miércoles, 1 de agosto de 2018

La música del error


dedicado a Jorge Rodriguez y otros pocos
Hace tiempo que no escribía, el tiempo se llena de contenido con tanta actividad frenética, el día a día y sus instantes robados te atrapan a poco que te descuides o que tengas un mínimo sentido de la responsabilidad. La cabeza se llena y los calendarios también a poco que quieras ordenar y priorizar la acción. Hay épocas y momentos para todo, en cada elección hay consecuencias, en cada elección renuncias a algo, no se puede hacer todo, por mucha capacidad de trabajo que se pueda tener no hay manera de no sentir más o menos insatisfacción.
He concluido en los últimos años que la insatisfacción es una herramienta muy poderosa en los seres humanos, un motor que empuja hacia la acción y de la acción hacia la creación y de la creación hacia la experiencia real. Si no se crea no se experimenta, solo -y no es poco- se contempla, hay dos formas de entender básicamente la vida, la contemplación infiriendo lo menos posible y adaptándose a ella o la creación que intenta  modificarla en la interacción. Una contiene sustancialmente poco riesgo, en el mismo sentido poca experiencia, sobre todo en lo que la ciencia denominó ensayo y resultado, nosotros lo sentimos más como prueba y miedo al error. Los más quietos buscan la seguridad y la tranquilidad, los más dinámicos buscan la experiencia y su resultado sea cual sea. En la primera no hay miedo o desde otro punto de vista lo hay todo, te paraliza. En la segunda, también hay miedo, pero se siente distinto, motiva hasta el punto de apasionar. Ambas en términos radicales son absolutamente insanas. Y ninguna es en sí misma la mejor, si no simplemente una elección vital que debería ser visible en las aulas y en la familia. Para elegir hay que conocerse a uno mismo y ésta es la asignatura pendiente en todo sistema educativo. No nos enseñan a preguntarnos y responder qué es el ser humano. Qué somos y cómo funciona nuestra mente. Preguntas esenciales para poder elegir, para entablar la relación más importante realmente, la de cualquiera de nosotros consigo mismo. Se puede vivir a la deriva inconsciente como tendencia o por el contrario con los ojos bien abiertos, desde la apertura a la consciencia sin olvidar que somos ambas cosas en sus justos términos y épocas vitales.
La equivocación está muy mal vista en las convenciones sociales, suele enfadarnos con nosotros y con los demás, reconocerlo a veces resulta absolutamente pavoroso, tanto que en muchos casos es sencillamente inaceptable, no se puede reconocer de ninguna manera. Pare ello sacamos recursos de todo tipo intentando justificar lo injustificable, complicándolo todo, sin saber que sencillamente es un error. Sin embargo como todas las herramientas humanas la equivocación tiene dos caras y ambas son necesarias, las contradicciones son el fruto de nuestra necesidad de saber y conocer, en ultimo término de experimentar para poder elegir. Lo contrarios se necesitan, se sustentan, se alimentan, incluso se dan sentido y valor uno al otro, el mejor ejemplo quizá sea la vida y la muerte. El esfuerzo que todos hacemos para vivir de una forma plena solo tiene sentido porque todos vamos a morir, sin la muerte la vida no tendría pasión, sin la vida, sin consciencia, nos abocamos a la nada. quizá por eso de algún modo se puede estar tendiendo a la muerte en vida en algunos casos, la autodestrucción está siempre presente en cada uno de nosotros, es tan fácil como observar como nadie lleva esa vida absolutamente sana a las que se refieren todos los manuales y la propia ciencia. Hacemos excesos todos, comemos algo insano todos, bebemos algo insano todos, nos relacionamos de una forma insana todos… y así un larguísimo etcétera.
La equivocación hay que verla como el resultado de un ensayo, nadie nace aprendido. Los quietos se equivocan menos volviendo al principio, los dinámicos se equivocan más  sencillamente porque hacen más y los que crean continuamente se equivocan muchísimo pero también aprenden mucho más. La experiencia es un valor que no está en alza, son los impecables-les hablaré de ellos en la próxima entrega- los que brillan, los valorados en una sociedad llena de desconocimiento sobre sí misma.
Hoy se penaliza a quien se atreve a hacer, a experimentar, a innovar y a intentar evolucionar para mejorar, al que se equivoca y sobrepasa algunos límites en su propio dinamismo, en su intento de crecer personal y socialmente. Hoy y quizá siempre hemos tenido que quemar en la hoguera a quien se atrevió a conocer, saber o innovar, al que puso en entredicho las convenciones, incluso la ley, por muy ciega o por muy injusta que fuera.
El error es una bella música a contrapunto, que bajo el mismo lenguaje, convive con tanto “éxito” superficial y con la cárcel del que dirán, que ahogan lo mejor de nosotros mismos.

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