“Como la dicha de un pueblo depende de ser bien gobernado, la elección de sus gobernantes pide una reflexión profunda.” Joseph Jouber
El poder se define como “tener la capacidad o facultad de hacer determinada cosa”. En términos democráticos, cuando elegimos a nuestros gobernantes estamos otorgándoles el poder de decidir sobre todas aquellas cuestiones que afectan a nuestra vida diaria y que la condicionan, seamos conscientes o no. Tal y como dice la frase que encabeza estas palabras gran parte de nuestro bienestar dependerá de elegir bien, de ser bien gobernados.
Es pues importantísimo tomarnos muy en serio dónde, cómo, cuando y a quiénes otorgamos el poder a través de nuestro voto.
Cabría aquí preguntarse si debemos atender solamente al buen juicio de los elegidos para representarnos o bien deberíamos participar nosotros en todo aquello que en gran medida afecta a nuestras vidas de una manera en muchos extremos determinante.
Detengámonos unos minutos a pensar en las capas del poder, empezando por el poder más alto que es el Estado y por lo tanto el más difícil de alcanzar y controlar, la Comunidad es un poder intermedio también difícil de alcanzar y controlar y el poder Local, un poder difícil de alcanzar pero fácil de controlar. Todos los poderes tienden a no querer ser controlados por los ciudadanos, salvo si no tienen más remedio, pues hay una relación de dependencia en un estado democrático entre los votos y los resultados, al menos aparentemente. Sería pues ilógico votar a aquellos que no nos tienen en cuenta, excepto cada 4 años, que es cuando necesitan nuestros votos, ni sus resultados, ni el nivel de participación, ni por supuesto el nivel de bienestar de la sociedad en su conjunto.
La dificultad para votar con sentido y conocimiento es directamente proporcional a la voluntad política sobre el control, la participación y los fines que cada uno de los partidos políticos persiguen y también el nivel de compromiso que estén dispuestos a aceptar las organizaciones políticas al recibir el voto de los ciudadanos. O lo que es lo mismo, cuando nos piden confiar en los criterios de unos pocos no es la mejor manera de asegurarnos un buen gobierno.
La mejor manera de asegurarnos nuestro propio bienestar es participar, pero no entendido como un permiso que nuestros propios elegidos nos dan, sino como un derecho de los pueblos y una obligación para nuestros gobernantes. La participación de la ciudadanía en las instituciones no debería ser una cuestión vaga y dependiente de una limosna a los ciudadanos por parte de gobernantes generosos o no, sino de un derecho fundamental y de obligado cumplimiento en las estructuras y la organizaciones de todos los estamentos sociales.
El gran cambio que deberíamos exigir es éste, y a todos los partidos políticos, cada uno al suyo, y todos… a todos.
La diferencia radica esencialmente en los pilares que construyen los edificios, en su buena construcción, dependemos de su fortaleza y de su correcta posición, para que ningún viento construido desde las miserias humanas lo derribe arrastrándonos a todos con él.
Es el momento de compromisos serios, hondos, pensados y construidos con todos y desde el conocimiento objetivo como verdadero criterio, no es pues la persona sino los equipos, no es pues la competencia sino la cooperación, la mejor manera que tenemos de asegurarnos un buen gobierno.
En un año en el que los todos los ciudadanos españoles en cortos espacios de tiempo estamos llamados a participar en comicios municipales, autonómicos y nacionales, vamos a ser bombardeados desde los medios de comunicación de todo tipo y desde todas las organizaciones políticas, debemos ser muy conscientes, más que nunca dada la situación socio-económica de nuestro país, nos jugamos mucho, nuestro bienestar presente y futuro, no dejemos que decidan por nosotros, es hora de comprometernos y encontrar juntos un camino digno para todos y sobre todo no permitir nunca más que los poderosos jueguen al Monopoly con nuestras vidas. Es nuestra responsabilidad y de nadie más que sigamos dejando en manos de unos pocos el poder de decisión. Nunca más.
Es el poder del ajoaceite, el poder de las manos combinando la destreza, la medida, los ingredientes, la consistencia, el color, el olor y el sabor para después compartirlo. Es el poder que nos damos al encender un fuego donde calentarnos todos, o seguir dejando que muchos pasen frío mientras unos pocos se calientan con abrigos de pieles arrancados a la humanidad y a la naturaleza.
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