Buscaba una casa antigua con jardín. De esas que emiten sonidos mientras das pasos en el piso de arriba. Las vigas de madera hablan y cada rincón que estuvo habitado, de hecho, a poco imaginar, te transporta a otros tiempos y a otras vidas. Vasos, tacitas de café rotas, camas sin cuerpos llenas de trastos, alacenas con llaves de puertas secretas que ya no existen, armarios con ropas, sábanas y mantas que nadie usa, escaleras que ni se suben ni se bajan, rincones donde el fuego calentaba los cuerpos y el humo desaparecía hacia el cielo, plantas que crecieron descuidadas y en desorden e historias olvidadas.
Recorrió cada rincón y como buen buscador y caminante encontró el aire que llena los pulmones para asentir: ésta es la casa. Son muchas las veces que un grupo de sentimientos se convierten en emociones pasando por la razón(o no) para llegar a la decisión. Al abrir un armario de la planta de abajo encontró un montón de libros de papel amarillento transformados por el tiempo. No acabó de entender como se pueden desprender algunas personas con tanta facilidad de algo tan valioso. Cogió una silla y con una sábana vieja limpió el polvo que los cubría. Se sentó y pasó unas cuantas horas ojeando cada uno de esos libros: mecánica, geografía, novela, filosofía, religión, relatos… Seleccionó tres de ellos y, se le ocurrió en una décima de segundo una idea que le atrajo intensamente: Tratar de reconstruir a través de los libros y de los rincones de aquella casa la personalidad de los que en otros tiempos la habitaron. Sabía que era imposible acertar, pero no pudo evitar intentarlo desde el mundo más imaginario. Sintió la necesidad de volver a dar vida a la casa a través de la rehabilitación de sus muros y el recuerdo de sus antiguos propietarios.
Lo primero fue comprarla y lo segundo ojear todos los libros y leer esos tres elegidos para llenar de contenido la memoria y la fantasía. ¿Qué puede ser más hermoso que construir?: Quizá reconstruir, se dijo así mismo.
Los libros los eligió desde la diferencia: El primero un tratado filosófico y moral del Teólogo Jaime Balmes titulado el Criterio, el segundo La vuelta al mundo de un novelista de Vicente Blasco Ibañez y el tercero una selección de relatos de la famosa revista de la época Reader’s Digest.
Un lunes lluvioso de primavera pagó y firmó la Escritura de propiedad en la Notaría, estaba ansioso por terminar para volver a la casa y recoger aquellos libros para comenzar a leerlos. Así lo hizo.
Nada es más difícil y probablemente más inútil que intentar pensar y sentir como si fuésemos otros. Sin embargo la proyección entre personas es casi inevitable. Se podría decir que pensamos y sentimos desde un epicentro absolutamente egocéntrico. Murmuró en silencio estas palabras mientras un montón de imágenes que se construyeron leyendo y mirando cada rincón de la casa se agolpaban hasta la mayor sensación de impotencia. Después de unas cuantas horas y coincidiendo con la caída del sol tomó una decisión: la mejor forma de dar sentido a la existencia de aquellos que ya no están es dar vida a aquello que nos dejaron.
Miró cada pared, cada estancia, cada viga, cada objeto y construyó en su imaginación lo que iba a ser una estupenda casa, cómoda, hermosa y confortable. Lo que ahora eran paredes sucias y desvencijadas las convirtió en paredes lisas, limpias y bien pintadas, la madera enferma gimiendo de soledad las saneó hasta el placer y la hermosura. Donde había oscuridad abrió grandes ventanales y donde había tierra árida y seca plantó césped, plantas y árboles.
Costó casi nueve meses, como un parto. El día que terminó de rehabilitar aquella casa sintió aquello de lo que se habla tanto y que pocas veces sentimos: Sentido. Todo aquello tenía sentido. Recuperar el pasado, no olvidar a nadie, ni siquiera a esos perfectos desconocidos a los que sintió responder con un respeto casi idílico, seguramente casi como un adolescente por primera vez enamorado. Se enamoró de la vida y posiblemente también de la muerte. Boudelaire decía: “Hay que ser sublimes sin interrupción”. Posiblemente éste fue uno de sus actos sublimes. Al menos así lo percibía él. Porque: ¿Qué es una casa olvidada y vacía o una imagen sin miradas y palabras silenciosas?
