Una flecha intangible de dolor y vergüenza traspasó su pecho. Un momento único, quizá hasta poético, lleno de ese romanticismo que tanto daño ha hecho a generaciones y generaciones, creyentes a ciegas, dispuestos a subordinarse al ideal. Severo y cruel ideal que nos hace a todos creer que somos menos y él más. Inalcanzable ideal, la zanahoria que está delante de nuestros ojos haciéndonos girar y girar. Perturbando todas las emociones, condicionándolas, convirtiéndonos en marionetas de sus dedos largos y afilados. Atroz ideal que no ha sido nunca aún cuando todos lo alabamos. ¿Cuándo aprenderán nuestros sentimientos de qué están hechos?¿Cuándo aprenderán nuestros deseos de dónde vienen? Una bocanada de aire llenó sus pulmones y la flecha desapareció, quedó en otras manos, ayudado a mirar de nuevo con los mismos ojos. Tras un instante álgido, límite, suele venir la calma, el silencio, la mente en blanco, casi renacida, limpia de culpas, fracasos y errores. Cuando la muerte es la única opción, la vida aparece briosa, brutalmente enfadada, recordándonos de qué estamos hechos. La nada no es para nosotros los humanos. No tenemos piedad, ni contemplaciones, ni reglas, ni honor, ni orgullo, para luchar por nuestra vida, todo es más fácil, más claro, nítido completamente, no hay más que un camino, solo una opción, solo una respuesta: vivir sí o sí. La muerte no es en nadie ni estará en nadie, solo en los otros, los cómplices, los compañeros, los amantes, las familias, los amigos… estará en ellos no en nosotros. Ellos son nuestros notarios vitales, los otros son los que nos verán muertos, nunca nosotros. Nosotros, siempre vivos, lo percibiremos todo pero no la guadaña.
¿Es posible que la muerte haya sido en algún momento de nuestra vidas la única opción? ¿Cuál es su experiencia estimado lector? Piénselo tranquilamente si le place.
Pequeñamente humanos, corren, corremos sin parar, movidos por las pulsiones, las tendencias, los deseos, las emociones, los conocimientos… Vivimos deprisa como si fuésemos a morir ahora o quizá para no morir, la paradoja está servida como primer plato, segundo y postre. La pura contradicción. Vivir es aprender en constante cambio.
Nuestra mente se prepara siempre, se anticipa, se adelanta a lo que intuye. El miedo es un gran ejemplo. Siempre aparece antes, incluso cuando ni siquiera se hará realidad aquello que tememos. El miedo nos esculpe desde niños. No solo él se hará cargo del cincel que nos modifica día a día, aún así, su esencia es la nuestra, sin contemplación. Lo masticamos, lo olemos, lo saboreamos, lo escuchamos, lo vemos. Lo lo lo.
Curiosamente aquello que más nos protege puede ser a la vez aquello que más nos puede destruir y suele serlo. Como cada herramienta humana el sentido está en su uso, la fiabilidad está en saber usarla, en saber medirla, en conocer su auténtica naturaleza.
Si cogemos un cuchillo al revés, por el filo, sangraremos, cortaremos la carne y las manos, si encendemos un fuego en un lugar inapropiado, probablemente acabaremos devorados por sus llamas.
No debemos temer a la vida y sí deberían enseñarnos a usarla. Alguien dijo en algún momento de la historia “que el valor de las cosas está en su uso” habría que añadir que usar es hacer servir una cosa para un fin determinado. El fin de la vida es la muerte, podríamos afirmar lógicamente, en tal caso, que cada realidad de nuestra vida debería servir para llegar al fin último, a la muerte. Parece que la lógica en nuestra naturaleza no alcanza, ni con el silogismo es suficiente.
El fin de la vida es la muerte, la vida puede acabarse pero nunca será su fin, las premisas falsas nos llevan a conclusiones erróneas, de ahí la importancia de saber usar bien y ágilmente nuestra herramientas, en este caso el análisis. Cuando la muerte es la única opción, cuando lo pensamos y lo sentimos, puede ser real en situaciones radicales, no así cuando percibimos situaciones extremas, presión absoluta, caos, depresión y desesperación. Cuando en la vida sentimos como respuesta una única opción, estamos absolutamente equivocados porque es sencillamente imposible, siempre hay más de un camino, seguramente no habremos descubierto el cajón de las herramientas, ocultas a nuestros ojos, es el momento de buscar a ese otro que nos puede ayudar a encontrarlas. El encuentro es el escalón que nos lleva a crecer.
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