Acabo de llegar a Carcalín, me encanta, abro la puerta, descargo los trastos y enciendo el fuego, no es que haga mucho frío pero es tan reconfortante el sonido, el olor y la visión de una chimenea encendida, no he podido reprimirme. Demasiado placer para una época de lo contrario. Está nublado y una constante y silbante brisa se oye detrás de la puerta. Levanto la cabeza y mis ojos se llenan de cielo. Parece otro mundo, para mi mejor, mucho más cercano a mi concepto de vida. Pero hasta para disfrutar de esto hay que dejarse, darnos permiso. Solemos tener una tendencia a conectarnos con lo negativo, con los problemas, en vez de recordarnos todo aquello que nos reconforta. Quizá la queja sea una manera de obligarnos a no estar conformes y de esta manera mantener todos los sentidos alerta en una insatisfacción casi permanente. Me pregunto si quizá elegimos las alertas inadecuadas, aquellas que nos apartan del disfrute y nos derivan directamente al miedo. O quizá tengamos una necesidad de seguridad(falsa)que en estos momentos se está viendo seriamente amenazada. Parece que estamos en un tiempo de cambios importantes, eso espero, aunque realmente no tengo muy claro si en el fondo solo nos unimos como una piña para atarnos juntos por aquello de la igualdad comparativa. Qué mayor seguridad que la semejanza, incluso aunque hacer lo mismo que los demás lleve nuestra vida al desastre. Son leyes nos escritas pero quizá más potentes y severas que ninguna otra. Tendemos desde niños a imitar, muchas veces sin preguntarnos si realmente vivimos nuestras vidas o una copia elegida con piezas de otras, por aquello de que "más vale malo conocido que bueno por conocer". El refranero, aún yendo a contracorriente me parece brutal, inhumano en muchos sentidos, severo y radical como el ideal y falto de entrañas, de tripas, de carne y de sangre.
Cada vez que escribo sangre recuerdo a mi "chache" Eusebio "El Cordobés" con sus palabras infinitas "me hierve la sangre torera", tantas veces escuchadas con una sonrisa. Recuerdo breves charlas y un buen rato de reflexión tratando de adivinar sus metáforas mientras me alejaba sintiéndome a la vez tan cercano. Ahora que ya no es mi vecino, se le echa de menos, aunque da un cierto aliento saber que el destino parece que le ha deparado un amor tardío.
Suelo pensar que lo que nos une a los demás es la empatía, participar del contenido del uno en el otro desde una conexión sincera, al hilo de la necesidad de dar mientras recibes o recibir mientras das. Son principios esenciales que llenan de valor todo tipo de relaciones, incluso las aparentemente más superfluas, supongo que casi nunca lo son o al menos así lo espero.
Adivinar el interés latente parece ser parte fundamental en los compromisos de uno mismo con los demás, se diría que las ganas y los objetivos vitales mantienen una honda colaboración, algo se mueve adentro que nos junta o nos separa como fuerzas gravitatorias opuestas. Apreciarnos, valorarnos, querernos, amarnos, desearnos... pasa por una serie indescifrable de filtros y circunstancias que nos permiten acercarnos o separarnos ante los resultados de las decantaciones previas. Traspasamos los sentidos, la razón, las tendencias, las pasiones y los deseos hasta llegar a un resultado concreto que nos permitirá obrar hacia el acercamiento, la indiferencia o la repulsa. Curiosamente los filtros van cambiando cuando ahondamos en el conocimiento y desarrollamos una verdadera experiencia con los otros. Pasamos de la pura individualidad a sentir la necesidad de los demás, del genero, a través de las semejanzas cuando no de la igualdad.
Parece que estamos unidos como una piña por fuerzas naturales y culturales, somos semejantes incluso en muchos sentidos iguales, seguramente por eso pueden atarnos juntos, imagino que conocen nuestros miedos y nuestros deseos, anhelos y necesidades, saben perfectamente los resortes que hay que tocar para que como una manada nos dirijamos hacia el lugar que les interesa. Es el poder en abstracto que se concreta en un sistema creado aparentemente desde la igualdad de oportunidades. Nada más incierto. La mayoría estamos atados a él sin remedio, en busca de una seguridad que necesitamos sentir aunque esté construida desde una realidad previamente estructurada. El cambio nos asusta, nos da vértigo hasta el pánico, nos robamos unos a otros (quizá lo más importante) la ilusión, las ganas, el conocimiento y la experiencia, los sueños. Nos dicen que todo es cuestión de esfuerzo y trabajo, no es que no sea del todo cierto, pero no es toda la verdad. En la comunicación social parece que haya un único camino pero no es verdad, son muchas los recorridos que tenemos delante, aún así la prudencia, el sentido común, los miedos... nos dirigen solo a uno, a ese que representa el trabajo seguido del dinero, el consumo seguido del ancla de los pagos aplazados, hipotecando la mayor parte del tiempo de nuestra vida. Y aun así nuestro descontento no es producido por este sinsentido vital sino porque en estos momentos y en otros muchos no podemos ver más caminos, las distintas sendas por las que podría discurrir nuestra vida cada vez, eligiendo dónde girar y dónde quedarnos sentados tranquilamente, disfrutando de nuestro auténtico compromiso con el libre albedrío.
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