Una vez, hace muchos años, me encontré una mano amputada mientras paseaba por una playa. Vi primero un pulgar y el viento hizo el resto. Me costó mas de un año de declaraciones policiales y juzgados. Me lo recordó esta foto que hice en la misma playa el pasado fin de semana, ya no recordaba aquel suceso tan escabroso, el tiempo lo borra o coloca casi todo en su sitio. Eso sí, con una motivación adecuada, todo vuelve de nuevo, como si fuese ayer cuando ocurrió, y de eso hace ya más de veinte años. Los símbolos recogen de nuestra memoria aquello que une la forma y el contenido: Una mano aplastando una cabeza.
Me sentí como aquel día, de tan perplejo no sabía como reaccionar, confuso e incrédulo primero, luego muy asustado y desorientado, la realidad supera a la ficción repiqueteaba en mi cabeza, las frases hechas aparecen en los momentos más estresantes.
Una obra de arte hecha de arena, un auténtico artista, construyendo un símbolo, creando una realidad, somos los únicos seres conocidos capaces de eso y de otras muchas cosas más, no tan buenas… Lo realmente impresionante de la obra es que los significados pueden ser muchos, las interpretaciones se conjugan directamente con nuestra biografía, en mi caso excepcionalmente al haber vivido un caso tan atípico, incluso cuando estaba pensando que un montón de manos sobre una cabeza se ajustaría más a la realidad humana y por lo tanto, a la obra. Pero quién dice que una mano enorme no puede representar muchas.
La mano negra que oprime a los demás, de arriba abajo, ha sido siempre un mito político que en los últimos años ha despertado a la realidad concreta. Consecuentemente sí que hay manos con mucho poder que hacen sufrir a otras personas, la escultura en arena fotografiada lo recoge muy bien, lo representa a las mil maravillas, hasta duele si estás un rato mirándola: Hay tantos casos en la vida real que provocan situaciones parecidas, aunque intentando relativizarlas y convivir con ellas las escondamos en lo más hondo de nosotros mismos, bien colocadas para que nos hagan el menor daño posible o al menos, eso parecemos creer. Me temo que cuanto más peso se carga en esa mochila invisible que todos llevamos a cuestas, más difícil resulta conectarse con el amor propio y el bienestar, más difícil es recorrer cada camino con plena libertad, condiciona mucho la carga a la hora de decidir hacia y hasta dónde queremos llegar.
En días de sol y arena como éste parece que algunos hechos afloran desde el pasado, recordándonos que todo lo que nos ocurre queda grabado en nuestros sentidos, y de ahí a nuestro entendimiento como diría Kant: “Nada es en el entendimiento que antes no haya sido en los sentidos”.
Ahora que ha pasado el día y me siento aquí delante del papel en blanco, mientras el presente y el pasado se combinan construyendo emociones complejas, todo parece un sueño, como si la vuelta a casa, a la seguridad, al nido emocional, estuviese prevista para recomponer los trozos en los que nos partimos a veces ante determinadas circunstancias. Ese puzzle en el que nos convertimos más o menos veces, a lo largo de nuestra vida y que una veces conseguimos reconstruirlo y otras, por mucho que lo intentemos no somos capaces de encontrar todas las piezas que consiguen ordenar, crear una imagen nítida de aquello que nos importa.
Las nieblas, las nebulosas, las dudas, los deseos enfrentados, los sentimientos encontrados, son parte de un todo muy humano y la vez muy complejo que se concentra en la mente y puede llevarnos al conocimiento y a la experiencia o al abismo continuo.
Quizá es por eso tan importante tener los ojos muy abiertos, y dedicarse a entender, ordenar y diferenciar lo necesario de lo contingente, lo esencial de lo banal, hasta encontrar cada uno su camino, sin exceso de equipaje, sin exceso de peso. Hace falta mucha generosidad, mucha compresión, mucha perspectiva, para sentir tantas manos oprimiendo nuestras cabezas y entenderlo desligando nuestra responsabilidad de la de los demás. Quizá lo que más cuesta no es reconocer el error ajeno, sino el propio, quizá lo que más necesitamos es descubrir con claridad aquello que nos viene dado y poder reaccionar frente a su posible obligatoriedad social y aquello que es absolutamente propio y que representa nuestra identidad, eso que nos hace decidir cada día y que construye nuestras vidas, de un modo consciente e inconsciente. Esta segunda parte es probablemente la que contiene mayor complejidad, en ella se encuentran las emociones, esos complejos sentimientos que mueven, muchas veces, nuestras manos como marionetas, quizá y solo quizá, solo haya una mano en todo esto, la nuestra, y quizá solo quizá nadie tenga una sola mano en cada brazo, sino todas las manos que golpearon o acariciaron a cada uno nuestra mente y nuestro cuerpo a lo largo de nuestra historia personal.
Quién sabe, con tanta calor, quizá las neuronas se rebelan y consiguen adueñarse de mis palabras.
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