consecuencia. Ella parecía tenerlo muy claro, no estaba enamorada solo de una persona, estaba enamorada de la vida, de su vida, incluso en contraste con ese ruido que la llevaba a unirse al silencio convirtiéndose en él. Yo creía que era una gran barrera invisible para protegerse de tanta insensibilidad, de tanta severidad moral, de tanta envidia insana, de esa hostilidad tan cruel hacia personas tan especiales y tan desconocidas. El miedo a lo desconocido a paralizado a sociedades enteras, por qué no al círculo de una sola persona, me preguntaba y me lo sigo preguntando después de tres décadas. Parece que cuesta mucho responder a ciertas preguntas, no sé si solo una vida da para conseguirlo.
Después de tantos años me la encontré ayer, por eso llueven estas palabras sobre el papel en blanco como gotas de lluvia y quizá como alguna lágrima de nostalgia de otros tiempos escondidas entre ellas. Tropezando.
Seguía tan bella, tan vivos sus ojos, tan blanca su piel, tan libre su boca, tan limpias y sinceras sus palabras, solo el tiempo sentí que había cambiado, los tiempos son cruciales en las relaciones humanas o eso dijo ella.
El encuentro fue breve, una charla corta, muchos silencios y una copa llena de sueños… nos la bebimos rápido los dos, bien adaptados a nuestro tiempo. Mientras se marchaba me quedé mirándola, andando como una sílfide acariciada por el viento, todo se quedó por un instante en silencio y entendí como nunca lo solo que se puede sentir una persona aún rodeado de multitudes, pues es la compañía un silencio cómplice entre dos soledades, quizá una emoción que no necesita palabras, solo un sonido que está en silencio hasta ser descubierto  al rendir nuestra cabeza en otro pecho.
Quizá siempre estemos un poco dormidos, un poco soñando.

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