Busco un tema sobre el que escribir esta semana, acabo de llegar de viaje y mi cabeza todavía no ha hecho la digestión de todo lo percibido, no sale nada que me interese, o crea que pueda interesar a otros o no me aburra nada más pensarlo. Es lo malo de reconocerse, ver más de lo mismo después de haber vivido obviamente (o no), contigo siempre.
Abro el cajón que arreglé la semana pasada y encuentro una libreta de notas de cuando estudiaba en el I.B. de Buñol. Lo primero que aprecio es como me ha cambiado la letra aún reconociendo que es mía. En menos de un segundo se produce un paralelismo en mi mente: Esto es lo que ocurre también en el proceso de desarrollo de las personas, somos nosotros hoy y hace veinticinco años, nos reconocemos, aunque en el transcurso de los años, sin duda, hemos cambiado. Ordenamos las líneas, las curvas, los tamaños, los contenidos… Supongo que unos mas que otros.
Leo fechas, asignaturas y notas que ya no entiendo del todo. Ni siquiera mis sistemas sintéticos son los mismos. Me digo que esto le pasará a cualquiera, incluso siento un cierto regocijo pensando en la posibilidad de haber mejorado.
Llego al veintiuno de noviembre de mil novecientos ochenta y tres y me encuentro entrecomilladas estas palabras: Literatura. Teoría del Esperpento… el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
Durante un minuto y trece segundos me quedo en la parra, cuando despierto sin estar dormido, he pensado en las fiestas que vienen, en los cambios, en el mar, en mis compañeros de viaje, en la costa vista desde un fuera borda, en los colores del mar, en gambas y espardenyes, en mi salud, en cuerpos desnudos y bronceados. Aquí es cuando me doy cuenta de que ando perdido ó despierto, no estoy seguro. He vuelto hoy y recuerdo mi epitafio: “lo mejor de un viaje es volver” estas palabras las imaginé grabadas en una lápida original y bella, creyendo que el último viaje será la muerte (no se me ocurrió mejor cosa que volver) y en un montón de cosas más que no voy a transmitir… Me viene a la cabeza y me alegro mucho de que la Armonía, madre de un gran amigo mío, haya superado su enfermedad. También pienso en los años que hemos compartido, siendo lo que fuimos y siendo lo que somos. Bajo de la parra.
Por unos instantes creo estar divagando pero en verdad trato, entre otras cosas, de comunicarme con usted, no le conozco o sí, supongo que es importante o quizá no. Bueno… seguro que no. ¡Qué más da si le conozco o no! ¿Quién conoce a quién?
Vuelvo a la frase de la libreta e intento imaginar de quién, de dónde y de cuando. La verdad, no tengo más que una pequeña sensación en la punta de la lengua, tan pequeña que no la puedo leer. Se que entonces me lo sabía todo sobre ella, incluso se que me importó cuando me tomé la molestia de escribirla textualmente. Pero en el tiempo, el conocimiento y los sentimientos y los deseos y los intereses y los sueños y los amigos y los amores y las miradas y lo que hay detrás de las miradas cambian, aún no perdiendo ni por un momento la sensación absolutamente intransferible de la propia identidad, ni siquiera de todo lo vivido. Al menos en lo más hondo.
No hay nada más espantoso que negarse a crecer desde el cambio. Desde lo nuevo, la diferencia y lo distinto. Permitir que el miedo a perder la identidad y otros muchos… nos obligue a una línea continua, a repetir lo mismo cada día, cada semana, cada mes, cada año, un encefalograma plano no es más que la muerte clínica, vivir sin experiencias nuevas es una muerte técnica, casi rozando la nada que es un poco de algo que no existe salvo en nuestra mente como tantos y tantos filtros. Aprender quizá es reconocer esos filtros para que no nos lleven siempre por el mismo camino, al mismo círculo. Vueltas y vueltas sin darnos cuenta de que pasamos y pasamos por el mismo sitio con nuevos disfraces, pero a fin de cuentas, casi todo repetido. Sintiendo lo mismo, sufriendo lo mismo. Porque la verdad es que en la vida se sufre demasiado, por eso solemos vivir en una realidad “sistemáticamente deformada”. Quizá es éste… “el sentimiento trágico de la vida… “
¿Quién no cae en sus propias trampas?
La objetividad con nosotros mismos y hasta con los demás parece que nos ha sido negada desde nuestra propia naturaleza. Intentar darnos cuenta o desarrollar la consciencia parece la única herramienta posible para canalizar todas aquellas emociones que nos niegan el disfrute de estar vivos, sin más.
Muchas enfermedades, ya demostrado por la ciencia, provienen de somatizaciones provenientes de la mente, especial y fundamentalmente del inconsciente. Pero lo más curioso es que, aún siendo algo sabido, el sistema de salud sigue de espaldas a la psicología, apostando por una psiquiatría que todo lo cura con medicación, cuando sabemos que aún siendo un buen compañero de viaje para muchísimas situaciones y trastornos, no resuelven de fondo el problema.
En las relaciones con los demás, incluso con nosotros mismos, pasa algo parecido, miramos la punta del iceberg cuando las otras siete partes están hundidas en las profundidades del gran océano que es la mente, queremos tener razón, cuando en general ni siquiera conocemos nuestros problemas de fondo. La complejidad de la tela de araña cerebral es inmensa pero accesible a una actitud basada en el amor propio y en el conocimiento de la perspectiva humana, quizá la única manera de canalizar y gobernar de una forma sana la marioneta que somos, movidos por los hilos fundamentalmente del conocimiento, del pensamiento y especialmente de las emociones.
Podemos convertir nuestra vida y la de nuestras relaciones en un gran castillo de fuegos artificiales como en la imagen o un auténtico calvario. ¿Cada uno elige?
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