Recorrió cada rincón y como buen buscador y caminante encontró el aire que llena los pulmones para asentir: ésta es la casa. Son muchas las veces que un grupo de sentimientos se convierten en emociones pasando por la razón(o no) para llegar a la decisión. Al abrir un armario de la planta de abajo encontró un montón de libros de papel amarillento transformados por el tiempo. No acabó de entender como se pueden desprender algunas personas con tanta facilidad de algo tan valioso. Cogió una silla y con una sábana vieja limpió el polvo que los cubría. Se sentó y pasó unas cuantas horas ojeando cada uno de esos libros: mecánica, geografía, novela, filosofía, religión, relatos… Seleccionó tres de ellos y, se le ocurrió en una décima de segundo una idea que le atrajo intensamente: Tratar de reconstruir a través de los libros y de los rincones de aquella casa la personalidad de los que en otros tiempos la habitaron. Sabía que era imposible acertar, pero no pudo evitar intentarlo desde el mundo más imaginario. Sintió la necesidad de volver a dar vida a la casa a través de la rehabilitación de sus muros y el recuerdo de sus antiguos propietarios.
Lo primero fue comprarla y lo segundo ojear todos los libros y leer esos tres elegidos para llenar de contenido la memoria y la fantasía. ¿Qué puede ser más hermoso que construir?: Quizá reconstruir, se dijo así mismo.
Los libros los eligió desde la diferencia: El primero un tratado filosófico y moral del Teólogo Jaime Balmes titulado el Criterio, el segundo La vuelta al mundo de un novelista de Vicente Blasco Ibañez y el tercero una selección de relatos de la famosa revista de la época Reader’s Digest.
Un lunes lluvioso de primavera pagó y firmó la Escritura de propiedad en la Notaría, estaba ansioso por terminar para volver a la casa y recoger aquellos libros para comenzar a leerlos. Así lo hizo.
Nada es más difícil y probablemente más inútil que intentar pensar y sentir como si fuésemos otros. Sin embargo la proyección entre personas es casi inevitable. Se podría decir que pensamos y sentimos desde un epicentro absolutamente egocéntrico. Murmuró en silencio estas palabras mientras un montón de imágenes que se construyeron leyendo y mirando cada rincón de la casa se agolpaban hasta la mayor sensación de impotencia. Después de unas cuantas horas y coincidiendo con la caída del sol tomó una decisión: la mejor forma de dar sentido a la existencia de aquellos que ya no están es dar vida a aquello que nos dejaron.
Miró cada pared, cada estancia, cada viga, cada objeto y construyó en su imaginación lo que iba a ser una estupenda casa, cómoda, hermosa y confortable. Lo que ahora eran paredes sucias y desvencijadas las convirtió en paredes lisas, limpias y bien pintadas, la madera enferma gimiendo de soledad las saneó hasta el placer y la hermosura. Donde había oscuridad abrió grandes ventanales y donde había tierra árida y seca plantó césped, plantas y árboles.
Costó casi nueve meses, como un parto. El día que terminó de rehabilitar aquella casa sintió aquello de lo que se habla tanto y que pocas veces sentimos: Sentido. Todo aquello tenía sentido. Recuperar el pasado, no olvidar a nadie, ni siquiera a esos perfectos desconocidos a los que sintió responder con un respeto casi idílico, seguramente casi como un adolescente por primera vez enamorado. Se enamoró de la vida y posiblemente también de la muerte. Boudelaire decía: “Hay que ser sublimes sin interrupción”. Posiblemente éste fue uno de sus actos sublimes. Al menos así lo percibía él. Porque: ¿Qué es una casa olvidada y vacía o una imagen sin miradas y palabras silenciosas?
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