La sonrisa “es la expresión del ser que se alegra de ser”
Milán Kundera del Libro de la Risa y el Olvido
Dicen que la sonrisa es una manera de expresar con un movimiento facial un sentimiento de satisfacción, alegría, agrado o placer… aunque no siempre, parece ser que la pueden producir otras emociones como la ansiedad, la ira, la ironía… También dicen que hay sonrisas voluntarias e involuntarias. También dicen que se flexionan 17 músculos cercanos a la boca y a los ojos para producirla. Dicen que los bebés ya sonríen en el útero materno, vamos que la sonrisa viene de fábrica.
Curiosamente en los animales no humanos casi siempre enseñar los dientes significa amenaza. Se diría que los animales humanos hemos cambiado el lenguaje no verbal casi contradiciendo a la naturaleza para diferenciarnos. La complejidad de un movimiento tan sencillo parece clara si nos planteamos las diferentes motivaciones y pretensiones de cada individuo cuando usamos la sonrisa.
En nuestras vidas todos hemos visto, incluso están catalogadas, muchas clases de sonrisa, como en casi todo lo humano aparece la interpretación, en la interacción, en el conocimiento y en las relaciones que son los que van marcando los matices a la hora de interpretar algo, a priori, tan hermoso como una sonrisa. Dependiendo claro del quién, del cómo y del cuándo.
Desde que nacieron mis hijos los observo mucho con la intención como todo padre de apreciar, entender, conocer y comprobar su auténtico bienestar. Cuando alguien me pregunta por ellos suelo contestar: “Están muy bien, los niños son felices, a nosotros los adultos nos han engañado”. Quizá generalizo demasiado porque así me gusta pensarlo, todo es tan auténtico en un niño, si te fijas bien hasta lo malo es limpio y sincero en ellos. Todavía la sociedad no ha echado sus zarpas moldeadoras para convertirlos en adultos neuróticos o algo peor.
Cada día que puedo cuando llega a casa mi pregunta suele ser la misma a cada uno de mis hijos: ¿Cómo estás, que tal el colegio, has pasado un buen día? A veces me pregunto porque les pregunto lo mismo casi siempre y me respondo que sin duda lo único que me ocupa es que disfruten del día a día, que vayan creciendo sin perder esa sonrisa que para mi es la auténtica y necesaria, la expresa deliciosamente la frase que encabeza este artículo del gran Kundera: la sonrisa, esa sonrisa, la de los niños que se iluminan y nos iluminan con ellas, es “la expresión del ser que se alegra de ser”. Estár contentos consigo mismos, aunque ya comiencen a sentir aquel encargo que comienza en todos en algún momento: La competición y el malestar que les supone no cumplir la igualdad comparativa, las diferencias con los demás les atemoriza y eso que todavía no han recibido el regalo social de las obligaciones. Ahora bien, ya nos encargamos nosotros, la mayoría de veces sin darnos cuenta, de hacérselo ver y sentir, en nuestras casas, en los colegios, en las calles, entre sus amigos y familiares. Cometemos muchos fallos sin querer y les transmitimos tanto lo sano como lo insano de nuestra sociedad, de nuestra familia y de nuestra persona. Parece que es ley de vida y no puede evitarse. Habría que des-educarnos a nosotros para educarnos otra vez y creo que ni aún así conseguiríamos no errar.
En la actualidad hay una situación social muy complicada que condiciona a la mayoría de las personas, resulta pues muy difícil o del todo imposible no lo tengo claro, no transmitir de alguna manera nuestros estados de ánimo a todo aquel que nos rodea, especialmente a quiénes están muy cerca de nosotros y todavía más a nuestros hijos que son los que nos miran, nos escuchan, se fijan como búhos en cada uno de nuestros movimientos, acciones y diálogos, mucho más de lo que normalmente imaginamos, hasta grados que en algunos momentos a mi personalmente me asustan, pues la responsabilidad nos podría desbordar de no ser por la aplicación de una regla maravillosa que sirve para entender casi todas las cosas: La perspectiva humana. Esa visión que te hace conocerte y como consecuencia conocer a los demás desde nuestras semejanzas y nos da cuenta clara y concisa de nuestros límites, de nuestro alcance, de nuestras capacidades, de lo que no alcanzamos ni aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas. Eso que nos hace saber quiénes somos de verdad sin la fantasía omnipotente que transportamos en nuestro interior desde niños.
No sé si es por contraste o por observación o por casualidad o por proyección, pero me da la sensación de que hay una crisis más allá de la económica, una crisis de la sonrisa, como si cada año que cumplimos nos arrebataran o arrebatamos un ápice de esa capacidad de “alegrarse de ser”. Lo he visto y vivido muchas veces y no solo en épocas de crisis económicas sino en también épocas de bonanza, porque esa pérdida se hace sin darnos cuenta, día a día, y en ella influyen muchas cosas, todo aquello que sentimos nos falta o que nos duele, lo llamativo de esto es que una parte es evidentemente real, objetiva, la falta de trabajo o de dinero por ejemplo, pero hay otra parte que es inventada por nuestros propios miedos, por nuestra imaginación y nuestra actitud ante la vida y sus problemas. Esa no es tan fácil de objetivar, por lo tanto más difícil de resolver.
Espero que seamos capaces de saber rectificar y así recuperar esa sonrisa auténtica que sale desde adentro, de esa emoción compleja de “alegrarse de ser” sin más, que tiene que ver mucho con el amor propio, el amor a la vida y la convicción de que la sonrisa es un lenguaje que todo el mundo entiende y siente cuando es genuina. No dejemos que se pierda, no cerremos la boca y menos aún que no las cierren.