Me pregunto, atrincherado por el frío del inicio de Marzo, por qué nos cuesta tanto a los seres humanos estar unidos en los valores esenciales. Me pregunto cómo puede ser que casi todas las Constituciones de los países democráticos recogen todos esos valores como leyes y por qué no se cumplen. Me pregunto por qué desde 1948 cuando se produjo la Declaración Universal de los Derechos Humanos siguen sin cumplirse en la mayor parte del mundo por unas razones o por otras, incluidos los llamados países más desarrollados. Me pregunto por qué unos cuantos países y sus líderes políticos, económicos y sociales, gobiernan el mundo priorizando los intereses económicos sobre los derechos y la dignidad de las personas y por encima de la salud y el respeto a la naturaleza de la que formamos parte. Al preguntarme la cabeza se me ensancha e intento meter todo lo pensado dentro, pero no cabe y además un revoltijo de conceptos, ejemplos, valores, imágenes, noticias, animales, plantas y personas se concentran en un desorden perfecto, ese capaz de crear la entropía psíquica. Se amontona todo, se llena hasta rebosar, se produce un exceso y fieles a nosotros mismos nos evadimos con un: “No soy capaz”. Y es cierto y a la vez falso. Hay una tendencia a la comodidad y al individualismo que se fundamenta precisamente en el egoísmo y en esas sensaciones de impotencia, miedo e incertidumbre, en esa incapacidad aplicada a la experiencia, somos casi insignificantes como decía Gandhi de sí mismo: “Dicen que soy héroe, yo débil, tímido, casi insignificante. Si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos. Insignificantes no, casi, es ese casi la semilla de la ilusión y la esperanza humana, el género, la humanidad en todo el sentido de la palabra.
Sigo preguntándome, incluso con la cabeza expandida y llena. Surgen respuestas desordenadas y aleatorias, un tanto caóticas, no tienen maldad, ni siquiera pretenden fastidiarme al dificultar mi necesidad de ordenar y comunicar. Palabras y frases hermosas, leídas, escuchadas y vividas a lo largo de la vida: Solidaridad, humanidad, igualdad, libertad, dignidad, creatividad, justicia, derechos, compromiso, social, bien común, generosidad, semejantes pero no iguales, únicos, salud, bienestar, alegría, amor, amistad... español, valenciano, buñolero.
Parece que estas últimas palabras hacen un clic en mi cabeza, marcan diferencias claras y a la vez una secuencia identitaria (ya lo sé). Me pregunto si será esta la paradoja: El orden o la perspectiva.
Una vez leí en no recuerdo el libro que no sabemos marcar los límites en la ayuda a los demás, decía algo así como: Para qué sirve estar angustiado con el hambre en el mundo si tienes a un vecino con el mismo problema y ni siquiera lo sabes. O no sabemos dar y recibir, amar, respetar a los que tenemos al lado...
Cada vez me vienen más preguntas y cada vez siento menos ganas de contestarlas, estoy por salirme a ver una película, o leer y escribir alguna tontería en Facebook o ponerme un buen partido de fútbol de los que tengo grabados, o tumbarme en el sofá y echarme a dormir la siesta del borrego.
Quizá habría que comenzar por el principio en la dimensión social, quizá habría que crear estructuras desde las instituciones cercanas(al menos deberían serlo), los ayuntamientos y crear unos cauces claros, generosos y respetuosos de participación ciudadana, quizá deberíamos exigir a nuestros representantes que tengan en cuenta nuestra opinión y nuestra voz y para ello haya cauces limpios y claros por los que comunicarnos y participar. Quizá habría que ir pensando en cambiar en la forma de hacer las cosas tanto en los partidos políticos locales y en todas las instituciones(por comenzar por el principio) para después trasladar las necesidades verdaderas de los pueblos a otras instancias, quizá así consiguiéramos un efecto multiplicador y sinérgico que nos beneficiaría a todos, quizá es hora de desaprender para volver a aprender desde una experiencia real, desde las necesidades básicas y el bienestar de la personas, quizá no sea todo tan difícil, quizá dejamos que lo hagan difícil porque a unos pocos les interesa dominar y aprovecharse del poder para su propio beneficio. Quizá deberíamos exigir a los más cercanos un cambio de valores que promueva la cooperación y no la competencia, el diálogo y no la crispación, el bien común frente a los intereses de partido o personales. Quizá es hora de apagar la televisión y de levantarse del sofá, quizá es hora de acciones conjuntas, de hablar de lo que nos une, de ser responsables y construir nuestras vidas y ayudar a los demás a construirse las suyas antes de que nos desahucien del todo... como personas.
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